Haciendo frente a las limitaciones técnicas marcadas por lo protegido del espacio en cuestión, –aunque ha rodado en 3D, lo que amplía la magnitud de lo que estamos viendo–, y por las físicas derivadas de la alta concentración de dióxido de carbono y radón que impiden la permanencia en el interior durante períodos largos, Herzog se ha sacado de la manga unas imágenes de belleza hipnótica. Arte en estado puro.

Poder crear

Los datos nos cuentan que la de Chauvet-Pont-d´Arc es la cueva más antigua conocida hasta la fecha. Ubicada en la región francesa de Ardéche, fue habitada en dos períodos prehistóricos diferentes, el Auriñaciense y el Gravitense: 32.000 años nos contemplan. En su interior, además de pinturas de animales y personas, se conservan de un modo milagroso restos fosilizados y utensilios empleados por el Homo sapiens a lo largo del Paleolítico superior.

Esta es la materia en la que Herzog se sumerge. Desde la veneración y el éxtasis nos narra los mágicos momentos en los que el hombre arrancó su andadura sobre el planeta, aquel tiempo iniciático en el que descubrió que podía crear.

Maestría

El espectador sale del cine deslumbrado y confuso, porque gracias a la maestría del director alemán y, obvio, a la grandiosidad de lo que ha filmado, tiene la sensación de que las figuras y los prehistóricos caballos y mamuts de la caverna de Chauvet han estado piafando a su lado en la sala, que ha palpado con sus ojos aquellas maravillosas paredes que nos ayudan a entender algo mejor quiénes somos y, al cabo, de dónde venimos. Lo dicho, deslumbrante.

La cueva de los sueños olvidados
Dirección: Werner Herzog

Fotografía: Peter Zeitlinger
Alemania, Canadá, Francia, EE.UU. y Gran Bretaña
2010 / 90 minutos