Tras estudiar Periodismo en Argel, Meddour cursó un máster en Información y Comunicación en París y en el año 2000 completó estudios en La Fémis y en el Centro Europeo de Formación para la Producción Cinematográfica.

Directora de los documentales Tikdja, La caravana de la ciencia, Las partículas elementales, La cocina patrimonio y Cine Argelia un nuevo aliento, en el que abordaba el papel de los jóvenes cineastas de su generación que vivieron la conocida como “década negra”, realizó el cortometraje Edwige, seleccionado y premiado en numerosos festivales internacionales.

Su primer largometraje, Papicha (Sueños de libertad), representó a Argelia en los Óscar en la categoría de mejor película internacional y logró el César a la mejor ópera prima, y el correspondiente a mejor actriz revelación para Lyna Khoudri.

Mounia Meddour ha sido condecorada en Francia con la medalla de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras.  

– ¿Cómo surgió la historia que relata en Houria?

Sentía muy dentro el deseo de seguir explorando la sociedad argelina con sus problemas actuales y su riqueza humana y lingüística. A través de Houria me sumergí en la historia de Argelia para referirme a una joven bailarina que se transforma después de un accidente. Procedo del cine documental, por lo que tiendo a sacar lo más profundo de mí, de mis recuerdos y experiencias para llevarlas a la ficción. Después de un accidente que me provocó una doble fractura de tobillo viví una larga rehabilitación que me inmovilizó por completo. A partir de esa situación quería contar una historia sobre el aislamiento, la soledad y la discapacidad, pero sobre todo sobre la reconstrucción física y psíquica. La protagonista de Houria finalmente se vuelve aún más fuerte después de este renacimiento. Se convertirá en ella misma. Así imaginé al personaje, una heroína grandiosa por su aguante, como esta Argelia, herida, pero en pie. Siempre en pie.

– ¿El arte es una forma de reivindicar el derecho a ser libre?

Sí, para mí la libertad individual aspira a un deseo de florecer, de expresarse y explorar diversos caminos artísticos. En Argelia, el peso de las tradiciones y el patriarcado está demasiado presente y es muy difícil emanciparse siendo mujer. En la película, Sabrina, la madre de la protagonista que da título al filme, es una mujer culta, que tiene talento y que se gana la vida con dignidad, pero aun así, bailar en bodas resulta algo escandaloso. Tiene que soportar ese lastre.

– Usted denuncia que las mujeres argelinas tienen limitadas sus libertades, ¿en qué sentido?

La limitación de libertades es una realidad incuestionable. Volviendo al ejemplo de la danza, en mí país de origen se practica en lugares privados, pero muy pocas veces al aire libre y en lugares públicos. Los cuerpos de las mujeres son tabú. Una mujer que baila es una mujer que quiere expresarse. Necesitamos un cambio de mentalidad, pero el camino aún es largo.

– Es clave en la película el papel de la actriz Lyna Khoudri…

Tengo la suerte de conocer muy bien a Lyna. Lo esencial de nuestro trabajo en Houria ha consistido en construir un personaje con profunda precisión. En la película hablamos del silencio, el shock postraumático y la rehabilitación física. Era fundamental recopilar la mayor cantidad de información posible para construir un personaje justo, preciso y creíble. Para mí, que como he dicho provengo del documental, era imprescindible tener todo este material para empezar a componer el personaje. Realizamos muchas entrevistas con psicólogos y neurólogos para tratar de entender qué estaba pasando por la cabeza de Houria y comprender su silencio tras el shock.

– Una labor que requirió una formación específica, ¿no es así?

Así es. Lyna tuvo que aprender el lenguaje de signos con Antoine Valette, nuestro asesor en este campo, que tradujo pasajes del guion. Este trabajo fue muy importante porque sirvió como modelo para coreografiar los bailes. Además, ambas leímos muchos libros y biografías sobre Pina Baush, Marie-Claude Pietragalla y Martha Graham, vimos ballets clásicos y espectáculos contemporáneos muy creativos como los de Sia, con sus impactantes coreografías e increíbles expresiones faciales.

– Su anterior propuesta, Papicha, ha tenido un gran éxito internacional, pero ¿se han visto sus películas  en Argelia?

Papicha no se estrenó en los cines de Argelia, aunque la película tiene la nacionalidad argelina y contó con el apoyo de la Fdatic, una institución que depende del Ministerio de Cultura. La película no se estrenó allí, pero representó al país en los Óscar en 2020 y fue vista, extraoficialmente, por la mayoría de los argelinos. Es la paradoja de Argelia. Por un lado están los que aman la película por su autenticidad y porque les recuerda a sí mismos y a la sociedad en la que han vivido, y hay quienes la odian por las mismas razones. Pienso que estos últimos se niegan a ver la realidad, todavía demasiado dura.

– En este sentido, ¿puede el cine contribuir en la lucha por la libertad y la emancipación?

Una imagen puede ser muy dura, muy impactante. Ahí siento que el cine es imprescindible y necesario. Puede ser una maravillosa herramienta terapéutica. Nos libera de los fantasmas del pasado que aún pueden acechar nuestro presente. También nos permite una apertura al mundo que nos rodea, de ahí la importancia de la diversidad cinematográfica. El cine de diferentes países nos ayuda a mejorar, comprender e identificar los problemas de cada país. La prensa y los medios ya hacen este trabajo, pero el cine y las imágenes tienen un mayor impacto emocional y sensorial. Y por supuesto, el cine contribuye específica y valiosamente en la lucha por la emancipación de la mujer. Cuando tenemos en pantalla una inspiradora protagonista femenina que se impone y que encarna a una mujer fuerte estamos viendo un ejemplo que podemos seguir.