En la época en la que Jacques Offenbach comienza a trabajar en La Grande-Duchesse de Gérolstein ya había compuesto unas sesenta obras líricas de distintos estilos. También tenía claro que debía aprovechar la mayor convocatoria del momento: la Exposición Universal de París de 1867 (1 de abril – 31 de octubre), en el Champ-de-Mars, y cuyos temas principales son el Progreso y la Paz. Por eso Offenbach, el indiscutible Príncipe de la opéra-bouffe parisina, organiza todo en torno a una de las estrellas del teatro lírico de la capital, Hortense Schneider, e implica a dos libretistas de éxito, Henri Meilhac y Ludovic Halévy, para la creación de La Grande-Duchesse de Gérolstein.

Un éxito inmediato

El estreno tiene lugar el 12 de abril en el Théâtre des Variétés, en el concurrido Boulevard de Montmartre, y el éxito es inmediato. Además, con cada nuevo estreno en las capitales europeas, su
fama se acrecienta. La comicidad de esta nueva opéra-bouffe tiene como blanco el virtuosismo canoro, las malas prácticas políticas y los ridículos valores sociales de los pequeños estados centroeuropeos, algo que entienden bien los contemporáneos de Offenbach. Y a todo eso se suma la burla a los caprichos amorosos de la Gran Duquesa, que no es solamente una inocente, extravagante e ingeniosa propuesta cómica, sino una referencia a los amoríos de una Catalina II en Rusia (o de una Isabel II en España). Hay un claro propósito satírico del régimen francés vigente, que parece en sí mismo la parodia de un estado, así que todo lo que se ridiculiza en La Grande-Duchesse de Gérolstein luego se tambalea con las guerras que asolan el continente.

Con el éxito llegan también las adaptaciones de la obra allí donde se estrena. Por ejemplo, en Madrid, La gran duquesa de Gerolstein tuvo dificultades para llegar a los escenarios, quizás porque su historia se sentía vinculada a la penosa perennidad de tantos vicios de la sociedad de la época. Pero lo hizo apenas año y medio después de su estreno parisino —el 7 de noviembre de 1868—, cuando sube a las tablas del Teatro del Circo que regentaba el empresario Arderíus en la Plaza del Rey. Este título, junto a otros del mismo compositor de origen germano, entretuvo al público madrileño durante décadas hasta entrado el siglo XX.

La recuperación de un género

Por eso hoy, al programar esta opereta de Offenbach convertida en zarzuela, el Teatro de la Zarzuela está recuperando un género que, durante los siglos XIX y XX, se mostró con mucha frecuencia sobre sus tablas. Eso sí, convenientemente ‘arreglado’ (traducido y adaptado al español) para procurar el disfrute del público que acudía al coliseo madrileño.

En esta ocasión, la conocida pieza antimilitarista francesa sube a escena traducida al español, como entonces, con dirección musical a cargo de Cristóbal Soler y con una emblemática producción de Pier Luigi Pizzi. Esta puesta en escena, sencilla, es una muestra del estilo y colorido del regista italiano, capaz de llegar, con los recursos más simples, a la esencia misma del teatro lírico francés.

Esta opereta, que relata la divertida historia de una extravagante y tiránica aristócrata, resulta una interesante ocasión para corroborar cómo el género aparentemente más despreocupado del momento, también se convirtió en ocasiones en mecanismo de denuncia y crítica social.