Esta transformación se origina desde una curiosidad sin condicionantes, al menos conscientes, que aspira al descubrimiento de las ideas y las metáforas que habitan en los objetos. Entendidas como la reminiscencia de un conocimiento inmanente, pasan a ser el medio a través del que Fonseca comunica un pensamiento, una reflexión que tiene origen en su propio vínculo y mirada hacia lo que le rodea. La resultante metamorfosis se encuadra en la estética surrealista.

La artista habanera defiende la cualidad de lo absurdo como la más genuina forma de representación y por ello la más próxima a la verdad de las ideas: «Los objetos despojados de la utilidad para la que fueron concebidos son más bellos, porque son menos reales que los útiles. Pertenecen al mundo de lo irracional y son más cercanos al corazón y no a la mente. Lo bello, en esencia, es inexplicable, lo que se encuentra fuera de la razón da lugar al absurdo y es cuando las palabras nos abandonan y solo los ojos pueden hablar».

Avocada al desmontaje

Diana Fonseca es una artista avocada al desmontaje, casi obsesivo, de las cosas simples y los sucesos cotidianos que le rodean. Quizá por ello, o debido a la propensión lírica de su obra, atrapa imágenes variadas de la realidad y las interconecta a partir de discursos que hablan de la vida contemporánea y su saturación visual; del vacío y la banalidad.

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