La muestra, primera dedicada a este tema, tiene su punto de partida en el libro Breve Historia de la Sombra (1997) de Víctor I. Stoichita, catedrático de Historia del Arte en la Universidad de Friburgo (Alemania), que además es el comisario de la exposición.

El discurso expositivo se articula, tal y como hace el libro, en torno al mito que Plinio el Viejo fundamenta en su Historia Natural como origen de la representación occidental: la hija del alfarero corintio Butades se enamora de un joven que va a marcharse de la ciudad. Para recordarle, la muchacha siluetea su perfil en la pared, obtenido por medio de la sombra surgida a la luz de una vela. Después Butades aplicó arcilla e hizo un relieve, inaugurando el acto de creación artística.

El peso de las sombras

El objetivo es indagar sobre el peso en la cultura occidental de un fenómeno, la sombra, que en palabras del propio Stoichita sitúa el acto de representar “bajo el signo de una ausencia/presencia (la ausencia del cuerpo/presencia de su proyección). La dialéctica de esta relación dicta la cadencia de la historia del arte”.

El conjunto se inicia en el Museo Thyssen, presentando y ejemplificando primero la historia de Plinio para ofrecer al inicio del recorrido las diferentes concepciones del mito que tienen los propios artistas. Destaca el hecho de que se traten en su mayoría de cuadros del final del siglo XVIII, pues permite ubicar la recepción del mito por los artistas justo antes del reflejo de la sombra en el arte con concepciones nuevas, en su mayoría negativas, que proliferará en el romanticismo.

Uno de los más fascinantes de esta sección es Los orígenes del Realismo Socialista (1982-83), de Komar y Melamid, siniestro cuadro en el que se justifica la impositiva concepción del arte soviético realista-socialista mediante el mito grecolatino, personificado en este caso por Josef Stalin. Es el perfil del dictador el que dibuja la muchacha corintia, que adquiere en el cuadro un papel más de musa que de enamorada, a pesar de que Stalin la abraza ostensiblemente. Es una obra bien escogida por sus obvios referentes políticos, forzosamente relacionados con un mito de la Edad Antigua. El cuadro, bastante ambiguo, ofrece un sentido movedizo entre la ironía, la reflexión, la propaganda y la caricatura.

Punto de partida

El recorrido continúa cronológicamente, desde el Renacimiento hasta el fin de siglo XIX, mostrando las diversas representaciones de la sombra en el arte, con todo el peso simbólico, iconográfico o expresivo que pueda poseer el tema según las obras de cada época. En la sala dedicada al Renacimiento se puede apreciar cómo la sombra es un factor adaptado, salvo excepciones, a la visión ideal clara y armónica que preconizaba la estética de la época, sobre todo del siglo XV.

Se podría decir que la sombra en el Renacimiento se destaca por su sutileza, por su papel supeditado a una verosimilitud entendida por medio de iluminaciones claras y uniformes. Porque es evidente que las sombras crean contrastes, ocultan y siempre fragmentan o reducen la visión. Y la construcción de valores estéticos por medio de esas características expresivas de la sombra no se efectuará hasta el Barroco.

Es en esta época cuando la sombra adquiere virtudes dramáticas impresionantes, asociada a la idea de un arte esencialmente teatral que usa los terribles contrastes del claroscuro para emitir sensaciones e ideas con la mayor vehemencia posible. Esto se hace patente, y se puede apreciar en las salas dedicadas a este período, en la lección que legó Caravaggio y en artistas como Georges de la Tour o, por supuesto, Rembrandt, donde los valores expresivos de las sombras producen atmósferas tan inquietantes como las del Romanticismo.

La sombra como algo oscuro

Es precisamente durante el Romanticismo cuando la sombra adquiere unos valores “negativos” que perdurarán hasta nuestros días. La sección que expone obras románticas así lo demuestra, con cuadros en los que la representación de la sombra se entiende como la representación de lo “otro”, de lo oscuro (oculto, invisible, desconocido, etc.) de la realidad. Son los monstruos de la razón que dejó Goya, pero surgidos de uno mismo, con lo que la reflexión gana en profundidad y en peligrosidad. Se puede apreciar este papel en La gran Sombra (1805) de Tischbein, una pequeña acuarela en la que la sombra del propio artista invade un amplio espacio vacío, proyectando todo lo que el pintor, visiblemente melancólico por su gesto, no comunica.

La sombra se refleja según valores dramáticos aprendidos del Barroco, pero aplicados a la individualidad romántica en lugar de a la expresión de una fe. Con ello se obtienen nuevos matices y nuevas posibilidades expresivas que el Simbolismo se encargará de representar. Lo oculto, asociado entre otras cosas a la oscuridad, hace que la sombra comience a representarse por su capacidad para turbar, pues se entiende como una ocultación de la realidad tan peligrosa para el imaginario finisecular como la noche o los tabúes sociales. Así se puede apreciar en La Escalera (1889), de Xavier Mellery, inquietante visión perfectamente cercana a las múltiples escaleras que pueblan infinidad de películas de terror, suspense, cine negro, etc.

Sombra y movimiento

La última sala del Museo Thyssen ofrece como colofón una visión más “positiva” de la sombra a través del Impresionismo, en el que las sombras aparecen muy a menudo, pero nunca con los valores anteriores de ocultación y negación. Al contrario, forman parte de las investigaciones cromáticas del movimiento y así se representan. Como dijo Oscar Wilde: “antes del Impresionismo no había sombras azules”.

La exposición continúa en la Fundación Caja Madrid, que compendia por su parte el siglo XX y llega hasta nuestros días, mostrando como el arte moderno se hace igualmente eco del peso de la sombra en la representación, incluidos medios como la fotografía o el cine.

Lo primero que se muestra es una selección de realismos modernos, donde la sombra se representa con la misma intención cuestionadora de lo real que los demás elementos de la realidad, y emite la misma convulsión. En ocasiones hasta determina la silenciosa tensión de los cuadros, como es el caso de las pinturas de De Chirico, que preludian el surrealismo. Pero donde alcanza cotas expresivas extremadamente crispantes es en los cuadros de la Nueva Objetividad y el Realismo Mágico, como el Retrato del doctor Haustein (1928) de Christian Schad, en el que la sombra se proyecta sin aparente relación con el retratado, como un mal presagio. También se puede apreciar en el Acccidente (1936) de Ponce de León, digno representante español de esta corriente de orígenes germanos, donde el valor premonitorio del cuadro es evidente por la fecha y por la sombra extensa, nocturna, que cubre todo el lienzo excepto la violencia.

Deformación de las sombras

Por supuesto, el surrealismo está ampliamente representado en la Fundación Caja Madrid, con ocho obras de Dalí en las que la sombra confiere un sentido especial a los cuadros, sobre todo en El Sentimiento de Velocidad (1931), basado precisamente en la deformación de las sombras.

Además del pintor catalán, se ofrecen varias reflexiones de Magritte relacionadas con la sombra, con el importante y críptico valor simbólico que le caracteriza, así como ejemplos de otros artistas como Delvaux o Tanguy.

Por último, la muestra concluye con una selección de obras que van del Pop hasta la actualidad, una sala dedicada a las representaciones de la sombra en la fotografía y un vídeo que compendia sus manifestaciones en el cine.

De los cuadros expuestos se puede destacar La Sombra (1981) de Warhol, que permite observar cómo la reflexión sigue vigente en artistas que a priori pueden reflexionar por derroteros muy diferentes, en este caso además con influencias de Duchamp. También Búfalo, de Ed Ruscha (1989), en el que la idea de silueta y ocultación se aplica al recuerdo de algo perdido, que se comunica desde otro tiempo. En este caso el búfalo, animal que casi se consigue extinguir y que siempre plantea un debate en la sociedad estadounidense.

Fotografía y cine

Asimismo, en las fotografías mostradas se aprecia cómo la sombra aparece con valores trasladados de la pintura, unas veces para ocultar, otras para proyectar o desfigurar o dramatizar, pero siempre con fragmentación y cuestionamiento de la evidente ocultación que supone. Y por lo que respecta al cine, se compendian con acierto las casi ilimitadas aplicaciones que la sombra tiene en todo tipo de géneros cinematográficos, especialmente el expresionismo alemán o la versatilidad de efectos dramáticos, hoy ya clásicos, que genera la sombra en el cine negro.

Se trata, en definitiva, de una exposición que ha sabido compendiar la historia del arte con criterio en torno a un fenómeno olvidado y obviamente paradójico (por su evidente labor de ocultación), que dota a la sombra de su justa importancia en la representación artística occidental. Tal y como afirma Víctor I. Stoichita, la muestra supone una “atrevida traducción del libro, que ha acabado por originar una nueva creación”.

Madrid. La sombra. Museo Thyssen-Bornemisza y Fundación CajaMadrid.

Del 10 de febrero al 17 de mayo de 2009.

Comisario: Víctor I. Stoichita.