No hay pintura, solo dibujo, enriquecido por primera vez con lápices de colores y punta de oro, que aporta brillo y calidez. Los dibujos de Kervinen están realizados con miles de líneas, ya que su interés principal es intentar desvelar la red que lo une todo, y demostrar, a través de ellos, que existe una estructura secreta de las cosas.

Muchos de sus dibujos están realizados sobre mármol, materia que descubrió como soporte en 2006, natural y noble, dotada de una blancura extraordinaria. Al mismo tiempo le sirve de contraste y de complemento de su temática etérea y, sin embargo, esencial y eterna. En este sentido, su obra está dotada de una incuestionable dimensión mística. Así lo demuestran su voluntad de dibujar, una y otra vez, la idea de infinito; de fusionar diferentes coordenadas del tiempo y del espacio, y su intento de establecer la conexión entre el ser humano, la tierra y el cosmos.

Este eje vertebrador de su obra proviene probablemente de la influencia que ha ejercido sobre ella la lectura de textos filosóficos chinos sobre arte, especialmente los de François Cheng. Otra de sus preocupaciones constantes es la búsqueda de la belleza: «Al observar imágenes del universo, siempre pienso que todo es belleza. En el arte contemporáneo, a veces, la belleza es vista como algo superfluo. Desde mi punto de vista es vital. En los libros de filosofía china sobre arte he encontrado dos de las descripciones más preciosas sobre obras de arte y me he puesto el reto de que algún día estas palabras se puedan aplicar a mi trabajo», explica Kervinen.