El cine como vida. ¿Es su propósito que cine y vida se confundan y discurran al tiempo?

Más que un propósito es una creencia. Lo siento así. Si me pregunto qué es el romanticismo para mí, si logro sacarlo del cliché, hay que defender lo que decían los primeros románticos al afirmar que vida y poesía eran lo mismo, que había que vivir para el arte y por el arte. Sin ánimo de ser nada pedante con eso, creo que hay que intentar vivirlo así. Hacer películas donde dentro esté la vida y, en lo posible, tú mismo vivirla así. Que esté todo mezclado. Me parece que es natural cuando uno se dedica a una cosa y le gusta lo que hace, para qué ocultarlo.

¿Puede afirmarse que en Los exiliados románticos, su última película, reina el optimismo?

Bueno, yo no diría tanto. Vivimos tiempos en los que hace falta crear espacios vitales donde pueda uno recordar que hay risas y amor. Asumí esta idea casi como un deber y me propuse hacer una película que recuerde la importancia y la existencia de la amistad. En el fondo, una reivindicación de la felicidad. A nadie se le escapa que no vivimos en un estado de felicidad permanente, sino más bien al contrario, pero quería mostrar a través de esta película que la felicidad existe. Puede que todo esto sea algo idealista, pero el cine tiene que superar a veces la frontera de la realidad más inmediata.

«No me gustan las películas hechas con escuadra y cartabón»

Parece que cada plano se fuera improvisando sobre la marcha. ¿Es así o sólo una sensación?

Es verdad que no trabajas con un guión escrito, pero también lo es que no improvisamos. El hecho de no empezar con guión previo no implicó que se dejara todo a la improvisación. Cada escena fue más o menos calculada, pero dejando que fuera la cámara la que fuera escribiendo. La improvisación, además, normalmente sólo lleva a la convención. Si vas a cualquier clase de improvisación de actores siempre se acaba en lugares comunes. Así que creo que tiene que haber un trabajo de pensar, intuir y proponer cosas. Dar forma e ir organizando porque hay distintas formas de realizar un proyecto. En lugar de un guión escrito que das a la gente meses antes de empezar a rodar y hacer un estricto plan de trabajo, nuestra manera de hacer cine es un poco más abierta porque me parece que eso es lo que permite que sucedan cosas que te pueden sorprender. Además, eludes la sensación de que ya has hecho la película antes de hacerla, que es algo que tengo la obsesión de evitar.

En relación con esta película, ¿hay algo que le haya sorprendido hasta el punto de incluirlo sin que estuviera previsto?

Casi cualquier cosa que ves y crees que puede funcionar la incluyes, sobre todo en una película como esta que transcurre durante un viaje. Las risas que se ven no son forzadas, son reales, porque había ese estado de ánimo. Hay cosas que incluyes tras proponerlo a los actores diez minutos antes de rodar. Así, además, el actor o el cámara no tiene tiempo de pensarlo mucho, se coloca en esa situación casi en el instante real, verdadero, y eso, aunque acaso no sea el mejor sistema, te da cosas bonitas y, con sus impurezas, es algo que late en el resultado. A mí como espectador cada vez me gustan menos las películas hechas con escuadra y cartabón. Aquellas en las que se ve lo bien hecho y pensado que está todo cada vez me produce menos emoción.

Así pues, ¿la sensación de levedad que desprende Los exiliados románticos es buscada?

Aunque dé sensación de espontaneidad, es una película muy exigente. Es verdad que durante el rodaje no sabía muy bien la película que estaba haciendo y me iba a dormir por las noches preocupado, pero al tiempo me iba dando cuenta de que en realidad la llevaba bastante dentro. Si vomitas algo es porque antes has comido eso que vomitas. En la película salen cosas que están en ti, que llevan tiempo en ti y eso te da tranquilidad. Esta es acaso mi película menos intelectualizada previamente por mí mismo y la más visceral. Al haberla rodado en mucho menos tiempo que las anteriores hay más víscera, en el sentido de que está más hecha con el cuerpo que con la cabeza.

«Todas las artes tienen vida»

Antes o después, la literatura siempre aparece en el cine de Jonás Trueba.

Es verdad. Ahora vuelve a aparecer la escritora italiana Natalia Ginzburg, que es una autora que me gusta mucho. El libro que se menciona, Las pequeñas virtudes, quizá es el libro que más he regalado en mi vida a las personas a las que quiero. Nunca voy a fallar con este libro porque lo considero un poco mío. Meterlo en la película y que uno de los actores repita una cita es como si regalase este libro a un amigo.

Recientemente he leído Los grandes placeres, otro libro de Ginzburg, y he aprovechado el verano para leer cosas de filosofía que es posible que afloren en el futuro en proyectos de cine.

¿Hay un nexo indivisible entre literatura y cine?

Sí, para mí sí. Muchas veces me influye mucho más un libro que una película a la hora de hacer una película. Soy muy contrario a las ideas de esos puristas que defienden que el cine tiene que ser cine y sólo cine. El cine es vida, la literatura es vida, la música es vida, la pintura es vida. En el fondo jugamos con los mismos materiales y detrás de cada obra, de cada libro, de cada cuadro, lo que late es la vida. Si todas las artes tienen vida, ¿por qué el cine no va a poder coger de ellas? A menudo la literatura va por delante del cine porque al tener más años se ha agotado y se ha reinventado más veces, y eso permite que en ella, en la literatura, los que hacemos cine encontremos muchas fuentes.

Muestra un cierto temor a repetirse, a que sus películas se parezcan unas a otras.

Creo que cada película, la de cualquier director, en parte es como consecuencia de su película anterior. Decía Truffaut que cada película hay que hacerla contra la anterior. En mi caso, Los exiliados románticos está hermanada con la anterior porque por un lado nos sentimos muy a gusto haciendo Los ilusos y trabajando en esa línea, y a la vez esta es una película contraria porque, así como Los ilusos transcurría en un espacio de tiempo largo (siete meses de rodaje), esta ha sido muy concentrada y realizada en un tiempo corto (12 días). Aquella era en invierno y esta en verano. Son películas muy distintas, contrarias, pero hermanadas. Como esos hermanos que se parecen mucho, pero están siempre discutiendo.

Y el tiempo que se va como una constante en sus obras.

Cualquier cosa es distinta según pasa el tiempo. Esa conciencia la tienen todos los cineastas. El cine es una lucha con el tiempo, un intento de retener el tiempo. Hay un plano, pero inmediatamente hay otro plano que entierra el anterior y así uno detrás de otro. El cine es una lucha continua y extraña con el tiempo. Como un tren que avanza, y vas mirando por la ventanilla y continuamente vas viendo cosas que van quedando atrás. Así lo siento.

Jonás Trueba

Hijo de Fernando Trueba, Jonás Trueba nació en Madrid en 1981. Ha dirigido los largometrajes Todas las canciones hablan de mí (2010), Los ilusos (2013) y Los exiliados románticos (2015), y el mediometraje Miniaturas (2011).

Autor del libro Las ilusiones (Editorial Periférica), es coguionista de las películas Más pena que Gloria y Vete de mí, dirigidas por Víctor García León, y de El baile de la Victoria, de Fernando Trueba.

Jonás Trueba escribe sobre cine en diversos medios de comunicación y compagina el cine con la docencia como parte del equipo de Cine en curso, proyecto de pedagogía cinematográfica en centros educativos.