El agente 007 es como los sugus, los hay para todos los gustos: el arrogante Sean Connery, el romántico George Lazenby, el satírico Roger Moore, el agresivo Timothy Dalton, el insolente Pierce Brosnan y ese témpano de hielo que es Daniel Craig.

Cuando en 2006 se reinició la saga con Casino Royale, el lavado de cara pasaba por presentar a un Bond acorde a nuestros tiempos. Como toda saga de acción contemporánea, tocaba oscuridad, amargura e introspección. De ahí nace ese antihéroe que es el Bond de Craig. Podríamos llenar párrafos desgranando su compleja psicología, pero Adele hizo la mejor descripción posible en la canción que le valió un Óscar por Skyfall: «Puedes saber mi número, puedes saber mi nombre, pero jamás tendrás mi corazón».

Tras tres películas, llegamos a Spectre junto a un Bond cansado, melancólico y algo viejo para estos lances. Su mundo se derrumba a pasos agigantados. Tener fe en alguien es una misión más imposible que las de su compañero de profesión Ethan Hunt. En una sociedad cada vez más tecnológica no queda mucho hueco para tipos de acción. Lo sabía Javier Bardem en Skyfall. Lo sabe Andrew Scott en Spectre.

¿Qué puede hacer Bond? ¿Rendirse? No sabe. Como un tiburón, sólo puede nadar hacia delante sin mirar lo que deja atrás; de lo contrario, se ahogaría. Estamos hablando de un hombre que estrenó su licencia para matar matando, alguien que, en un gran acierto de esta saga, se nos presenta como un sujeto con serios trastornos psicológicos (recuerden las pruebas a las que era sometido en Skyfall). ¿De qué otro modo podría actuar con tamaña frialdad y tan escasa empatía? Que eligiera el bando de los buenos es una suerte, teniendo en cuenta su perfil psicopático de manual.

Fin de ciclo

Spectre se presenta con grandes ambiciones, nada menos que la de la confrontación definitiva de Bond contra todo (su pasado, su mundo, el villano de turno, él mismo…). Por eso peca un poco del síndrome de la última película, aquello de querer cerrar al personaje después de que su realidad haya dado un vuelco (miren la última entrega del Caballero Oscuro de Nolan).

Aunque claro, hablar de final en la saga de Bond es un decir. Se trataría más bien del fin de un ciclo. Sin embargo, Craig, que declaró con simpatía que preferiría cortarse las venas a volver a interpretar a 007, vuelve a sonar como protagonista en la que se conoce por el momento como Bond 25, para la que se rumorea de nuevo a Sam Mendes como director.

¿Buenas noticias? A medias, porque si bien el Bond de Craig ha supuesto un punto de inflexión complejo e interesante para la franquicia, el desenlace de Spectre huele tanto a despedida que continuar su etapa necesitaría de un volantazo de Aston Martin. Pero a quién queremos engañar: los guionistas de Bond son expertos en giros. Algo deben tener en mente.

El villano más esperado

En esta ocasión, Bond debe hacer frente a dos villanos que quieren destruirlo desde dos ángulos. Por un lado, Max Denbigh (o C) considera que el programa 00 del MI6, al que pertenece nuestro agente, está obsoleto, y aboga por una conexión total entre los servicios de inteligencia de todo el mundo. Un dron, opina, puede hacer el mismo trabajo que cualquier agente.

Esta subtrama, que ofrece grandes duelos verbales entre Scott y Ralph Fiennes, nos hace reflexionar una vez más sobre la saga misma y su razón de ser en nuestra época. Lo clásico frente a lo contemporáneo. Vieja escuela frente a nueva escuela.

Por otro lado está Franz Oberhauser, el gran villano de la función. Christoph Waltz, nada menos, así que toca entrada a su altura: Bardem tuvo un paseo en plano secuencia hablando sobre ratas en Skyfall; Waltz emerge de la penumbra, la misma que envuelve a la enigmática organización que encabeza. Su objetivo no es otro que, entre atentado y atentado, hacer miserable la existencia de Bond.

El de Waltz es uno de los villanos más carismáticos de la saga, el más esperado. Su Oberhauser puntúa en carisma un poco más bajo que el Silva de Bardem, pero suma enteros al hacer guiños a los villanos de las tres películas anteriores. Ellos sólo fueron el aperitivo. Es el turno del plato principal.

Clásico y reinventado

Spectre no defrauda, lo que es mucho decir para la cuarta película de un ciclo y la vigesimocuarta de una franquicia. No tiene el calado de Casino Royale y Skyfall, pero no es ni mucho menos ese tropezón meramente aventurero que fue Quantum of Solace. El fan incondicional la apreciará especialmente por la cantidad de referencias a títulos, personajes y elementos clásicos de la saga.

Craig, que de nuevo es todo fuerza bruta, carisma y oscuridad (un tipo al que, por fin, sí nos creemos en sus misiones, amasijo de golpes y cicatrices), se junta con Léa Seydoux, la mujer que quizá no merece (todos sabemos que fue la Vesper Lynd de Eva Green), pero sí la que necesita en estos momentos. Por el camino se cruza con una desaprovechadísima Monica Bellucci y piensa en lo que pudo haber sido con la Eve Moneypenny de Naomie Harris, la mujer que consiguió volver a activar sus alarmas.

Bond volverá. Siempre lo hace (su hobby es resucitar). A falta de saber si lo hará con otro rostro o el mismo, alegrémonos de haber vivido la etapa más interesante del personaje, que ha demostrado que mostrar respeto por el espíritu clásico no está reñido con reinventarse y añadir complejidad.

Su número es 007. Su nombre ya lo saben.

SpectreSpectre
Dirección: Sam Mendes
Guión: Jez Butterworth, John Logan, Neal Purvis, Robert Wade
Intérpretes: Daniel Craig, Christoph Waltz, Léa Seydoux, Ben Whishaw, Naomie Harris, Dave Bautista, Monica Bellucci, Ralph Fiennes, Andrew Scott
Música: Thomas Newman
Fotografía: Hoyte van Hoytema
Montaje: Lee Smith
Reino Unido / 2015 / 148 minutos