Este fin de semana, el concierto está dedicado a Brasil: choros y otros cantos como los maxises o las modinhas, que son solo algunos de los géneros asociados a la música tradicional brasileña. En este recital, la voz y el cavaquinho, característicos del folclore brasileño, dialogan con obras para piano de Milhaud y Nazareth que recogen estas sonoridades.

Popular y culto son categorías que se aplican con frecuencia a la música. Sin embargo, esta división se difumina en ocasiones, permitiendo la existencia de influencias recíprocas entre uno y otro mundo. Así son numerosos los compositores clásicos que, a lo largo de la historia y en todos los lugares, se han inspirado en las músicas populares para desarrollar sus creaciones. Este ciclo propone examinar esta cuestión de un modo innovador: situando sobre un mismo escenario a intérpretes de música culta y a músicos populares.

Cada concierto vendrá precedido de una presentación a cargo de un especialista en la que se harán explícitas las claves y conexiones existentes entre estos mundos aparentemente lejanos pero, en realidad, muy próximos entre sí.

En este sexto concierto intervienen Ana Guanabara (canto), Cristina Azuma (guitarra y cavaquinho), Kennedy Moretti (piano) y Alicia Lucena (piano), quienes interpretan obras de Francisco Mignone (1897-1986), Heitor Villa-Lobos (1887-1959), Cláudio Santoro (1919-1989). Marcelo Tupinambá (1889-1953), Chiquinha Gonzaga (1847-1935), Ernesto Nazareth (1863-1934), Darius Milhaud (1892-1974), Jacob do Bandolim (1918-1969), Noel Rosa (1910-1937), Aníbal Augusto Sardinha ‘Garoto’ (1915-1955), Ary Barroso (1903-1964), Waldir Azevedo (1923-1980) y Carlos Alberto Ferreira Braga ‘Braguinha’ (1907-2006).

Minha terra tem palmeiras

El presentador es el pianista, periodista musical y catedrático en funciones del Conservatorio Superior de Música de Madrid Luis Ángel de Benito. Él mismo resume su presentación, que ha titulado Minha terra tem palmeiras:

«En el verso de Gonçalves Dias cabe la jungla, el guacamayo, el coyamel, las cataratas del Iguazú, la bossa, las bellas mulatas, los zombies de la macumba, las playas de Itacaré rodeadas de coqueiros… ¡Cómo no dejarse seducir…! El seducido más universal fue Darius Milhaud, músico marsellés/parisino que vivió unos años en Río de Janeiro como diplomático, al final de la Gran Guerra. Seducido y desbordado. Claro, los artistas en París buscaban una libération de la levita y el corsé –al menos por las noches– y aquel primitivismo amazónico les venía de perilla (de barbiche). Así que cuando volvió a París en 1919, Milhaud estaba imbuido y hasta encinto de carnaval, lo cual produjo Saudades do Brasil y El buey sobre el tejado, donde desfilaban canciones cariocas de Nazareth, Tupynambá y Gonzaga, una detrás de otra como mulatas marchosas, sin traumas wagnerianos, mezclando ritmo tropical con politonalidad, guiñando el ojo al iconoclasta Stravinsky. Y Brasil siguió creciendo. Allí se formó el genio de Heitor Villalobos, que combinó el trópico con el jazz y con el cromatismo europeo y con el acento melosinho de sus Choros, según su teoría de que ciertas estructuras afro-brasileñas se relacionaban con Bach. Junto al gran Villa-Lobos recordaremos nombres como Mignone, Santoro, Jacob do Bandolim, Noel Rosa, Sardinha, Azevedo, Barroso y Ferreira Braguinha. Así pues, en el verso de Gonçalves cabe todo ello: ¡un verso universo!… Todo el paraíso y todos los demôninhos nocturnos que bailotean por la música do Brasil”.