Organizada junto con el Meadows Museum (Dallas) y comisariada por Amaya Alzaga, esta gran exposición recorre, de forma cronológica y temática, toda su trayectoria. Con más de cien obras, presenta además varias pinturas inéditas que han sido descubiertas en el transcurso de la investigación realizada para su preparación. También cuenta con el apoyo de casi sesenta instituciones y colecciones particulares, tanto nacionales como internacionales, entre las que figuran el Museo Nacional del Prado, The Metropolitan Museum of Art, Nueva York; Clark Art Institute, Williamstown, Massachusetts; The Hispanic Society of America, Nueva York, o el Musée d’Orsay de París.

Raimundo de Madrazo y Garreta nació en 1841 en Roma, donde su padre, el pintor Federico de Madrazo, completaba su formación. Un año más tarde se trasladó con su familia a Madrid y, ya desde su infancia, destacó en la práctica del dibujo, disciplina en la que fue formado por su progenitor y por su abuelo José, quienes la consideraban el fundamento de toda creación artística. Con tan solo 13 años, el joven ingresó en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, convertido ya en la gran esperanza de los Madrazo para continuar la tradición familiar.

Sus obras de adolescencia son reflejo de las enseñanzas académicas de la Escuela, tanto en la elección de los temas —en los que destaca el género histórico o religioso— como en la factura, con predominio del dibujo y el equilibrio en las composiciones. En ellas pone de manifiesto su precocidad y el avanzado nivel de composición, color y representación del paisaje alcanzado por un autor tan joven.

Al terminar los estudios, y a pesar de sus excelentes calificaciones, renunció a optar a una plaza de pensionado en Roma, con el fin de evitar las posibles críticas a su padre, que ostentaba importantes cargos, como profesor de la Academia de San Fernando y director del Museo del Prado. Al cumplir 20 años viajó a París a terminar su formación. Seguía así la tradición familiar: su abuelo y su padre habían frecuentado respectivamente los ateliers parisinos de Jacques-Louis David y Jean-Auguste-Dominique Ingres. A diferencia de ellos, el tercer representante de la saga no regresó a España y desarrolló toda su carrera entre Francia y Estados Unidos, donde realizó distintas tournées de retratos a partir de 1897.

Afincado en París desde 1862 se alejó de los géneros decimonónicos por excelencia, como la mitología y la pintura de historia, y rompió con la tradición que dictaba seguir los pasos de la carrera artística oficial para participar en los mecanismos del mercado. Respondía así a las preferencias de una creciente clientela de la alta burguesía que demandaba escenas de género en las que personajes anónimos protagonizaban situaciones intrascendentes en escenarios pintados con preciosismo.

El deseo burgués de poseer obras que diesen testimonio del prestigio social de su dueño se tradujo en la proliferación de estas escenas. Ejecutadas habitualmente en pequeñas tablitas o tableautins, escenas como las toilettes, la representación de mujeres que leen o escriben, de bailes de máscaras o de personajes como Pierrot se convirtieron en motivos predilectos de esos preciados objetos. Junto con Mariano Fortuny y Eduardo Zamacois, Raimundo de Madrazo fue uno de los pintores que se especializaron en este tipo de obritas, tan del gusto del gran público en el tránsito del siglo XIX al XX.

El juste milieu

Desde su atalaya parisina, el pintor fue testigo privilegiado del vibrante panorama artístico del último tercio del siglo XIX, en el que convivieron las corrientes académicas que apoyaban los certámenes oficiales junto con nuevas tendencias creativas, como el impresionismo, que abrieron rutas alternativas y derivarían en las vanguardias de principios del XX. En gran parte ajeno a ambas orientaciones, Madrazo se adscribe a lo que se denominó el juste milieu. Ejecutada con grandes dosis de habilidad y perfección técnica, y en la que destaca el ingenio, pero no la desmesura, esta pintura representaba el gusto mayoritario, por lo que gozó de gran éxito comercial y de crítica durante la segunda mitad del siglo XIX. Sin embargo, su decadencia fue tan fulgurante como lo había sido su ascenso, y casi todos los pintores adscritos a esta corriente resultaron olvidados por la historiografía y solo recientemente han comenzado a gozar del reconocimiento que merecen.

 

A partir de la década de 1880, Madrazo abandonó progresivamente la pintura de género para dedicarse de manera casi exclusiva al retrato, tema que en esos momentos estaba conociendo su declive. Además de la indiscutible fuerza y calidad técnica de sus efigies, las identidades de los retratados testimonian, casi sin excepción, la selecta clientela que acudió al estudio del pintor, cuya reputación se asociaba a la elegancia, la moderación y el virtuosismo.

Durante las décadas de 1870 y 1880 realizó varias obras icónicas de este género, ejemplos maestros de la distinción y preciosismo cosmopolitas. Madrazo obtuvo su ansiada consagración oficial en la Exposición Universal de 1878, donde obtuvo una primera medalla y la concesión de la Cruz de Caballero de la Legión de Honor. De las 14 pinturas con las que concurrió, cinco fueron retratos. Entre ellos destacan el del actor Benoît-Constant Coquelin y el Retrato de niña con vestido rosa, ambos localizados recientemente para esta exposición.

Durante la siguiente década, ya situado en el circuito de los mejores retratistas de la capital, Madrazo realizó algunas de las efigies más importantes de toda su producción. Especialmente notoria es la dedicada a Rosario Falcó y Osorio, duquesa de Alba, obra que alcanzó gran popularidad a lo largo de la carrera del pintor, junto a los diversos retratos de miembros de la alta sociedad y la realeza, como el del segundo marqués de Casa Riera o el de la reina María Cristina.

La amplia red de contactos con que contaba el artista también se materializó en el encargo de retratos de destacados miembros de la sociedad francesa, entre los que se cuentan los tres que realizó de la marquesa d’Hervey de Saint-Denys. Mayor austeridad revisten los de personajes pertenecientes al mundo diplomático; en muchos de ellos se percibe la lección aprendida de Velázquez, con fondos neutros sobre los que destaca la figura. Es el caso del retrato de Amélia da Silva Guimarães o el de los hijos del barón von Stumm, embajador de Alemania en España.

Sus cuadros de género y retratos mundanos, ejecutados con gran virtuosismo y una técnica impecable, si bien se correspondían con el gusto del momento, no gozaron de fortuna crítica en el relato de la modernidad artística. Esta muestra busca contextualizar y rescatar del olvido sus aportaciones y valores plásticos como un actor fundamental de la escena artística y de la sociedad más mundana e internacional de finales del siglo XIX y principios del XX.


– El catálogo que acompaña la exposición incluye todas las obras expuestas, junto con una serie de ensayos que contextualizan y profundizan en la figura de Raimundo de Madrazo. Como comisaria de la muestra, Amaya Alzaga realiza un recorrido por su vida y obra; el conservador de pintura española del CEEH en la National Gallery Daniel Sobrino se centra en el gusto por la pintura española en EE.UU. a partir de Madrazo y de uno de sus más importantes mecenas, William Hood Stewart; y la historiadora Mathilde Assier aborda la recepción de Madrazo en París. El volumen cuenta con una edición en español, editada por Fundación MAPFRE, y otra en inglés, a cargo del Meadows Museum.

– Tras su paso por Madrid, la exposición viajará al Meadows Museum, SMU, Dallas, Texas, donde podrá visitarse entre el 22 de febrero y el 21 de junio de 2026.

La gran saga

Los Madrazo destacaron como una de las familias más influyentes y reconocidas en el arte español del siglo XIX. Nieto del pintor neoclásico José de Madrazo e hijo de Federico de Madrazo, el más destacado retratista del Romanticismo español, Raimundo fue también cuñado e íntimo amigo de Mariano Fortuny. Además de ser descendiente directo de dos pintores de cámara y directores del Real Museo de Pintura y Escultura (actual Museo del Prado), entre sus tíos se encontraban Pedro de Madrazo, quien se distinguió como pintor, literato y crítico de arte; Luis de Madrazo, igualmente dedicado a la pintura, y Juan de Madrazo, afamado arquitecto seguidor de Viollet-le-Duc. Asimismo, su sobrino Mariano Fortuny y Madrazo destacó como diseñador y escenógrafo. Por la rama materna, los Kuntz también gozaron de prestigio como pintores y retratistas. Heredero de esta tradición, el propio Raimundo desarrolló una brillante carrera en el ámbito de la pintura de género y del retrato; y también su hijo, conocido como Cocó, llegó a convertirse en un reconocido pintor de la sociedad parisina de inicios del siglo XX.