La muestra reúne 186 fotografías positivadas por el propio Brandt, que a lo largo de casi cinco décadas abordó los principales géneros de la disciplina: reportaje social, retrato, desnudo y paisaje. Aprendiz durante un breve período de tiempo en el estudio de Man Ray e influido por sus contemporáneos Brassaï o Kertész, Brandt es considerado hoy uno de los fundadores de la fotografía moderna junto a Walker Evans o Cartier-Bresson. Sus imágenes, que exploran la sociedad, la literatura y el paisaje ingleses, resultan indispensables para entender la historia de la fotografía e incluso la vida británica de mediados del siglo XX.

Siendo joven pasó varios años en sanatorios suizos para intentar curarse de su tuberculosis. Allí, en ese ambiente recluido, nació su interés por la fotografía, a la que más tarde decidió dedicarse acaso por la influencia de la pedagoga y filántropa Eugenie Schawarzwald, que le puso en contacto con los círculos artísticos. Tras ser elogiado por el escritor Ezra Pound, al que había realizado un retrato, Brandt decidió irse París, por aquel entonces centro neurálgico de la fotografía europea, en donde empezó a trabajar con Man Ray e inició su carrera.

El recorrido de la muestra, dividida en seis secciones, trata de mostrar cómo todos estos aspectos –en los que la identidad y el concepto de «lo siniestro» se convierten en protagonistas– confluyen en la obra de este ecléctico artista que fue considerado, ante todo, un flâneur, un «paseante» en términos similares a los que lo fue Eugène Atget, el fotógrafo que documentó el ‘viejo París’ y a quien siempre consideró uno de sus maestros. También se pone de manifiesto la relación de su obra con las teorías del surrealismo, movimiento con el que entró en contacto durante su estancia en la capital francesa en la década de 1930.

Nacido como Hermann Wilhelm Brandt en Hamburgo en el seno de una poderosa familia de comerciantes de origen ruso, tras vivir en Viena y París, en 1934 se afincó definitivamente en Londres. Desde ese momento trató de borrar todo rastro de su origen germánico hasta el punto de que, pese a su inglés con marcado acento, aseguraba que había nacido en las Islas Británicas.

Como apunta Ramón Esparza, comisario de la exposición, su interés por “borrar sus orígenes es comprensible, dado el carácter que en aquel momento estaba tomando la situación política en su país natal tras la llegada de Hitler al poder y el progresivo endurecimiento del régimen nazi. Pero no debemos dejar de lado el interés del propio Brandt por mantener un cierto aire de misterio sobre su persona y construir un compartimento estanco al que su imagen pública no pudiera acceder. Brandt siempre cultivó el misterio y la opacidad sobre su imagen, algo que en cierto modo también transmite su obra fotográfica”.

El de Bill Brand, añade Esparza, es un caso extremo de construcción de una personalidad ficticia que se superpone a la identidad real: “Estructurada a base de imprecisiones y falsedades que procuró mantener a lo largo de su vida. Probablemente más por timidez que por deseo de ocultación”. De ese personal halo misterioso dimana una obra, como la exposición deja claro, que abarca con brillantez desde escenas cotidianas hasta el desnudo, pasando por la fotografía de arquitectura, la naturaleza muerta o el retrato.

En este último apartado, el autor prefería trabajar en un escenario acorde con el personaje fotografiado. A menudo en su propia casa o lugar de trabajo. Con ello rompía, una vez más, las convenciones del género para aproximarse a la tradición pictórica. Es el caso de las imágenes de Robert Graves, Dylan Thomas, Pau Casals, E.M. Foster, Joan Miró, Graham Greene, René Magritte, Francis Bacon, Henry Moore, Franco Zefirelli o Picasso. Todas ellas presentes en esta retrospectiva que corrobora a Brandt como un artista imprescindible y difícilmente clasificable.

Fotografías que en esta muestra se complementan con escritos, algunas de sus cámaras y distinta documentación, entre la que destaca una entrevista que ofreció al final de su vida a la BBC, así como publicaciones ilustradas de la época. Todo ello gracias a la colaboración del Bill Brandt Archive de Londres y de la Edwynn Houk Gallery de Nueva York.

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Realidad y ficción

El ocultamiento y la creación de una nueva personalidad envolvieron la vida de Brandt de un aura de misterio y conflicto que se vieron reflejados directamente en su obra. Sus imágenes tratan de construir una visión del país que abraza como suyo, pero no del país real, sino de la idea del mismo que él se había forjado durante su infancia con lecturas y relatos de sus familiares.

Sus fotografías parecen encontrarse siempre en el límite, pues causan atracción y rechazo a la vez y, tal como señala Ramón Esparza, pueden verse en relación con lo unheimlich, término utilizado por Sigmund Freud en 1919 por primera vez. Lo unheimlich –que suele traducirse como «lo extraño», «lo siniestro», «aquello que produce inquietud» y que, en palabras de Eugenio Trías, «constituye condición y límite de lo bello»– es uno de los rasgos característicos presentes a lo largo de toda su trayectoria.

En su introducción a Camera in London, el libro sobre la capital británica publicado en 1948, Brandt señalaba: «Considero esencial que el fotógrafo haga sus propias copias y ampliaciones. El efecto final de la imagen depende en gran medida de esas operaciones, y solo el fotógrafo sabe lo que pretende». Para el artista era fundamental el trabajo en el laboratorio y en los inicios de su carrera aprendió toda una gama de técnicas artesanales: del aumento a la ampliación, el uso de pinceles, raspadores u otros útiles. Esos retoques manuales a veces conferían a sus fotografías ese aspecto algo burdo que puede asociarse al citado concepto freudiano.

Casi todas sus imágenes, tanto las de carácter más social de antes de la guerra como las de su posterior etapa más «artística», mantienen una fuerte carga poética y ese halo de extrañeza y de misterio tan característico en el que, al igual que en su vida, se mezclan siempre realidad y ficción.

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