Cuando a los 4 años te cambian por una botella de Whisky es fácil que no tengas una vida convencional. Lonnie Holley es el séptimo de 27 hijos, y padre de 15. Comenzó su vida laboral con 5 años y desde entonces ha trabajado recogiendo basura en un autocine, lavando platos, cavando tumbas y recogiendo algodón, entre muchos otros oficios. Pasó por varias casas de acogida y cumplió condena en un centro juvenil. El arte le empezó a salvar la vida con 29 años, y la música llegó ya a los 62.

Desde 1979 el afroamericano sureño Lonnie Holley se ha labrado una carrera artística como escultor, con obras realizadas con material encontrado en desguaces, chatarrerías y demás cementerios de objetos inanimados. Su labor como reconstructor de desperdicios le ha llevado exhibir en varios museos e incluso en la Casa Blanca. En 2012 comenzó su aventura musical experimental mezclando deshechos de jazz, blues y electrónica. “I Woke Up in a Fucked-Up America” de su tercer disco «Mith» (2018) es seguramente la canción que más ha trascendido, por su expresividad rota, con una garganta mustia rodeada de trombones borrachos y ritmos destartalados. Una ambientación pesadillesca para una América jodida. 

Define la década porque “I Woke Up in a Fucked-Up America” muestra la cara oscura de la América negra, esa que creció aún con las leyes de segregación de Jim Crow y aún sigue sufriendo discriminación. La canción es jazz y blues experimental, como un Tom Waits negro pasado de rosca en una mala noche. También es la constatación de que con 68 años se puede seguir probando nuevas fórmulas y estructuras. Una carrera escultórica dedicada a reconstruir, y ahora una carrera musical dedicada a deconstruir.