En La valquiria, Wotan, el dios que articula las cuatro obras de la tetralogía, acaba fracasando estrepitosamente en su intento de dominar el mundo. La liberación de ese gran cometido le produce una suerte de relajación que encaja con la categoría de scherzo muchas veces atribuida a Siegfried. El dios, disfrazado de Viandante cuando le conviene, indaga, reflexiona y maquina sobre el rumbo de la ‘humanidad’, velando ahora por el destino mesiánico de su nieto Siegfried.

En los dos primeros actos de la ópera, Wagner se recrea recapitulando de forma filosófica especulativa, dialéctica, y muchas veces irónica, todo lo acaecido en El oro del Rin y La valquiria, mientras el joven Siegfried, llamado a ser el ‘Hombre Moderno’, va descubriendo el mundo como un niño salvaje, sin miedo, sin pasado y libre de ataduras morales y afectivas.

Pausa de 12 años

Entre la partitura de estos dos actos casi íntegros –una compleja prosodia musical llena de evocaciones, predicciones y advertencias entrelazadas en un sinfín de leitmotive– y la escritura del final del segundo acto y todo el tercero hubo un interregno de 12  años con importantes cambios en la biografía de Wagner y la creación de otras obras magnas: Tristán e Isolda y Los maestros cantores de Nuremberg.

Cuando retoma la composición de Siegfried, su lenguaje musical había experimentado una gran evolución y también su visión del devenir de la saga, enriquecida por ávidas lecturas filosóficas –de Bakunin a Schopenhauer–, vivencias políticas –en una Europa en plena revolución industrial y luchas nacionalistas– y también cambios radicales en su turbulenta vida amorosa. En el tercer acto, paroxismo de El anillo, la música alcanza un alto voltaje orquestal y armónico, cuando el temerario, indómito e infantil Siegfried descubre el miedo y tiembla finalmente con el éxtasis del amor al contemplar a Brünhilde, liberándola de su castigo con un beso redentor. Con este final feliz y luminoso culmina el ascenso del héroe antes de su fatal desenlace en El ocaso de los dioses.

En su concepción de El anillo del nibelungo, Robert Carsen, junto con el escenógrafo y figurinista Patrick Kinmonth y el iluminador Manfred Voss, trasladan el universo mitológico wagneriano a un mundo también metafórico, pero más cercano a nuestra realidad, confrontando al espectador con el poder destructivo del capitalismo, cuando la ambición desmesurada de poder y de riqueza conduce inevitablemente a la destrucción de la humanidad y de las relaciones interpersonales.

Mundo contaminado

Siegfried, huérfano, ingenuo, ignorante y dotado de poderes que pueden cambiar el rumbo del universo, deambula, juega y se divierte peligrosamente en un mundo contaminado y agreste, ajeno a todas las manipulaciones y maquinaciones que le harán partícipe de la destrucción de la humanidad.

Ocho cantantes con destacadas voces wagnerianas protagonizan la ópera: los tenores Andreas Schager (Siegfried) y Andreas Conrad (Mime), los bajo-barítonos Tomasz Konieczny (El viandante / Wotan) y Martin Winkler (Alberich), las sopranos Ricarda Merbeth (Brünnhilde) y Leonor Bonilla (Voz del pájaro del bosque), la mezzosoprano Okka von der Damerau (Erda) y el bajo Jongmin Park (Fafner). Tomasz Konieczny vuelve a encarnar a Wotan (aquí disfrazado de Viandante), después de su interpretación del papel en La valquiria, y Ricarda Merbeth repetirá como Brünnhilde, volviendo a terminar la ópera como encarnación del Amor.

Para mantener su distancia de seguridad, la Orquesta Titular del Teatro Real interpretará la partitura, bajo la dirección de Pablo Heras-Casado, con el esfuerzo adicional de cuidar el equilibrio sonoro y la concertación con los músicos ubicados en el foso (con extensiones laterales) y en ocho palcos a ambos lados del escenario: en el izquierdo están la percusión y seis arpas –que tocan juntas solamente en el tercer acto de la ópera–, y en el derecho, la tuba, trompetas y trombones, que en Siegfried tienen una presencia mucho más discreta que en las restantes óperas de la tetratología.

La gran gesta wagneriana culminará en la próxima temporada con El ocaso de los dioses, que seguirá los pasos del héroe desde su glorificación hasta el cataclismo final, en la visión inquietante, pero también esperanzadora, de Carsen y Kinmonth: un alegato en defensa de la naturaleza como un bien común que todos debemos preservar porque “solo la consciencia de los problemas de la humanidad y de nosotros mismos permite su solución”.

-Segunda jornada en tres actos del festival escénico Der ring des Nibelungen. Música y libreto de Richard Wagner (1813-1883). Estrenada en el Festspielhaus de Bayreuth el 16 de agosto de 1876. Estrenada en el Teatro Real el 7 de marzo de 1901.