Gracias a la excepcional reunión de 48 de obras de museos españoles, europeos y americanos, el Prado presenta una muestra que, organizada en colaboración con el Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC), permite admirar por primera vez en toda su dimensión el virtuosismo técnico y el sugestivo universo visual de este maestro de origen cordobés considerado el mejor pintor de la Corona de Aragón en el último tercio del siglo XV y el máximo representante de la influencia flamenca.

Este excepcional pintor gótico destaca por su técnica extraordinaria y por su originalidad iconográfica. Hoy se pueden ver obras de Bermejo no sólo en España, sino en museos de Boston, San Diego, Londres, Chicago o Nueva York, entre otras ciudades.

El MNAC ya acogió en 2003 una exposición con obra de Bermejo sobre la pintura gótica hispanoflamenca. La nueva muestra, comisariada por Joan Molina, profesor de la Universitat de Girona, reúne por primera vez la mayor parte de sus obras conservadas, como San Miguel triunfante sobre el demonio con Antoni Joan de Tous, procedente de la National Gallery de Londres, o Piedad Desplà de la Catedral de Barcelona –considerada su obra maestra–, entre otras.

Esta exposición se exhibirá, con pequeñas variaciones, en el MNAC entre el 14 de febrero y el 19 de mayo de 2019.

Desde la cosmopolita Valencia

El trabajo de Bermejo se fundamenta en el uso de las potencialidades pictóricas de la entonces novedosa técnica del óleo. A partir de esta premisa supo desarrollar un personal lenguaje de signo realista, especialmente atento a los efectos ilusionistas pero también a la definición de espectaculares gamas cromáticas. Su principal referente fue la pintura flamenca, la escuela inaugurada por Jan van Eyck y Rogier van der Weyden que, en la segunda mitad del siglo XV, había conquistado toda Europa, incluida Italia.

Aunque se ha especulado con que Bermejo pudo formarse en los talleres septentrionales, es más posible que su aprendizaje tuviera lugar en la cosmopolita Valencia del segundo tercio del siglo XV, una ciudad abierta tanto a los modelos flamencos como a los italianos, de los que el pintor cordobés también se hizo eco.

Junto a su destreza técnica, sorprende también su capacidad para desarrollar nuevas interpretaciones de todo tipo de temas e iconografías de carácter devocional. Su inquietud por seguir explorando nuevos terrenos, especialmente en el ámbito del paisaje y el retrato, le permitió concebir algunas de sus obras más complejas e innovadoras en el último periodo de su trayectoria profesional.

Todo ello fue advertido por una grupo de selectos comitentes, desde grandes eclesiásticos y nobles hasta distinguidos mercaderes, así como por sus colegas de profesión, que a menudo imitaron sus composiciones.

Tras su muerte, su nombre y obra cayeron en el olvido. Su recuperación se produjo a finales del siglo XIX, cuando algunas de sus tablas más señaladas despertaron el interés tanto de destacados coleccionistas internacionales como de falsificadores de pintura antigua.