¿Qué suponen para usted estos reconocimientos?

Por la edad o no sé muy bien por qué últimamente me están dando premios. Juro que no los busco. Pero he de confesar que el Premio Antonio de Sancha y el de las Letras me emocionan. Me emociona porque Antonio de Sancha fue una figura genial y como tantos otros genios de la historia apenas se sabe quien es. El representa en el siglo XVIII el ideal ilustrado. Su labor editorial es inmensa. Fue, como señala un libro delicioso editado en 1997 por Calcografía Nacional un «reinventor de lecturas y hacedor de libros». Respecto al Premio Nacional de las Letras es obvia, y creo que justificada, la emoción.

Se define usted como defensor a ultranza de la lectura…

Soy un apasionado de la lectura. No hago retórica barata al confesar esta pasión. A lo largo de todos estos años como profesor aquí y en Alemania, o en la Biblioteca Nacional, en la Academia o en el Ateneo he ido disfrutando de libros y tengo una buena biblioteca. No son libros de lujo, porque jamás he tenido dinero para ello, pero son los libros de mi vida porque los libros son mi vida, mi compañía, mi disfrute; mi trabajo. Toda mi casa está llena de libros. Podría reconstruir mi vida mirando esos libros. Por eso defiendo y amo apasionadamente la lectura. En mi caso no tiene mérito alguno porque es mi vida. No me imagino esas paredes desde las que los libros me hablan con cuatro o cinco de esos aparatitos que contienen miles de libros. Esa no sería mi vida aunque los textos estén dentro de esos artefactos.

Creo que tenemos que dar las gracias a todos los escritores que nos acompañan a lo largo de nuestra vida. Es la compañía más maravillosa. El poder dialogar con Platón o con Goethe o con Cervantes o con Lorca…. el que yo pueda tomar uno de sus libros y a través de esas letras pueda hablar con esos compañeros de la vida y de la historia es, en mi opinión, el don más hermoso que podemos disfrutar los seres humanos. Por ejemplo, y por citar solo un ejemplo, el parlamento de Marcela en El Quijote es una de los más bellos textos, y uno de los primeros que se han hecho sobre la defensa de la libertad de la mujer. Un brillante texto feminista.

¿Cómo fueron sus primeras lecturas?

Yo soy un niño de la Guerra Civil. Me recuerdo niño todavía leyendo en la cueva en la que pasábamos muchas noches durante la guerra protegiéndonos de las bombas. Pero a pesar de las circunstancias era feliz pues aprendí a leer y conocí esa felicidad. Nací en Sevilla pero con poco más de cinco años me trajeron a Vicálvaro, un pueblo entonces de Madrid, a dónde habían destinado a mi padre, que era militar. Allí tuve un maestro de la República joven y extraordinario, don Francisco López Sancho, que nos hacía leer y nos invitaba a hacer sugerencias sobre lo que leíamos. Eso fue una explosión de libertad y fue decisivo en lo que ya sería para mi una pasión de por vida. Tengo, imborrable, su imagen en mi memoria y un agradecimiento eterno.

La lectura nos acompaña durante toda la vida y hay que fomentarla desde el primer momento. La muerte de una sociedad es la muerte de la lectura. Una sociedad que no lee, muere.

La palabra como eje, ¿no es así?

Los seres humanos somos mamíferos como cualquier otro mamífero, pero tenemos lengua y la lengua crea comunidad, crea sentido, crea palabra. Como decía Aristóteles, el ser humano tiene logos. Articula la lengua y crea sonido semántico, sonido consentido que crea espacio y vida. Un sonido que crea libertad. Porque el lenguaje y la comunicación son también principio de libertad. Cierto es que el lenguaje puede servir también para manipular, para obturar, para entontecer, pero eso es una patología del lenguaje, porque el lenguaje en sí mismo es no sólo medio de comunicación entre los seres humanos sino también medio de enriquecimiento.

[Cuando habla de su pasado se refiere con admiración a Alemania, país en el que ha vivido largas temporadas. «En el año 1953 me fui a Alemania gracias a una beca del Instituto Alexander von Humboldt. Salí de aquella España triste. Necesitaba salir y conocer otra realidad. Tengo que decirlo así pues estamos en una sociedad democrática en la que uno tiene derecho a decir lo que piensa. Mucho después tuve la suerte de ser profesor en el Instituto de Estudios Avanzados de Berlín desde 1988 a 1993. He vivido los dos «berlines» y eso me ha dado una perspectiva interesante. Es significativo el hecho de que cuando llegué a Heildelberg siendo un chaval, el taxista que me llevaba a la pensión en la que me alojé me habló de los profesores de la Universidad de la ciudad y, con orgullo, me dijo que entre ellos había tres Premios Nobel.

Salta Lledó de un tema a otro y esos saltos tienen siempre un hondo interés, una profundidad natural, no forzada, como cuando se refiere a la enseñanza de los idiomas.]

Se estudian mal los idiomas en España. Me refiero a la enseñanza en el bachillerato. En otros países la enseñanza de otras lenguas se toma en serio. Aquí hablamos de «colegios bilingües» pero ese bilingüismo me pone un poco nervioso. Preferiría que fueran centros monolingües, pero en los que se estudien idiomas de verdad. Los estudiantes alemanes han estudiado inglés en su bachillerato y hablan inglés. Es muy interesante este afán que nos ha dado por el inglés, pero es preciso hacerlo bien porque la realidad nos dice que nuestros chavales salen de su bachillerato sin saber hablar la lengua que han estudiado.

Y, como consecuencia, la lectura como salvación. Ese es otro de sus «caballos de batalla»…

Hace veintiocho siglos, que es cuando nace eso que conocemos como cultura occidental, surge el concepto de la lectura, de la compañía de los demás. Entonces no había todavía lectura, pero la memoria pura era una forma de lectura. Y después hay un momento en las costas de Asia Menor en donde los comerciantes griegos y fenicios necesitaban reflejar lo que oían y por esa necesidad pragmática se creó la escritura. Necesitaba sostenerse en el papel.

Los libros son objetos. Hay que tocarlos. Envejecen conmigo. El tiempo se pone amarillo en las páginas de los libros. Los subrayo. Es verdad que la tecnología es importantísima en nuestro mundo y supone una ayuda enorme. Pero personalmente no creo en aquello que alguien dijo en relación con que cada niño debería tener un ordenador delante de sus narices. Yo no creo que eso tenga que ver con la educación. Es un instrumento magnífico, pero un instrumento. La cultura, la lectura no se hace porque el niño tenga un ordenador delante de su cara. Hay que enseñar a leer, a amar a la lectura porque aunque suene retórico hay que recordar que los seres humanos somos dos cosas: lenguaje y afecto. Hay dos vectores que organizan la vida humana: la comunicación lingüistica y la comunicación afectiva.

¿Cree que en España se está fomentando adecuadamente la cultura?

A veces pienso si no nos estaremos ofuscando con eso del pragmatismo. Hay algunas universidades, especialmente las privadas, que anuncian su bondad asegurando que en cuanto el estudiante concluya sus estudios ya estará trabajando en la empresa. Eso me parece una monstruosidad. Hay que hacer que los estudiantes encarnicen con lo que estudian. Que amen la filología clásica, la anatomía patológica, el derecho romano… aquello que estudian. Ya llegará después el ganarse la vida, que claro que es importante y para eso se esfuerzan, pero obsesionar a los jóvenes con lo de ganarse la vida, y lo decía Walter Benjamin, «es la manera más terrible de perderla». Ese pragmatismo puede deteriorar irremediablemente ese amor por la cultura.

Platón dice que en la vida hay el «nivel del cuerpo» y, por encima, «el nivel de la mente, de la inteligencia». Hay otro texto de Aristóteles que señala que el ansia de poseer y el ansia de dinero es propio de «personas ínfimas y no libres». El trastocar esos planos y el poner primero lo económico, la pragmacia, es una deformación. La verdadera riqueza de un pueblo es la cultura; su cultura.

¿Qué se puede hacer para revertir la situación y que la cultura sea realmente protagonista?

Acaso individualmente poco, pero los medios de comunicación pueden hacer mucho; muchísimo. He sido profesor más de cincuenta años y he llegado a la conclusión de que desde donde más se puede hacer en el sentido que usted apunta, en el de revertir la situación y convencer a los que nos mandan, es desde los medios de comunicación. Los educadores del mundo de hoy son, en buena medida, las personas que están en la prensa.

Dicho esto, creo que la asignatura Educación para la ciudadanía es trascendental pues supone educar en el respeto a lo publico, al espacio público, el respeto a la calle y a la ciudad que es tuya y mía y de los otros. Es esencial.

En su condición de filósofo, ¿cree que la filosofía está jugando en el mundo actual el papel que le corresponde?

Eso de que la filosofía es algo que está fuera de la realidad es una gran mentira. El que afirma eso no sabe de lo que habla. Los filósofos han sido siempre conciencia crítica en el seno de su tiempo. Siempre, desde los presocráticos hasta los filósofos de hoy mismo. Pero, además, todos somos filósofos. La primera línea de la Metafísica de Aristóteles, textualmente dice : «Todos los hombres tienen necesidad de entender». A mí me parece lamentable que se quite del bachillerato la enseñanza de la filosofía. La filosofía es un instrumento para hacer pensar, para hacer amar los conceptos y el lenguaje, la historia y la enseñanza. Para hacer amar la vida. Es verdad que la filosofía no tiene que ver con esa asignaturita apretada que muchas veces se ha confundido con otra cosa. También la enseñanza de la filosofía requiere una revisión. El cultivo de las humanidades es esencial también desde la óptica del pragmatismo. Es una equivocación terrible el condenar a la gente joven a la «practitocracia».

¿Qué piensa de la actual situación política?

Lo que es más grave es el sinvergüenza que tiene poder. Aquel que determina nuestras vidas y que no es una persona digna. Una de los ejes de la filosofía griega es la decencia. El indecente con poder no sólo se corrompe a sí mismo sino que lleva a la ruina a su entorno. He dicho que estos tiempos son tan crudos como los de la dictadura. Lo son porque entonces teníamos esperanza. Esperábamos que las cosas cambiarían. Ahora estamos también en el territorio de la esperanza pero a veces discretamente o «muchamente» desesperanzados. Me entristece lo que estamos viendo. Es inaceptable y hay que revertirlo.

Por último, ¿quién es y cómo se siente hoy Emilio Lledó?

Es una pregunta difícil. Hay momentos en los que piensas que te quedan pocos telediarios. Pero eso no me entristece para nada porque me parece que soy el mismo que con una maletita de cartón, que en la frontera se rompió y tuve que atar con una cuerda, se fue a Alemania. Conservo aquel espíritu medio emprendedor, medio curioso, y eso me da felicidad. Me miro en el espejo y no me avergüenzo.