Nacido en Barcelona en 1921, Vilató viajó a París en 1946 gracias a una beca del Instituto Francés y allí vivió con su tío, convirtiéndose en un destacado artista que se dedicó a la pintura, el grabado y la escultura, entre otras disciplinas. Hijo de Lola, la hermana del genio, Vilató mantuvo sus vínculos con la capital catalana a pesar de la distancia, y en 1970 se convirtió en una figura clave para el Museo Picasso al ceder las obras de su tío que conforman parte del núcleo de la colección de la institución.

Inmerso desde pequeño en el mundo del arte, en París, Javier Vilató se adentró en la nueva forma de vivir y sentir el arte que el gran artista aportó, huyendo de parámetros establecidos y buscando una identidad propia.

Si algún rasgo caracteriza su vida y obra, más allá de sentirse siempre atraído por la luz del Mediterráneo –hecho patente en su uso del color–, es su interés, o, mejor dicho, su mirada reveladora del entorno, a menudo del entorno más próximo, casi íntimo. Por este motivo, Vilató siempre fue un gran retratista, hasta el último momento en que trabajaba intensamente el retrato escultórico. Tanto de las mujeres amadas, de los hijos y de los amigos, como de los animales con quienes siempre compartió su hogar –perros, caballos e insectos–. Como retratista, al fin y al cabo, de los objetos domésticos y cotidianos, como una frutera, un botijo o una lámpara. Temas, todos ellos, que reflejan su reflexión personal del vivir de un modo libre, enérgico y apasionado.

 

Barcelona. Vilató (1921-2000). Barcelona-París. Un camino de libertad.

Comisario: Xavier Vilató.