En octubre de 1915 abrió sus puertas la Residencia de Señoritas, creada –al igual que la masculina– por la Junta para Ampliación de Estudios (JAE). Bajo la dirección de María de Maeztu, el grupo femenino de la Residencia de Estudiantes (presidida por Alberto Jiménez Fraud) adquirió un desarrollo espectacular y contribuyó a difundir un nuevo modelo de mujer profesional e independiente. Por sus dependencias pasaron como profesoras, alumnas o colaboradoras algunas de las mujeres más destacadas de la cultura española de su tiempo, como María Goyri, Zenobia Camprubí, Victoria Kent, Josefina Carabias, María Zambrano o Maruja Mallo.

 

Residencia de Señoritas.

 

Cuando se cumplen cien años de la puesta en marcha de aquella iniciativa, esta exposición muestra a través de una selección de libros, documentos y fotografías el paso de gigante hacia la igualdad de los derechos de las mujeres que supuso aquel proyecto de renovación inspirado por la Institución Libre de Enseñanza (ILE).

Con este fin se reconstruye la formidable aventura de la Residencia de Señoritas, que en sus veintiún años de vida no sólo alcanzó importantes logros materiales –pasó de ocupar la pequeña villa en la que se inauguró en la madrileña calle de Fortuny, con capacidad para treinta estudiantes, a tener doce edificios con cabida para cerca de trescientas–, sino que también consiguió que de sus aulas saliera un grupo excepcional de mujeres muy cualificadas gracias a las que el modelo social tradicionalmente asociado a la condición femenina empezó a experimentar una auténtica transformación.

Un mismo proyecto

Clase del Instituto Internacional, hacia 1911.

Clase del Instituto Internacional, hacia 1911.

Las dos residencias, masculina y femenina, formaban parte del mismo proyecto, compartían los mismos principios, perseguían similares objetivos y, entre 1915 y 1936, sus trayectorias corrieron paralelas.

Como en la Residencia de Estudiantes, en la de Señoritas las residentes, además de con los servicios de alojamiento, contaban con un laboratorio en el que hacer sus prácticas, con una nutrida biblioteca en la que apoyarse para sus estudios o con un programa de conferencias, conciertos o lecturas poéticas orientado a ampliar su formación. Todo ello en una atmósfera pensada para «ofrecer a las alumnas la garantía de un hogar espiritual rodeado de benéficos influjos, en el que poder disfrutar de las ventajas de la vida corporativa, de un sano ambiente moral y de toda clase de estímulos y facilidades para el trabajo» –como rezaba el folleto de 1933.