Se trata de la muestra Explorando el Sur –una selección de obras de la colección de Bernard Chappard–, en la Fundación Carlos de Amberes, y la de Joaquín Torres García, Una vida en papel, en la Sala Espacio Dos del Museo de Arte Contemporáneo de Madrid (Conde Duque).

Solapándose en el tiempo –la de la Fundación Carlos de Amberes se ha prorrogado hasta el 21 de noviembre, debido al gran interés que está suscitando–, estas dos exposiciones permiten al espectador madrileño no sólo profundizar en la figura de Joaquín Torres-García, sino también en la comprensión del arte del latinoamericano desde su propia especificidad.

Universalismo constructivo

Tal especificidad la atestigua sobradamente la obra del propio Torres-García. En ella, sin dejar de reconocer la influencia de las vanguardias europeas conocidas por el uruguayo en sus largas estancias en el viejo continente, se respira una esencia intrínsecamente latinoamericana y un impulso creativo propio.

En efecto, sus ejercicios constructivistas se separan de tendencias europeas como el neoplasticismo puro de Mondrian o la geometrización del cubismo para quedarse a medio camino entre la abstracción y la figuración más naif, con esas superficies cuadriculadas que encierran objetos aparentemente inocentes como peces, estrellas o soles.

Esos símbolos de carácter pictográfico hacen pensar en las culturas precolombinas, lo cual enlaza con una preocupación panamericanista de búsqueda de la identidad propia de Latinoamérica, calificada por el comisario de la muestra, Juan Manuel Bonet, de “fervor indoamericano”.

Las esencias americana: flechas y barcos

La búsqueda de esa identidad propia, que se revela constante en estos artistas, es provocada por ese desdoblamiento entre una educación imbuida de la plástica y la cultura occidentales, y un deseo de reivindicar un arte propio. Búsqueda de la identidad que se puede rastrear en todas y cada una de las obras reunidas en las dos exposiciones, y que podríamos resumir en la presencia obsesiva de la flecha: anclas, formas apuntadas, tejados, flechas y más flechas. Flechas que señalan al norte y al sur, al este y al oeste indistintamente, como queriendo sugerir lo arbitrario de los puntos cardinales y de las convenciones consuetudinarias por las que ordenamos el mundo.

Como en ese cuadro de Manuel Pailós (N/Sur, 1949), en el que junto a las palabras norte y sur unas flechas señalan al oeste y al este respectivamente, todo mezclado con símbolos astrales y con la figura de un barco sin velas.

El motivo del barco, junto con el del ancla, es otro de los habituales en estos artistas, que parecen querer hablarnos de un hipotético viaje; del Sur al Norte, o más bien del Norte al Sur. Se trata de ese viaje que occidente emprende hacia el paraíso latinoamericano, no desde el deseo de comprensión de la especificidad del mismo sino desde la búsqueda de exotismo y desde el estereotipo. Se trata de barcos que navegan anclados al puerto de partida, que saben adónde van a llegar ya antes de zarpar, y que realizan un trayecto que no es de ida y vuelta.

La Escuela del Sur

Torres-García dejó ya todo dicho con el famoso dibujo con que ilustró su artículo La Escuela del Sur (1935). Éste funciona como auténtico manifiesto de la susodicha escuela, pues muestra el mapa de Latinoamérica invertido, de modo que “la punta de América, desde ahora, prolongándose, señala insistentemente el Sur, nuestro norte”. De forma tan temprana, la vanguardia latinoamericana –que existe de forma autónoma y no como prolongación de la europea–, está cuestionando las coordenadas geopolíticas por las cuales ordenamos el mundo, o mejor, por las cuales Occidente ordena el mundo a su conveniencia. Con ello, se están sentando las bases de las  teorías postcolonialistas que en los años 50 llegarán a cuestionar el propio concepto de identidad nacional.