La polémica está servida. Franco no rehúye el enfrentamiento y, como ya sucediera en anteriores propuestas, vuelve a provocar sentimientos encontrados. Hay quien verá demasiado grito y furia gratuita. Y quien encontrará sobrados e inquietantes motivos para la reflexión. Las dos caras de la moneda tienen cabida en este torrencial largometraje triunfador en el último Festival de Venecia, en donde ganó el máximo reconocimiento de los jurados, incluido el Leoncino de Oro del jurado joven. También fue elegida Mejor Película Latinoamericana del Año en los Premios Forque.  

“Siempre he contemplado el cine como un diálogo de ida y vuelta con el espectador”, afirma el director. “Puede ser un vehículo para cambiar situaciones y cosas. Y si no lo logra al menos alimenta la discusión algo que hace mucha falta en un mundo como el de hoy en el que es evidente que tenemos que plantearnos si es sostenible la forma en la que vivimos. No podemos seguir justificando lo que no tiene justificación”.

Barrio pudiente de Ciudad de México. En una de sus mansiones se celebra una boda. Entre risas y abrazos se casan Marian y Alan. La cámara pasea por el lujo de los que lo tienen todo. Nada lleva a pensar que pudieran perderlo. Y, sin embargo, esa posibilidad está agazapada a sólo unos cientos de metros. Allí, donde una inesperada revuelta popular contra la desigualdad da paso a un violento golpe de estado. Todo ello visto y sentido a través de los ojos de la joven novia y de los sirvientes que trabajan para su acaudalada familia.

Para la reflexión

Tras confesar su preocupación por el auge de la ultraderecha xenofóbica en Europa, hurga el director en las entretelas de su propio país. “La corrupción está presente en todas las esferas, no sólo en el plano político”, dice quien en poco tiempo se ha convertido en uno de los nombres claves del nuevo cine del otro lado del Atlántico. Baste recordar que en 2015 ganó en Cannes el galardón al mejor guión con Chronic y dos años más tarde el del jurado con Las hijas de abril, película en la que se lucía nuestra Enma Suárez. Tampoco es manco su papel como productor al ganar en Berlín con 600 millas, que dirigió Gabriel Ripstein, y en Venecia, cuando Desde allá, realizada por Lorenzo Vigas, se llevó el León de Oro.

Naian González, Diego Boneta y Darío Yazbek Bernal, tres destacados representantes de la joven hornada de actores mexicanos, aportan verosimilitud a lo que, con un trepidante ritmo, la pantalla refleja.

“Sentí que era el momento de materializar Nuevo orden. El guion estaba listo desde hacía años. Quería hablar de las cosas sin tapujos, tal como son. No podemos seguir viendo la violencia y la corrupción como algo normal. En México, mi país, hay más de sesenta millones de pobres y no se ve mucha voluntad para cambiar esta impresentable realidad. Por ello la película muestra una realidad caótica que es bastante parecida a la que estamos viviendo. A la que se vive en muchos países. Por ello he llevado las situaciones al límite con el propósito de mostrar esta profunda insatisfacción y que el espectador se sienta interpelado. Dibujo un escenario terrible. Es urgente reaccionar para no llegar a donde  no queremos llegar. Vivimos inmersos en una olla a presión”, apostilla Franco, que declara su intención de seguir utilizando el cine como herramienta para el cambio, algo en lo que coincide con cineastas a los que admira, como Ferrara, Schnabel, Pontecorvo, Cuarón, Kubrick, Wenders o Buñuel.  

Lo dicho. La propuesta que ahora nos pone delante no da respiro. Su torrencial puesta en escena logra que el espectador se remueva en su butaca y, al levantarse, le bailen en la cabeza muchas de las escenas que acaba de contemplar.

Nuevo orden

Dirección y guion: Michel Franco

Intérpretes: Naian González, Diego Boneta, Darío Yazbek Bernal, Analy Castro, Fernando Cuautle, Samantha Yazareth

Fotografía: Yves Cape

Música: Dimitri Shostakovich

México, Francia / 2020 / 88 minutos

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