Quintana recoge en este conjunto de obras una imagen urbana y urbanizada del individuo. Como él mismo asegura, son «una representación subjetiva de la sociedad actual y de cómo nuestra propia evolución nos está llevando a la pérdida de valores, identidad y a la deshumanización del individuo. La tecnología, las redes sociales, la iconografía urbana y la globalización en general poco a poco nos privan de nuestra supuesta libertad intelectual, convirtiéndonos en elementos seriados de grupos mayoritarios y en individuos sin voz».

Sus piezas presentan personajes en escenarios anónimos con un halo de misterio insondable. Rostros ocultos que emergen de nebulosas de carboncillo y pastel, entre trazos aparentemente desordenados con reminiscencias al street art, el tagging grafitero y la indumentaria urbanita. La obra de Marc Quintana no deja indiferente, ya sea por la precisión del trazo, la calidad pictórica, la novedad en la composición y el misterio que encierran sus piezas de esencia contradictoria: el orden de la anarquía personal, la delicadeza y belleza de la urbanidad más anónima y genuina.

La cuidada composición –suele presentar en sus piezas una banda monocolor que encuadra la escena– despierta la curiosidad del espectador, en un intento por averiguar el porqué, el contexto, la razón subyacente de estos personajes sin facciones. El hiperrealismo de los detalles contrasta con el caos del entorno y la mezcla de técnicas artísticas contribuye a dar una plasticidad sorprendente a estas figuras, salidas de densas humaredas de polvo de carbón.