He leído mucho sobre usted y la verdad es que me ha costado encontrar a la persona que está detrás de todo ese trabajo. Por ejemplo, todos los que le conocen remarcan lo mucho que le gusta el arte, las obras de arte, verlas, admirarlas… Quería saber qué papel ocupa el arte en su vida, por qué le gusta, por qué le interesa y qué le hace sentir.

Es cierto. Para mí, la contemplación del arte es parte de un todo. No puedo vivir sin ese disfrute: el arte, la música, los libros… Son parte de nuestra vida, son las cosas que nos llenan, que nos permiten disfrutar y elevarnos sobre todo lo que hay alrededor. Es una forma de elevación y de puro placer.

En su conferencia habló de todas esas ideas maravillosas de que lo importante son las obras de arte y permitir que la gente acceda a ellas… pero lo primero que me encontré al salir fue gente escéptica. Me dijeron que el Met había jugado un papel muy importante en ese sistema de locura de exposiciones temporales. A su vez, he leído que cuando usted entró a dirigir el museo sustituyó a Thomas Hobbing, que sí había convertido al Metropolitan en un lugar de ocio, y que usted era el contrapunto a ese modo de hacer las cosas. Veo dos líneas que me llevan a sitios distintos. ¿Qué hay de cierto en cada una de ellas?

No hay una respuesta sencilla. El museo es un organismo muy complejo, al igual que el ser humano y la reacción ante el arte. Las exposiciones son parte del papel del museo y no podemos olvidar que éstas nacieron antes que los mismos museos. Existían exposiciones, generalmente pequeñas, en Italia, en la Accademia di San Luca, en el Salón de París… Las obras de arte no tienen por qué presentarse necesariamente a partir de colecciones permanentes, pueden ser un conjunto de obras de arte seleccionadas en un momento puntual y con un objetivo concreto. El museo, las colecciones, se crean con la Ilustración para la educación del público, para permitir el acceso a las obras de arte, pero realmente no es tan importante que sean permanentes. De hecho, considero que la exposición, en cierto modo, es más importante que la colección permanente. Por ejemplo, las colecciones en EE.UU. tienen un carácter muy distinto al europeo. Existen, en cierta forma, de manera accidental, se compra ésto y no lo otro, y no presentan todas las obras de una manera sistemática. En cuanto a las exposiciones, permiten a los conservadores realizar un verdadero viaje a través de un período o un artista. No son malas en sí mismas, son negativas si son demasiado grandes, porque es imposible centrarse en muchas obras, ya que la mirada requiere serenidad y tiempo para penetrar en la obra de arte.

«Para mí, la contemplación del arte es parte de todo. No puedo vivir sin ese disfrute.»

En resumen, ¿qué papel han de tener las exposiciones y cuál ha de ser el de las colecciones?

Para mí, ambas son importantes y muy distintas. Las colecciones son importantes porque siempre que visito un museo tengo la expectativa de ver obras que ya conozco, que sé que voy a encontrar de nuevo, y cuya contemplación seguro que me va a aportar algo nuevo. Pero también me gustan las exposiciones porque me permiten ver cosas en un contexto muy diferente. No hay lucha, no hay batalla entre las dos. Como director del Metropolitan me gustaba hacer crecer la colección por muchas razones: para mejorarla, ampliarla, completarla, contar con más obras maestras… y  para presentar mejor el arte de todo el mundo, que es el papel del Met, muy distinto, por cierto, del que tiene el Prado. Y también siempre hay algo de orgullo. Siempre he dicho que preferiría no haber tenido tantas exposiciones, pero las hice de todos modos.

Siempre ha defendido la necesidad de que existan museos como el Metropolitan, universales y que actúen como refugios para el intercambio de conocimiento y de distintas culturas, para la conservación segura de objetos preciados y para el estudio sensato de la humanidad en un momento de locura por el dinero como éste. Tras estos treinta años, ¿cree que el arte puede sobrevivir tal y como está atravesado por el mercado?

Va a sobrevivir, siempre ha sobrevivido. Eso no es un problema. Desde la antigüedad, las obras de arte no han sido puras, etéreas… La obra de arte es un objeto que se intercambia, se vende y se compra. El artista debe comer, como todos, y la obra de arte es el fruto de su trabajo que vende. Desde siempre, los artistas crean pensando en quien va a comprar su obra. En el Renacimiento, los mecenas hacían sus encargos especificando qué querían que apareciera en cada una de ellas: catorce personas, dos edificios y el santo aquí… y el artista decía: sí señor, y lo hacía. Hasta el siglo XIX, a escritores como Charles Dickens se les pagaba por palabra. Es igual que la pintura barroca: más personajes se vendían mejor que pocos. Para mí, el mercado es el sistema normal para cambiar las cosas de sitio. No es un problema. Si los precios son muy elevados, cambiará, pero la creatividad nunca va a sufrir por ello.

¿Y qué piensa del arte de hoy en día?

No soy un gran conocedor del arte de hoy. Soy historiador. Hay artistas buenos, porque en todas las épocas los hay, pero no tienen por qué ser necesariamente reconocidos. Algunos consideran que estamos atravesando un período en el que no hay mucho arte de alto nivel, pero lo cierto es que no se sabe, es necesario tiempo para juzgar estas cosas. Hay períodos en la historia del arte en los que se produce mucho y de calidad en distintos lugares hasta que, de golpe, dejan, o parece que dejan, de hacerlo y un siglo después renace algo. ¿Estamos en uno de estos momentos? No lo sé. Es muy difícil saberlo, porque juzgamos con los mismos ojos que los artistas que crean.

Se ha hablado mucho del legado Montebello…

Sí, pero no yo. Lo hacen otros. Yo estoy vivo, aunque casi muerto, pero todavía estoy vivo

Si mira hacia atrás, ¿qué siente que ha aportado al museo durante todo ese tiempo?

Prefiero no contestar a esto. Creo que no debemos juzgarnos a nosotros mismos. Además, nosotros siempre somos los peores jueces de lo que hemos hecho, y basta leer lo que los artistas dicen sobre su propia obra para saber que se equivocan siempre. No quiero caer en esa trampa, definir lo que he hecho. Esa tarea la dejo para los demás.

«El artista debe comer, como todos, y la obra de arte es el fruto de su trabajo que vende. Desde siempre los artistas venden sus obras, y las crean pensando en quien va a comprarlas».

Cuando dejó el Metropolitan dijo que disfrutaba mucho de su trabajo y que todavía tenía mucho que aportar. ¿Cómo se siente ahora?

Ahora tengo más tiempo para pensar en las cosas. Cuando uno maneja una institución como el Metropolitan, con 2.000 empleados, con todas esas citas, reuniones, decisiones, está en desventaja. Pero ahora puedo reflexionar y quizá exprimir pensamientos más libres, porque no tengo que cuidar la reputación de la institución. Puedo decir cosas que como director no podía. Aunque aún no he empezado a hacerlo…

¿Su conferencia en la Cátedra fue el primer paso en ese camino de decir lo que piensa?

Sí, lo fue.

Se le criticó mucho en su momento por la idea de creación de un museo elitista. Cuando Keith Christiansen estuvo aquí, me explico en qué consistía esa idea. Yo estoy de acuerdo, porque pienso que cualquier experiencia artística requiere tiempo, paciencia…

Y educación. Un cierto nivel cultural, si no, no se puede gozar de estas obras porque no se entienden. Es un hecho: el arte por definición es elitista. No hay que sentir vergüenza por reconocerlo. Las cosas son así. Un concierto de rock y un cuadro de Rembrandt son cosas muy diferentes, y nosotros nos acercamos a estas experiencias de formas distintas. Dentro de la cultura, hay que dar más de uno mismo en aquellas cosas que son más difíciles que en las más populares.

¿Cree que los museos deberían ser lugares en los que las obras estuviesen bien expuestas al público y permitiesen a la gente establecer esa comunicación o considera que se debería intervenir para facilitar ese diálogo entre el espectador y la obra?

Esa es la cuestión clave y no sé si alguien tiene la respuesta. Es imprescindible explicar algo, hay que intervenir sin sustituir la experiencia directa, pero en muchos casos no hay posibilidad de experiencia directa si no hay cierto conocimiento, una trama crítica a través de la cual se pueda penetrar en la obra de arte. Alguien que nunca ha visitado un museo, que no sabe si la obra en cuestión tiene 200 o 2.000 años y que no conoce el tema puede apreciar los colores, el diseño, el dibujo, pero sin verdaderamente apreciarlo todo en su conjunto. Hay que intervenir un poco. ¿Cuánto? No lo sé. Sin cartelas, el público se siente perdido. Entonces, un mínimo de información es importante. La ventaja de Internet es la posibilidad de estudiar un poco antes de visitar el museo para poder gozar de la obra sin leer al mismo tiempo. Todo lo que se puede hacer antes es muy útil.

Hay mucha gente que dice que el arte habla por sí mismo, pero no es verdad. Eso se ve con las obras de arte que no comunican fácilmente su secreto. Si tú conoces bien el arte europeo y entras en un museo de arte chino, no vas a entender nada. Vas a gozar algo con cosas que te parecen extrañas, pero sabes que si no hay cartela vas a irte sin saber, sin conocer. Si para mí el arte chino es algo extraño, para otras personas el arte europeo puede presentar el mismo problema.

¿Puede el arte cambiar la sociedad?

Aportar cosas sí, cambiarlas, no estoy seguro. Siempre hubo, y hay, filósofos que creen que el arte puede traer virtud, que mejora a las personas, pero no creo que eso sea verdad. Por ejemplo, durante la Segunda Guerra Mundial había personas que torturaban durante el día y tocaban a Schubert por la noche. Conozco a muchas personas que gozan del arte y, sin embargo, no tienen moral. No es una cuestión de virtud…

«Hoy en día, un director de museo trata muy poco con el arte. Se pasa el día dictando cartas, haciendo presupuestos, buscando dinero, concertando visitas…».

George Goldner comentaba que la razón por la que usted ha tenido tanto éxito es que tiene un sentido claro de los valores que deben regir una institución. ¿Cuáles son esos valores?

La honradez, la autenticidad y la búsqueda siempre de la excelencia. Hacerlo siempre lo mejor que se pueda y mantener la fe en que se pueden mejorar las cosas. Siempre mejorar, subir… Antes ha usado la palabra elitista, pues bien, el elitismo no es rebajar la calidad de algo para ir al nivel donde se cree que está la gente, es elevar a la gente a estos otros niveles. El acceso al arte ha ser universal. Yo no puedo decir: tú eres demasiado joven para entrar en un museo, eres feo o no llevas zapatos. El acceso universal es lo más importante. Pero eso no quiere decir que todo el mundo deba ir, hay millones y millones de personas interesadas en el arte y otras que no lo están porque tienen cosas más importantes en que centrarse.

A la hora de tomar sus decisiones durante todos estos años, en qué se ha basado: el arte, el museo, el público… ¿Qué es lo que ha estado siempre ahí detrás?

El arte. El museo es una institución y eso es aburrido. Es la caja y a mí lo que me interesa es el contenido: el arte. La institución son muchas firmas, papeles, problemas… Es el continente, es burocracia.

Usted ha dicho que si ahora le ofrecieran el mismo puesto no lo aceptaría porque durante todos estos años se ha dedicado a demasiadas cosas que no tienen que ver con el arte.

Así es. Hoy en día, un director de museo trata muy poco con el arte. Se pasa el día dictando cartas, haciendo presupuestos, buscando dinero, concertando visitas…

El día de su ponencia algunas personas salimos emocionadas. Usted, después de 30 años en el Met, defendía lo mismo que nosotros que estamos empezando. Pero, normalmente, uno empieza con unos ideales y por lo general, con el paso del tiempo, los va perdiendo…

No se deben perder. Sólo se pierden si se dejan perder. Es una lucha constante, porque muchas veces es fácil entrar en un camino alejado de nuestros valores, pero es difícil salir de él. Te hundes un poco y no puedes salir. Pero creo que los valores no se suelen perder, pero sí que se olvidan. Para evitarlo hay que creer, no perder la fe y estar muy seguro de uno mismo al empezar.

¿Cuál ha sido su camino?

Compartir todo lo maravilloso que yo sentía con el arte con otras muchas personas. Es como si estás en el Belvedere y hay una vista maravillosa, un gran paisaje… Quieres girar la cabeza a la derecha y decir a alguien: mira que maravilloso. Quieres compartirlo con otros. Eso es lo que yo he hecho durante treinta años.

¿Qué les diría a las personas que están empezando?

Que no pierdan el entusiasmo, esas ganas… Nunca pensar que ya está todo hecho. Las cosas nunca están hechas, siempre hay algo más por hacer. La autocomplacencia es lo peor que te puede suceder. Si empiezas con entusiasmo, hagas lo que hagas debes conservarlo, y si sientes que lo estás perdiendo, tienes que dejarlo y hacer otra cosa. También hay que huir del dogmatismo. Es terrible.