(Galardonada con los premios Points, Gironde y Cinélect, Las catedrales del cielo nos habla de tres momentos históricos y de tres generaciones de quienes levantaron, a lo largo del siglo XX, la silueta urbana de Nueva York:

Kahnawake (Canadá), 1886. Un grupo de adolescentes de la tribu de los mohawks, entre ellos Manish, aprende el oficio de montadores y remachadores de estructuras metálicas. Los aprendices se inician en una obra ferroviaria que pretende unir Canadá y Estados Unidos mediante un puente sobre el río San Lorenzo. Pronto comienza a correr la leyenda de que los hombres de esa tribu no conocen el vértigo y que por eso son capaces de trabajar donde otros no se atreverían ni a subirse. Manish LaLiberté encabeza una saga de trabajadores del acero que transformará el corazón de Nueva York: desde las primeras construcciones del siglo XX hasta las Torres Gemelas y la posterior construcción de la Torre de la Libertad.

Nueva York, 1968. Jack LaLiberté participa en la construcción de las llamadas Torres Gemelas. Estos dos colosos han creado una gran expectación y se convertirán en los rascacielos más altos del mundo. Durante unos días lo acompaña por la ciudad su hijo John, quien años más tarde seguirá los pasos de su padre como ironworker, igual que Jack siguió los del suyo y abandonó la reserva para aprender el oficio que ha unido las últimas generaciones de mohawks.

Nueva York, 11 de septiembre de 2001. John LaLiberté, trabajador del acero como sus antepasados, acaba de presenciar el derrumbe de las Torres Gemelas y, soplete en mano, penetra como voluntario en ese infierno de la Zona Cero cortando las vigas en búsqueda de supervivientes).

Michel Moutot.

Michel Moutot.

Como corresponsal de France Presse en Nueva York en 2001, ¿cómo vivió el 11-S?

El 11 de septiembre y por orden del entonces alcalde de Nueva York, Giuliani, hubo orden expresa de que no entrase nadie al área del atentado, absolutamente nadie relacionado con la prensa. Otra veces hay periodistas que lograr colarse en los lugares de los hechos, pero esta vez era imposible. Como corresponsal mi trabajo fue durante varias semana ir alrededor de la Zona Cero, hablar con la gente y poco a poco conseguir informaciones de lo que en realidad había pasado. Pero la historia real de lo que ocurrió dentro la he conocido como el resto de los mortales. Ya en 2002 y en años posteriores, los que trabajaban dentro, los ingenieros, los bomberos… empezaron a hacer declaraciones largas y a escribir libros sobre lo sucedido. Para los estadounidenses ese atentado ha sido el acontecimiento más importante del siglo XX. Muchos de los libros sobre el tema no son buenos, pero hay algunos que han contado historias extraordinarias. Dicho esto y como periodista sabes que para nosotros cuanto más grande es la historia mejor es. Como individuo me sentí completamente asombrado y como periodista fue la historia más grande a la que me enfrentaba y eso que he sido corresponsal en lugares en los que ocurren acontecimientos importantes, muchas guerras y conflictos complejos, como Kosovo, Sarajevo, Nairobi o Beirut.

Visto desde hoy, ¿qué balance hace de lo sucedido?

Como he comentado, pudimos acercarnos al luchar de los hechos, pero no pudimos entrar en la Zona Cero. Hoy sé que eso nos salvó la vida. Seguramente hoy, de haber entrado, yo tendría un cáncer de pulmón. Dos tercios de las personas que allí trabajaron o están muertos o están gravemente enfermos. Esa es la realidad. Aquel humo y aquellos vapores eran extremadamente tóxicos. En relación con eso se levantó una mentira de Estado, porque el 28 de septiembre las autoridades decidieron que el aire estaba totalmente limpio. Se hizo así por la sencilla razón de que había que volver a abrir Wall Street, que está a cuatro manzanas. Hubo una orden de la Casa Blanca, de la Administración Federal, diciendo que aquel aire estaba limpio lo que era totalmente falso. Recuerdo que como periodista durante los meses siguientes todas las mañanas en torno a las siete me acercaba todo lo que podía a la Zona y hablaba con los que entraban y salían (policías, bomberos, etc.), que tenían la orden de no contar nada, pero siempre había alguien que lo hacía. Fuimos encontrando distintos ángulos de la historia y fue surgiendo la historia de los muchos mohawks que trabajaban allí en unas condiciones extremas. En la reserva de la tribu en Canadá, los mayores, en los días siguientes a la catástrofe, llamaron a los jóvenes para que fueran a trabajar a Nueva York. Fue algo de una generosidad emocionante, porque nadie se negó; todos fueron. En las siguientes semanas allí hubo entre cuatrocientos y quinientos mohawks peleando con el acero y los escombros.

¿Rendirles homenaje es el fin último del Las catedrales del cielo?

He querido escribir un libro que situase la realidad o parte de la realidad tal como fue. Contar la historia del atentado del 11-S vista desde dentro y, además, rescatar la historia de los mohicanos. Quería hacerlo porque ellos son grandes trabajadores del acero y fueron parte muy importante de lo que ocurrió. Desde el principio pensé en irme hasta 1886, cuando se construye el primer puente, el puente Quebec, que se cayó en 1907, hasta llegar a 2001, cuando caen las Torres Gemelas construidas en 1986. Cuento una historia de transmisión generacional de padres a hijos, algo que siempre sitúa la historia en un lugar interesante. En ese sentido sí, es un homenaje.

¿Cómo se topó con los mohawks?

Fue curioso. Como he comentado y ante la imposibilidad de entrar en la Zona Cero me dediqué a merodear por el entorno. Una de aquellas mañanas estaba hablando con unos bomberos cuando por delante de nosotros pasaron unas personas vestidas con mono de trabajo. Algunos tenían el pelo muy largo recogido en una trenza. Pregunté a los policías y a los bomberos que quienes eran y me dijeron textualmente: «Sin estos tipos en la Zona Cero no podríamos hacer nada porque son los que cortan el acero». Así me encontré con los mohawks y supe que empezaron a trabajar en la construcción cuando los blancos les pidieron permiso para hacer un puente en sus tierras. Mi libro es la historia de esa tribu que vive entre el norte del Estado de Nueva York y Canadá, muy cerca de Montreal.

Su historia desmitifica su falta de vértigo, ¿no es así?

Es una famosa leyenda urbana totalmente falsa. Pero se habló de que los mohawks tenían una laberintitis o incluso un gen especial que derivaba en que no tenían vértigo. He manejado mucha documentación y he llegado a leer esa mentira, a verla impresa sobre papel. La realidad es que se especializaron en trabajar y cortar el acero, y enseguida se adaptaron a su trabajo en puentes y rascacielos. Eso llamó la atención desde el primer momento, como reflejan los cronistas de la época y como dejaron escrito quienes los contrataban. Hablamos, en sus orígenes, de una tribu carpintera porque sus casas son enormes, muy altas para la época, generalmente de tres alturas, y construidas con madera. Estaban acostumbrados a trabajar con vigas largas, por entonces de madera, y a caminar sobre ellas a buena altura. Fue fácil para ellos el cambio de la madera al acero a la hora de caminar en altura sobre vigas estrechas. Las leyendas suelen surgir de cosas sencillas y en este caso surgió de verlos desenvolverse en el aire, pero tenían y tienen vértigo como cualquier ser humano y, como cualquier ser humano, cuando pierden el equilibrio se caen.

¿Hay alguna cosa que le haya sorprendido especialmente de lo ocurrido el 11-S y que no se haya difundido?

Yo era de los que pensaba que la cifra de heridos y de supervivientes era bastante alta, como en principio se comentó. Pero tuvieron que pasar semanas e incluso meses para asumir que en realidad sólo hubo 12 supervivientes. Aún hoy cuesta asumir que más de mil personas del World Trade Center materialmente desaparecieron. No se encontró rastro alguno de ellas. Nada, ni un pelo ni una uña, nada de lo que se pudieran sacar ADN. Se volatilizaron más de mil personas. La columna de humo que brotaba mientras se quemaban las Torres Gemelas incluía la incineración de muchos cuerpos; de muchos seres humanos que estaban evaporándose. Incluso Bin Laden y Mohamed el ingeniero que ideó el atentado jamás imaginaron que se iban a caer las Torres. Pero la realidad es que casi la mitad de las familias de los fallecidos no tienen nada, absolutamente nada, de sus familiares. Incluso hoy hay personas que siguen pensando que no están muertos y que han aprovechado el atentado para desaparecer. Los edificios que se derrumbaron estaban huecos y la estructura perimetral era de acero, cuando éste se fue derritiendo por el calor, aquello se vino abajo como un acordeón.

¿En su libro se ha apoyado en la ficción?

Las catedrales del cielo tienen algo de mezcla entre acontecimientos reales y ficción, pero he respetado totalmente la historia de la tribu y los detalles de la caída del puente Quebec. Por cierto, sólo tres horas antes del impensable derrumbe de aquel puente, un obrero dio la voz de alarma y dijo que el puente se iba a caer. En ese punto he utilizado la ficción pues cuento que aquel mohawk fue acusado de traidor y expulsado de la tribu y tuvo que irse a vivir a California. Eso es ficción, pero la mayoría de lo que cuento se atiene a lo sucedido y a la verdad.

¿Ha habido alguna reacción de los propios mohawks en relación con su libro?

Sí. Los mohicanos sólo hablan inglés y el libro no se ha traducido a esa lengua por lo que no han tenido la oportunidad de leerlo. Pero sí he tenido el feed-back de personas aisladas, como una directora de cine de esa etnia con la que estuve en la Feria del Libro de Montreal, que lo había leído en francés y que dedicó un programa íntegro sobre el tema en Radio Canadá. Ella me dijo que los mohawks que habían tenido noticia del texto se sentían muy halagados y que consideraban que el libro era un homenaje a su tribu y que se ajustaba a lo sucedido.

Considera que es posible que los fundamentalistas islámicos organicen otro atentado de aquella envergadura, ¿existe ese riesgo?

He pensado mucho al respecto y estoy convencido de que los actuales terroristas, los que atentaron en París en Bataclán o el de Las Ramblas de Barcelona, por ejemplo, es gente capaz de cualquier cosa pero sin la formación suficiente como para llevar un atentado de las dimensiones del de Nueva York. Además, las fuerzas policiales de EE.UU., Francia o España están muy formadas y atentas. Trabajo en la actualidad como periodista en París en temas relacionados con el terrorismo y aunque el riesgo siempre existe, considero difícil que algo tan monstruoso se vuelva a producir.