La ciudad nos recibe el jueves con un día soleado y fresco de final de diciembre, perfecto para callejear por el centro y pasearse por sus barrios del XVII y XVIII dejándose conquistar por el encanto de su caserío y sus templos barrocos o explorando sus castillos y baluartes defensivos. Tras soltar lastre en el estupendo apartamento alquilado junto al convento de San Francisco, nuestros pasos se encaminan al barrio de La Viña, donde la primera parada, al final de la mañana, es obligatoria: Casa Manteca.

Chicharrones de Casa Manteca.

Manteca, “arte puro” como ellos mismos se promocionan, es una taberna con más de 50 años de historia y que, aunque colonizada cada vez más por el turismo (en el que me debo incluir), aún conserva el aspecto, la clientela y el ambiente rancio, guasón y sabrosísimo de bar de barrio y con vocación taurina que un día tuvo.

Su oferta gastronómica, sencilla e imbatible, está dominada por las chacinas, los quesos y las salazones. Su estrella indiscutible, el chicharrón especial de Chiclana, es algo que hay que probar al menos una vez en la vida. La mojama tampoco se queda atrás. Y todo servido en papel de estraza y regado con cerveza helada o los mejores vinos del marco de Jerez.

Una vez asentado el cuerpo y el espíritu en la primera parada, marchamos camino de El Faro decididos a continuar nuestra ruta al mejor nivel. Este restaurante, uno de los más clásicos y elegantes de la ciudad, tiene una maravillosa barra de tapeo en la que degustar, entre otras delicias, las mejores tortillitas de camarones que he probado jamás tras las de Balbino en Sanlúcar de Barrameda. Para nuestra decepción, nos encontramos el local completamente lleno, sin espacio casi ni para cruzar el umbral. Y para nuestro disgusto, cuando ya nos hacíamos a la idea de seguir camino sin catar las tortillitas, tuvimos que enfrentarnos al desplante de uno de sus camareros, que desde la barra y sin dirigirnos la mirada siquiera nos espetó un “¿pero no veis que no hay sitio?” con tal malaje y descaro que jamás habría imaginado que algo así pudiera pasarme en Cádiz.

No dudaré en volver a El Faro en la próxima ocasión que visite la capital gaditana, y estoy convencido de que disfrutaré de nuevo de su estupenda cocina y del trato habitual de su personal. Lo que nos ocurrió a nosotros allí este diciembre debe ser una excepción, seguro. Confío en que nunca más ningún cliente tenga que salir de allí con el enfado y la pena con la que lo hicimos nosotros este 27 de diciembre.

Clásicos y novedades

Papas aliñás de Recreo Chico.

Intentando recomponernos del disgusto, nos encaminamos hacia la Alameda Apodaca, cruzando todo el centro por el Teatro Falla y la plaza de San Antonio. En el camino, nos topamos con una de las interesantes sorpresas de este viaje, el encantador Recreo Chico, que es en realidad un clásico que estuvo cerrado más de 20 años y recientemente ha reabierto a manos de un equipo joven, alegre y servicial. Disfrutamos con sus sabrosas papas aliñás con huevas de maruca y su guiso del día, una merluza con alubias. Habrá que volver pronto por allí porque, aunque el pescado nos resultó un poco insípido (mala elección por nuestra parte), nos quedamos con muchas ganas de explorar su carta y su cocina con más detenimiento.

Abanico ibérico en Balandro.

De allí, en un salto, a nuestra última parada de la mañana: el Balandro. Este espectacular local, grande y diáfano, con unas vistas geniales de la bahía, dispone de una barra larga larguísima, en forma de U, en la que se puede disfrutar de sus imaginativas tapas. Allí exploramos el paté de ortiguillas y el abanico ibérico en salsa de barbacoa casera y claudicamos con los deliciosos tacos de ropavieja.

A la tarde, con fuerzas renovadas tras la necesaria siesta, disfrutamos de un gran paseo por la zona comercial alrededor de la plaza del Palillero y descubrimos los orígenes romanos y medievales de la ciudad tras la Catedral y en los barrios del Pópulo y Santa María, junto a Puerta Tierra.

Una vez abierto el apetito con la caminata volvimos a combinar lugares conocidos con locales por conocer. Paramos primero en La Bodeguita, en la calle Plocia, magnífica recomendación de una conocida gaditana, en la que disfrutamos de unas sabrosas y picantonas almendritas (pequeños chocos) al ajillo. Otro sitio al que su carta y su ambiente (y su tremenda vitrina de marisco y pescados) invita a volver.

Locales ambientados

A escasos pasos de La Bodeguita está otro de los grandes clásicos de la ciudad, el vasco andaluz Atxuri. Allí nos metimos guiados por el recuerdo de una barra animada y con excelente producto. El género seguía allí, y disfrutamos de unas estupendas anchoas con tomate, pero nos apenó el escaso público presente en el local, quizás porque aún era temprano, quizás por el efecto de las vacaciones de Navidad.

Tataki de tarantelo en Casa Lazo.

Pero no hay lugar para la añoranza. Otro clásico nos esperaba. Intentamos entrar en un local del que guardamos un gran recuerdo, La Candela, pero fue imposible. Estaba a rebosar. Así que nos encaminamos a Casa Lazo, una referencia en el centro que nosotros aún no conocíamos. Y la verdad, fue un acierto. El local estaba muy ambientado y, tras hacernos un hueco en la barra, disfrutamos de un magnífico tataki de tarantelo de atún. Quizás le sobraba un poco de salsa de soja, pero el pescado era una delicia.

El ‘distraido’ de Cumbres Mayores.

Pero la tarea aún no había concluido. Haciendo caso a las recomendaciones de nuestro casero, regresamos al entorno de la Alameda Apodaca para rematar la faena en Cumbres Mayores, un templo del cerdo ibérico en todas sus formas en el que nos sorprendió el distraído (tomate aliñado con panceta ibérica) y no llegamos a ser capaces de terminar la ración de paleta ibérica con la que quisimos poner la guinda a nuestra apretada ruta.

Fue un día completo, sabroso y satisfactorio en el que, con todo y con eso, nos quedamos con las ganas de desayunar los churros de La Gorda, volver al bar Terraza y haber logrado entrar en El Faro o La Candela. Pero no pasa nada. Así tenemos motivos para volver, algo que seguro ocurrirá más pronto que tarde.

Tras un buen desayuno andaluz y un estupendo paseo hasta el mercado de abastos (visita obligada), la escapada gaditana terminó el viernes con parada exprés en Sanlucar de Barrameda para almorzar de vuelta a Sevilla, con peaje en sus tres B, que no son bueno, bonito y barato (que también) sino Barbiana, Balbino y Bigote. Pero esa es otra historia.