Durante los últimos años de la dictadura los intentos de democratización ganaron fuerza. Desde diferentes sectores como el periodístico, el editorial y el artístico tuvieron lugar varias tentativas para transformar el país. Pero estas tentativas provenían de unas minorías concienciadas y una parte muy importante de la población continuaba sujeta a la propaganda del régimen, y estaba al margen de las actividades de los grupos políticos y sindicales clandestinos.

Por otra parte, a pesar de haberse operado una cierta apertura ideológica, el franquismo y el poder de la iglesia se mantenían fuertes, y la represión no disminuía, aunque cada vez más gente se saltara las normas de comportamiento, mantenidas inamovibles hasta ese momento, y que creciera el número de descontentos con el régimen.

Antoni Tàpies fue partícipe de algunos de los episodios clandestinos de la lucha antifranquista. Los más notorios fueron la asistencia a la asamblea constitutiva del Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona (SDEUB) en el convento de los Capuchinos de Sarrià (conocida como la Caputxinada) en 1966, que le valió un arresto y una multa; y la participación, en 1970, en el encierro de intelectuales en Montserrat como protesta por el consejo de guerra celebrado en Burgos contra miembros de ETA. El artista también asistía a reuniones de intelectuales, recibía en casa a activistas de la oposición, firmaba documentos de protesta, realizaba carteles de denuncia y aprovechaba los viajes al extranjero para dar a conocer la situación que se vivía en nuestro país.

Madurez expresiva

En consecuencia, su obra de este periodo adquirió un tono marcadamente social y político. A finales de la década de 1960 y durante la de 1970, realizó una serie de obras que hacían referencia a la realidad de España bajo el franquismo. Hacia el bienio 1950-1951 Tàpies ya había hecho una obra de clara vocación política, aunque entonces con un lenguaje todavía en formación, mientras que en este momento su obra ya había alcanzado la madurez expresiva.

Durante estos años, Tàpies acentuó el trabajo con objetos que o bien se incorporaban a la superficie del cuadro o bien configuraban ensamblajes. Eran objetos sencillos, considerados pobres, extraídos del entorno cotidiano. Algunos de ellos rememoraban los hechos de la Caputxinada al aludir a la vida diaria de los monjes de la orden franciscana, como una pila de platos o una escoba.

El trabajo con objetos coincidió con la eclosión del arte povera en Europa y del posminimalismo en Estados Unidos. De todos modos, en el caso de Tàpies, estos objetos siempre fueron tratados y reorganizados de tal modo que lo primero que en ellos se reconoce es, como ocurre en sus pinturas, la mano del artista.