Confieso, además, que mi primera intención fue la de hablarles de Una vida mejor, convincente obra en la que Cédric Kahn nos presenta una historia de amor de las que dejan huella, o hacerlo, incluso, aunque con menor convicción, de Salvajes, el thriller en el que Oliver Stone, sirviéndose entre otros de John Travolta y Salma Hayek, da la de cal y retrata con verosimilitud y contención (eso que tantas veces se echa de menos en su cine) a tres personajes que entre violencia, sexo y drogas viven más que al margen de la ley.

Dulce drama

Pero una cosa es la intención y otra el corazón y el corazón nos lleva derechos al dulce drama de perro y niño o niño y perro en el que Burton nos sumerge a través de Frankenweenie.

La historia no es nueva. El californiano ya la rodó como corto en 1984 cuando rompió con Disney. Ahora la amplía hasta largometraje, la filma en stop-motion, “rodar en este sistema -ha dicho el propio director- tiene mucho más que ver con el cine de imagen real que con la animación digital”, y la convierte en una película de una ternura nada empalagosa. Un “terrorífico” e incontestablemente poético homenaje a la ilusión y a la infancia.

Más que una compañía

A Víctor se le murió su querido Sparky. Aquel perro era mucho más que una compañía. El pequeño decide resucitarlo como sea. Las consecuencias de esos intentos se harán notar de modo drástico en su familia, entre sus vecinos, en su escuela… No les contaré más, ni utilizaré adjetivos grandilocuentes, ni caeré en tópico alguno. ¡Claro que a veces Burton ha fallado!, pero no en esta ocasión.

Triste e insólita, directa al rincón que nos hace sentir mejores, Frankenweenie nos acerca a lo que fuimos cuando empezábamos en todo esto de la vida.

Entonces… cuando creíamos que todo, o casi todo, era posible.

Frankenweenie

Dirección: Tim Burton

Guión: John August

Fotografía: Peter Sorg

Música: Danny Elfman

EE.UU. / 2012 / 87minutos