Forzando una suerte de grado cero de lo escenográfico y lo narrativo en el que la lluvia de ideas se entiende como el final del trayecto creativo en vez de como su punto de partida, Noguera ha hecho coincidir el círculo exquisito y refinado del arte contemporáneo con el tosco cuadrado del humor más primario (ese de resbalones, porrazos, mocos, caca, culo, pedo y pis).

Ultraviolencia, el monolito negro con faja multicolor editado por Blackie Books, marca un antes y un después en su carrera sin apartarle un ápice de los presupuestos que ha manejado desde un principio. Así, esta presentación ante el gran público contiene tantas ideas incómodas y kilos de mierda como sus primeras y minoritarias tentativas en blog y Fotolog y cierra la que podríamos considerar la etapa inicial de una trayectoria artística, que se ha visto afianzada con los Ultrashows que Chus Martínez programó en el MACBA en mayo y junio de 2009, con las numerosas actuaciones que vinieron después, con participaciones en los desvaríos audiovisuales del dúo Venga Monjas y con esa joya del cómic sin viñetas que pulió junto a Jonathan Millán: Hervir un oso (Belleza Infinita, 2010).

La pregunta habitual al abrir entrevista contigo suele ser: ¿qué es un Ultrashow? ¿Me puedes ampliar la respuesta añadiendo, además, qué crees, en tu humilde opinión, que aporta al panorama escénico español?

Un Ultrashow es un espectáculo de aproximadamente una hora en el que explico ideas en solitario, una tras otra, sin un hilo conductor. Las llevo apuntadas en un folio. El tono de la explicación es cómico aunque las ideas en sí no son chistes sino videncias, ocurrencias o suposiciones. Llevo seis años haciéndolo; ahora con más frecuencia. Ha ido evolucionando.

¿Qué aporta? Yo creo que da visibilidad a un círculo de personas que no está ubicado en ningún ámbito concreto de la cultura, que no hace ni arte ni vídeo ni performance ni literatura sino que responde a la necesidad de expresarse en el formato más adecuado en cada momento. Nos une una sensibilidad similar y ese tono entre desenfadado y reflexivo. La diferencia es que yo lo hago en formato escénico también.

¿Otros nombres que integrarían esa escena?

La abuela bloguera. Tengo el proyecto de meterlo en todas las entrevistas. Es que antes decía a David Shrigley, que me gusta pero que en el fondo me estaba boicoteando un poco. Citar a Shrigley no sirve para nada. En cambio, si citas a La abuela bloguera, Jonathan Millán, Los Venga Monjas, Los Pioneros del Siglo XXI, El Mundo Today, Álvaro Carmona o Querido Antonio (Alberto González Vázquez), por ahí, sí.

En parte es normal que se cite a Shrigley. Es inglés y si la gente coge uno de sus libros y Ultraviolencia verá que ambos están hechos de anotaciones un poco crípticas.

Sí, tiene esa cosa de tío consagrado. Cuando me pedían un referente más clásico pues yo decía éste porque le admiro y me cae algo cerca, pero él es más pictórico, tiene un taller y esos dibujos que pensé que hacía con un rotulador en un folio vienen casi de la pintura. Los hace en grande y va probando. También tiene escultura, concibe exposiciones, lleva muchos años. Es una actitud distinta.

En algunas de las ideas del libro se pueden reconocer ocurrencias que podríamos contextualizar en trabajos que tuviste antes de dedicarte por entero a esto de tener ideas y explicarlas. ¿Qué pasará ahora? ¿Funcionará todo igual si te dedicas exclusivamente a observar?

Hasta ahora trabajaba muy tranquilo, porque soy muy perezoso y muy lento, me estreso mucho y me cuesta ponerme un horario. Ahora que hay más demanda, que van pidiendo colaboraciones, entrevistas, cositas, sí que es cierto que ha habido un cambio. Me resulta un poco extraño pero te acostumbras y profesionalizas porque en el fondo lo que quieres es ganarte la vida del modo más cómodo posible. Yo nunca lo había concebido así. El material es siempre el mismo y a mí se me ocurre durante el día, da igual lo que haga. Eso no se ve influido.

En Laughing Matters, el documental sobre las reglas del humor protagonizado por Rowan Atkinson, se establecían tres mecánicas básicas o principios para la comedia visual: 1) un objeto puede resultar gracioso al comportarse de un modo inesperado; 2) un objeto puede resultar gracioso al situarse en un lugar inesperado y 3), un objeto puede resultar gracioso al tener el tamaño equivocado. ¿Tienes otras? ¿Alguna que hayas aplicado en el libro al margen de estas?

Es bastante eso, pero tampoco lo pienso así. Hace unos años sí sistematizaba las ideas e intentaba entender en qué se basaban, en qué paradojas y mezclas. Era algo similar a eso pero no estaba expresado de un modo tan cristalino. Pero bueno, hacer una intelectualización del fenómeno del humor aporta más bien poco al humor. Este tipo de fórmulas me traen bastante sin cuidado porque se trata sobre todo de descubrir nuevos espacios. Siempre puede venir alguien que diga “esto es igual a lo que se hacía en tal época con no sé qué”, pero yo creo que no, que fuera de esa lógica, el humor de los Venga Monjas es el humor de los Venga Monjas y claro que se basa en esos principios si quieres que se base en esos principios pero hay algo allí que se escapa al concepto y eso es lo que interesa. Siempre hay ese momento sesudo barato de: ¿se puede reír uno de algo serio? ¿Cuáles son los límites del humor? ¿Qué es para ti el humor? Esta mierda que no va a ninguna parte y que es más de periodista o de crítico barato. No sé, muy aburrido.

Al margen de esas “leyes”, uno de tus recursos que más me gusta y que creo que mejor funciona en tus shows es el extrañamiento ante tus propias ocurrencias. Que critiques al protagonista de la idea que tú mismo has tenido.

Distanciamiento a tiempo real, tercera persona. Disfruto mucho con eso porque no es algo que necesite trabajar realmente sino que es una disposición a lo que surge en el momento, ante los ojos del espectador, algo que quizás sea mejor, más rico o más sugerente que la tesis que se estaba desarrollando previamente a ese lapsus. En un Ultrashow de lo que disfruto es de no repetirme y aunque tenga que repetir ideas, cada vez más, lo que más me gusta es cuando surge algo en el momento y a mí mismo me sorprende. Improvisar es al final de lo que más disfrutas.

¿En qué faceta te sientes más cómodo? ¿Dibujando, escribiendo o haciendo explicaciones orales?

El momento más eufórico es el Ultrashow, lo que no quiere decir que me sienta menos cómodo en lo otro sino que el Ultrashow, por su naturaleza, implica un estado mental y anímico que supera al de estar escribiendo, al menos para mí. Puedo disfrutar la escritura, puedo estar fluido y contento y ponerme a hacer cosas con la mandíbula, tenso y tal, pero en el Ultrashow realmente hay momentos de gran disfrute. Además hay gente y eso es difícil de superar en otros ámbitos.

¿Entonces sería el Ultrashow la tarjeta de presentación correcta para alguien que no te conoce?

No. Es todo. Si te tienes que quedar con una cosa, yo preferiría por ejemplo que leyeran el libro a que vieran un vídeo, porque la gente hasta ahora coincide en que el vídeo está bastante por debajo del directo, es decir, que hay algo que se pierde y que entorpece la lectura. En cambio el libro ha sido concebido para leerse así. Pero la verdad es que un buen Ultrashow, uno que salga bien, quizás transmite algo de un modo muy poderoso que igual en un libro queda más maquillado.

El “mundo ultraviolencia” está hecho de formas, dinámicas y sensaciones. ¿Todo es mejor con una rampa?

Lo de la rampa es una barbaridad. De hecho me lo dijo Vigalondo, que tiene un guión de una película llamada La rampa, que va de un tío que construye una rampa para saltar con su coche al interior de un OVNI. Me llamó para comentarme el libro y me dijo que no sabía que mi obsesión por las rampas fuera tan grande. En ese momento pensé que alguna rampa había en el libro pero luego lo hojeé y, coño, es como de un puto loco. Me hizo gracia. De hecho, al principio se pensó en llamar al libro Darrampah, ya que en catalán existe la expresión “que algo te de rampa”. Pensamos escribirlo así, en un ruso raro, pero es un nombre un poco críptico que no llevaba a nada por muy guay que nos sonara.

El crítico cultural Jordi Costa, que desde el primer momento ha sido uno de tus valedores, ha definido el posthumor como el “uso de las mecánicas del humor para producir desconcierto o incomodidad, antes que para conseguir la sonrisa, la risa o la carcajada”. Lo sintetiza diciendo que sería como ponerle el motor de un Fórmula 1 a un coche fúnebre. En su momento aplicó el concepto sobre Los Chanantes, quienes no se reconocieron en el término alegando que si no hacían reír es porque algo había salido mal. ¿Te parece bien que se aplique esa etiqueta en tu caso?

Los Chanantes quizás estén fuera de ese concepto porque ellos tienen más sangre de humorista, creo que realmente trabajan para eso. El rollo de las etiquetas me parece un asunto de los críticos y es mal negocio meterte en una tú mismo. Hay cosas ahí que me parecen acertadas, aunque eso del posthumor, post, humor, no sé, esa lógica de “esto está muerto, ahora estamos más allá”. En el fondo esto está hecho para que la gente lo consuma y se divierta. De repente lo convierten en algo así como una categoría estética que hace que le repela a la gente a la que está destinado. Si dices posthumor ya tienes a un montón de gente dudando de ello, diciendo que ya nos están vendiendo la moto, que nos están colocando algo mediocre. ¡Estamos siendo engañados por la burguesía! Me parece desacertado meterte tú mismo en eso porque no vas a llegar a nada bueno. Que él haga sus tesis y su libro sobre posthumor es su trabajo. Yo me mantengo un poco lejos porque creo que lo que hago, si te acercas, es lo suficientemente claro, y cada uno puede extraer su conclusión. No hace falta leer a Jordi Costa para ello.

Me llama la atención la edad media del público de tus espectáculos. Parece que la juventud está contigo. ¿Es simplemente porque te manejas bastante en internet o hay alguna brecha generacional insalvable? Para un público que recibe todos los discursos fragmentados, tu libro puede parecerse bastante a darle a la rueda del ratón en un tumblr.

Es cierto que a veces, después de un Ultrashow, se te acerca un grupo de gente menor de edad. Me sorprende mucho porque es muy fuerte que algo como lo que yo hago –que en el fondo no me parece un producto fácil y sí algo frente a lo que es muy fácil ponerse en contra, algo muy fácil de desacreditar por ese aspecto improvisado que tiene– llame la atención de gente de instituto, que normalmente se pone a la defensiva en seguida. Es raro que de repente encuentren en esto una pequeña bandera, que digan “EY, este tío es nuestro secreto, nos unen sus palabros y su mundo” y lleguen al punto de ir a verte. Eso a mí me sorprende bastante y no sé por qué ocurre, pero es cierto.

Está claro que me han conocido a través de internet y creo que es gente que, de manera inconsciente, tiene cultura visual o narrativa. No es que sean eruditos ni cultos pero están en una época que les ha permitido decodificar cosas muy rápido y cuando se encuentran con un producto que se resiste a esa decodificación o que tiene elementos que no pueden reducir, entonces les interesa. Yo creo que se cansan muy rápido porque todo les suena de algún otro sitio. Estamos en un momento en el que es difícil hacer algo que no sea directamente un cliché y supongo que les atrae esa especie de impredecibilidad o de falta de estructura vendible. Creo que se identifican con ese aspecto roto y pequeño.

También está la cosa de la transgresión, de “este tío hace monólogos pero suelta cada cosa que madre mía. Este sí que las suelta, este sí que tiene un humor jodido y negro”. Supongo que algo de eso también habrá, porque yo tampoco soy un tío muy juvenil. No soy un Micah P. Hinson. ¡También vaya ejemplo he puesto! ¡Ese tío que es como rural! No soy de la cultura emo, no, soy bastante tradicional. Por eso me extraña que conecte con gente tan joven.

Imagino que ya estarás acostumbrado a comentarios como los que ha habido en la versión digital de La Contra de La Vanguardia.

Es normal. Al público en general le da mucha rabia que anuncien algo nuevo, genial, nunca visto y vayan a ver y se encuentren con una mala grabación de un tío gritando y, coño, a quién quieren engañar con esto. Yo entiendo que ocurra, sobre todo por cómo lo vende el periodista en muchas ocasiones, como algo que está rompiendo. Se encuentran con un producto bastante sucio, se sienten engañados y reaccionan como se reacciona frente al arte contemporáneo: se están riendo de nosotros, ¿no? Cuando no es así. Pero en fin, es normal.

Esa imagen que se tiene de ti como del “Ferrán Adriá del humor” da un poco de grima. Se te acusa de ‘arty’ y circunspecto y, sin embargo, son patentes tus esfuerzos por llegar a un público amplio. ¿A qué crees que se debe esto?

Claro, aunque intente no ser pedante ni elitista, aunque no use un código restringido rollo-arte contemporáneo, que sólo entiende la gente iniciada, lo que me lleva a actuar no es lo mismo que mueve a un cómico que quiere hacer un buen monólogo según los cánones. En el momento en que la persona no entiende a qué academia pertenece este tío, se pone muy en guardia. Por mucho que intente llevar esto al terreno más claro, la base no está instituida, porque son ideitas que en sí mismas puede tenerlas todo el mundo. Es una cuestión formal. Igual dentro de diez años es lo más normal del mundo pero ahora mismo hay mucha gente que no entiende qué es esto y les molesta. Otros lo entienden desde el minuto uno. O sea: lo ven y dicen, vale, muy bien, me mola este tío y ya está.

Los protagonistas de tus escenas escatológicas suelen ser hombres casi siempre. De hecho te diriges al lector de Ultraviolencia como si fuera masculino por defecto y, en un par de ideas sobre penes, hablas de “tu pene”, del pene del lector. ¿Por qué las mujeres no chapotean tanto en su mierda?

Joder, yo creo que eso lleva así mucho tiempo. El que no sea machista que levante la mano, ¿no? Mi discurso se sitúa en el imaginario machista porque es delirante y lo más extraño es que allí apareciera cualquier atisbo de igualdad o de delicadeza con el otro sexo. Realmente todos los discursos de guionistas, humoristas y similares son machistas por definición y parten del hombre blanco, instintivo, que ve a las mujeres como objetos y seres algo ridículos. No voy a poder desprogramarme en ese sentido. Otra cosa es que la persona esté hecha de muchos niveles y haya niveles en mí que no sean machistas, pero el que no admita ese estrato de su ser está mintiendo o ha crecido en una ecoaldea rara, que no me vendan la moto.

Podría respetar el hecho de que aquí hay lectoras, pero aunque haga ese ejercicio siempre se despide de mi diatriba un aroma machista y adolescente, infantil y degradante para la mujer. Me gustaría saber quién hace humor hoy en día sin connotaciones sexistas, es que se cae por su propio peso. ¿Cuántas mujeres hay dedicadas al humor y desde dónde? En realidad casi no existe un humor femenino porque el humor, como todo lo demás, está desequilibrado y si hay un humor femenino ya surge como respuesta al otro humor. Para que eso se iguale hacen falta unas cuantas generaciones. No sé, échale una ecoaldea.

Lo mío es pensamiento de tío que se está echando unas risas, eso está claro, no hace falta ocultarlo y lo digo sin problemas. La persona, hombre o mujer, que encuentre eso ofensivo ya lo ha olido desde hace tiempo y no se habrá acercado al libro. Aquellos que busquen esa cosa más emocional o profunda lo considerarán una frivolidad y una tontería. Yo parto de ahí.

¿Qué tiene la palabra “ultra”? Parece que la usas bastante por su sonoridad. ¿Por qué no “mega”? El Megashow, que suena más a publicidad de detergente.

“Mega” no, coño, es mucho más débil que “ultra”. “Ultra”, ¿no? Imagínate que yo dijera “Ultradesayuno”. ¿Ves? Funciona bien.