Existen grandes paralelismos en las obras de estos dos artistas, sin embargo, debido a la selección de los cuadros de Campano, estas similitudes pueden llegar a pasar desapercibidas. La muestra nos deja adivinar el poder de su obra, enmarcada en la pintura abstracta.

El pintor madrileño, desde sus comienzos en los años 60 hasta la actualidad, ha utilizado la pintura para navegar a través de sus emociones pasando por diferentes fases: en sus primeros trabajos se ve la influencia del arte abstracto español de posguerra y del arte abstracto de la Escuela de Cuenca –la línea geométrica de Torner, una línea más pictórica de Zóbel, el informalismo de Millares o Saura– así como la influencia de los expresionistas abstractos americanos. Sin embargo, su verdadero maestro es el pintor José Guerrero. Él fue quien le dio la clave para pintar: “rompe con amaneramientos, la pintura es ponerse frente a la tela y pasar angustia».

Algo parecido es lo que hace García-Alix a la hora de realizar una fotografía: “miro, y cuando siento miedo, disparo”. La pulsión les mueve, les mantiene vivos. Estos artistas son movidos por una pasión, la de crear, que produce una obra cargada de energía vital, en constante evolución, fruto de una continua búsqueda, de un continuo aprendizaje.

Desde París

París ha sido, para ambos autores, un lugar importante para esta evolución. La ciudad del Sena, de alguna forma, ha significado un antes y un después en la obra de estos dos Premios Nacionales (de Artes Plásticas en 1996 y Fotografía en 1998).

García-Alix llegó a la capital francesa a través de una ruptura, para someterse a un tratamiento médico, un proceso doloroso e intenso que quizás le hizo mirar más hacia su interior. Su fotografía evoluciona desde entonces hacia formas más abstractas, reflejo de sus sensaciones. En la Galería Juana de Aizpuru, donde se muestra la obra realizada en sus últimos viajes a Formentera, podemos ver algunas de estas formas (sobre las que ya trabajó en París y se desarrollaron en posteriores viajes a China) en fotografías como Autorretrato, Náufrago; La Tormenta.

Para Campano, París significa la relectura de la historia de la pintura. Allí estudia a Poussin y a Cèzanne, pilares fundamentales en la evolución de su obra, trabajando series «d’après» a partir de pinturas de estos grandes maestros. En esta etapa, el pintor se centra más en el color, a la vez que se fija en los poemas de Rimbaud, convirtiendo sus versos en lienzos. Su pintura describe un estado emocional y camina hacia “una poética del silencio”, como dice William Jeffett.

Silencio espectral

La obra de estos dos artistas surge de la emoción y de la búsqueda incesante de uno mismo. “Ya ven, esta mediterránea y humilde isla (Formentera) me ha desvelado todas las proporciones. Regreso siempre porque es fértil para mi naturaleza soñadora, en ella puedo mirarme y comprender en sus silencios los míos”, dice García-Alix en un libro que recoge las imágenes realizadas en diferentes viajes a Formentera.

El mismo silencio que Campano encontró en su obra de los años noventa, donde predominaban el blanco y el negro, y que continúa hasta la reciente serie blanca, un velo con el que esconde el color de sus pasiones. Un silencio cargado de inquietudes, temores, de la memoria del artista. Un silencio espectral que devuelve las emociones de una vida.

Madrid. Alberto García-Alíx. Miguel Ángel Campano. Galería Juana de Aizpuru. 

Hasta el 16 de noviembre de 2010.