En este espacio, y siguiendo la línea de sus anteriores obras (The Paradise Institute, 2001; Telephone/ Time, 2004; The Secret Hotel, 2005 o The Killing Machine, 2007, entre otras), el público se encuentra ante un nuevo collage conceptual, visual y sonoro. Se trata de «una metáfora del artista en su estudio. Es un lugar mágico donde ocurren diferentes cosas», afirma Janet Cardiff.

Al igual que en trabajos como The Dark Pool (1995) u Opera for a Small Room (2005), en la instalación que Cardiff & Miller han concebido de forma específica para el Palacio de Cristal se apela a la condición de voyeur, instando al visitante a que se acerque a mirar y curiosear en el interior de una roulotte solitaria sobre la que se han colocado unos grandes altavoces que emiten sonidos grabados en la granja de los artista en Canadá.

En su interior, lo que se encuentra es una mujer aparentemente dormida, o quizás sumida, como la protagonista del poema Briar Rose (Sleeping Beauty) de la escritora estadounidense Anne Sexton, en un trance hipnótico, así como una serie de marionetas y muñecos en proceso de ser creados, y la figura de un anciano dibujante que parece estar pensando cómo insuflarles vida. Una escena cargada de connotaciones metafóricas que nos invita a reflexionar en torno a cuestiones como el paso del tiempo, el poder aleccionador que tiene la imaginación (tanto individual como colectiva) o las servidumbres y limitaciones de la pulsión creadora.

Envolventes instalaciones

A través de un uso crítico y experimental del sonido y de la voz, en combinación con elementos narrativos, escénicos y visuales de diversa índole, los artistas canadienses crean envolventes instalaciones multisensoriales en las que se explora cómo se configura y mediatiza nuestra percepción de la realidad. Según el comisario de la muestra, João Fernandes, «cada abertura de la caravana va a representar un pequeño teatro».

En ellas, sin renunciar al rigor conceptual ni a una cierta búsqueda de una reflexión e indagación metalingüística, Cardiff y Bures logran generar evocadoras ambientaciones en las que lo real y lo virtual (lo empírico y lo onírico, el relato documental y la elucubración ficcional) se entremezclan y confunden, propiciando una participación activa y directa de los espectadores. Aunque «no sólo aparece el tema de la magia, del juego o del teatro, también la obsesión del artista», asegura George Bures.

Desde los seminales «audio walks» (paseos auditivos) que, primero Janet Cardiff en solitario y después ambos ya como pareja de artistas, llevaron a cabo en las décadas de los ochenta y noventa del siglo pasado, hasta sus sofisticadas instalaciones multimedia de los últimos años, en las propuestas de estos creadores la tecnología siempre ha jugado un papel clave; pero siempre concibiéndola como un medio, no como un fin, intentado evitar tanto el virtuosismo efectista como la tendencia al ensimismamiento estético que su uso acrítico provoca, de modo que en todo momento el verdadero foco de atención sea la experiencia en sí.