Coincidiendo con el 60 aniversario del Tratado de Roma, la obra nace enmarcada en el Aula Andrés Laguna, una iniciativa del Ayuntamiento de Segovia, la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce, la Universidad de Alcalá y la Fundación Lilly para dar difusión a la memoria intelectual y al conocimiento de la vida y obra de este médico humanista segoviano del siglo XVI.

Andrés Laguna nace en Segovia en torno a 1511, es hijo de padres conversos y, por tanto, cristiano nuevo. Este hecho, en la Castilla de comienzos del siglo XVI, supone un lastre y un acicate que de algún modo determinan la vida entera de quien lo padece: un lastre porque los cristianos nuevos se vieron cada vez más acorralados en su patria, y un acicate porque esa misma rémora, al menos entre las minorías cultas, los hizo partidarios y perseguidores de unos ideales políticos, religiosos y culturales que en muchos casos coinciden con la base sustancial de lo que se ha dado en llamar el humanismo.

Desesperado lamento

Como otros muchos humanistas, como Erasmo o Vives, también Laguna se espanta de la guerra perpetua de los países occidentales -por motivos políticos y religiosos- y emite este lamento casi desesperado como un intento último de lograr inculcar en los príncipes cristianos la conciencia de unidad religiosa.

Pero aún hay más, apunta Ana Zamora: «Si leemos con atención el discurso, podemos darnos cuenta de que la llamada de Laguna a la pax christiana no solo tiene un fundamento religioso, sino que en ella también se entrevé ya una idea de cultura: a los europeos les une la Biblia, pero también el bagaje cultural de la Antigüedad precristiana que, aun siendo pagana, había formado culturalmente al cristianismo y le había dado el empuje definitivo para lograr la perfección del espíritu».

Podemos decir que Laguna fue un europeísta, pero tal afirmación debe someterse a justos matices: lo fue en cuanto le preocupaba el futuro de Europa, asolada por las constantes guerras de sus soberanos y resquebrajada en su unidad religiosa; en cuanto en su discurso propone la paz como única salvación; en cuanto hace una llamada de atención a todos para que cobren conciencia de lo que significa ser europeo, de la carga cultural, moral y espiritual que ello comporta.

Reflexión conciliadora

Como señala Zamora: «El discurso de Andrés Laguna constituye hoy una vía privilegiada para reflexionar sobre la noción de Europa, que en su propia época ya no era meramente geográfica, sino cultural. Las oposiciones doctrinales entre católicos y protestantes habían acabado con el concepto de cristiandad, y había que recurrir a una postura conciliadora que, desde la tolerancia, remitiera a una necesaria adhesión a los valores culturales heredados de la doble tradición clásica y cristiana. Este legado, de base eminentemente humanista, permite superar las oposiciones confesionales y sugiere un ideario que inaugura el concepto moderno de Europa».

No puede ser más actual la materia abordada en este espectáculo, desde una perspectiva política, social y cultural en el más amplio sentido del término. Nao D’Amores -colectivo de profesionales procedentes del teatro clásico, los títeres y la música antigua nacido en 2001- desarrolla una labor de investigación y formación para la puesta en escena del teatro medieval y renacentista.

Según su máxima responsable, «desde su compromiso con el presente, a través de su confianza ciega en el valor de la historia para transformar sociedades, nuestro colectivo no podía renunciar a abordar este apasionante proyecto. Tomamos las ideas del segoviano Andrés Laguna y las transformamos en materia escénica para que vuelvan a adquirir sentido propio en el espacio para el que fueron concebidas, el de la palabra hablada».

Inquietante espacio escénico

En ese inquietante espacio acondicionado escenográficamente para la ocasión, Laguna actuar como autor y ejecutor del discurso, pero no se conforma con presentarse a sí mismo frente al auditorio, sino que opta por entregarse a todo un ejercicio de ficción dramática. Él mismo se transmuta en Europa para, a través de una sorprendente propuesta dramatúrgica, dialogar consigo mismo. Andrés Laguna y Europa se interpelan e interactúan ante un destinatario común, un gran elenco de príncipes y doctísimos varones que hoy se transforman en nuestro público contemporáneo.

Un complejo juego escénico en el que las identidades y las épocas se cruzan. Ayer y hoy, nosotros somos espectadores de esta declamación fúnebre, pero al mismo tiempo todos somos Andrés Laguna y todos somos Europa.

Como afirma Ana Zamora: «El pasado y el presente han de dialogar entre sí en estos turbios momentos que nos ha tocado vivir en la vieja Europa, y el teatro constituye un espacio privilegiado para un diálogo que no aportará soluciones, pero sí espacios para la reflexión constituyendo el espacio de encuentro de una sociedad consigo misma».

En esta ocasión, «hemos optado por construir una dramatización de carácter artístico-didáctico que nos permita entender los hechos narrados en su contexto sincrónico, para generar una reflexión que pueda sernos útil en los necesarios replanteamientos en torno a lo que hoy significa el término Europa».

«Siguiendo nuestra dinámica habitual de trabajo como equipo artístico estable especializado en el ámbito prebarroco, no pretendemos acometer una recreación arqueológica de lo que pudo constituir el discurso original. A través de un riguroso acercamiento de carácter documental hemos construido un espectáculo que, presentado por un conferenciante que en escena ubica el material textual en su contexto histórico y filosófico, se articula en torno a la representación de un actor -magnífico en su papel Juan Meseguer- y dos músicos -Eva Jornet e Isabel Zamora- que rescatan la teatralidad e imágenes que subyacen bajo las palabras de Andrés Laguna».