Comisariada por Carmen Giménez, esta muestra ofrece la oportunidad de comprender la relación entre ambas figuras, una suerte de conversación entre dos sensibilidades originales que hablan de la redefinición del hecho artístico a través del volumen y el color, de la composición y la perspectiva, del espacio y la luz, y del desafío al dogma académico y a la tradición.

Entre las muchas y muy diversas influencias de otros maestros que confluyen en la obra de Picasso, la del Greco es quizás la más temprana y decisiva, ya que se inició a finales del siglo XIX, cuando el malagueño, casi adolescente, reside en Madrid y es estudiante de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Por sus cartas y dibujos de aquella época de formación se sabe que pasó más tiempo en el Prado, copiando a los grandes maestros, que en la propia Academia.

«Greco, Velázquez, inspiradme», se puede leer en un dibujo de aquellos años. «Yo, El Greco», anotó en otro. Toda una declaración de intenciones para un estudiante de apenas diecisiete años que intuía en la obra del Greco el germen de aquello de lo que precisamente habría de librar a la pintura moderna.

El Greco por aquel entonces no era especialmente valorado. El pintor Francisco Bernareggi, compañero de estas visitas al Prado, recordaba como se les llamaba “modernistas” al verlos copiar al cretense, y el padre de Picasso incluso les amonestó al enterarse: «¡Vais por mal camino!».

 

A excepción posiblemente de Diego Velázquez, quien al fallecer dejó unos retratos del Greco en su taller del Alcázar, el Greco no contó con seguidores destacados en los siglos posteriores a su muerte. Únicamente su hijo Jorge Manuel Theotocópuli y algunos pintores relativamente reconocidos realizaron copias de sus obras.

Es cierto que gozó de cierta fama desde que se instaló en España en 1577 y hasta su muerte en 1614, pero desde que esta aconteció fue tejiéndose una leyenda local sobre la alocada distorsión de su estilo pictórico de sus últimos años que acabó por oscurecer posteriormente su reputación crítica.

Romper con el pasado

No fue hasta casi finales del siglo XIX cuando empezó a reivindicársele gracias a los jóvenes vanguardistas europeos. El Greco tardó tres siglos en ser entendido, pero una vez recuperado del olvido, aportó las claves a Picasso para romper definitivamente con el arte del pasado y los pilares de la representación tradicional.

En la abundante literatura artística escrita sobre Picasso, casi todos los autores insisten en la evidencia del nexo con el Greco pero también casi todos coinciden en cifrar esta influencia casi en exclusiva durante la juventud del malagueño, no solo por sus cuadernos del periodo entre Madrid, Barcelona y París, sino considerando que fue crucial para el llamado Periodo azul.

Sin embargo, esta influencia fue mucho más profunda y duradera, y fue especialmente crucial para el desarrollo del cubismo y, en particular, para la fase del cubismo analítico, en obras como El aficionado o Acordeonista, con su aplanamiento de perspectiva y su formato vertical.

En la sala se muestran también los documentos que resaltan el particular vínculo vital y artístico de Picasso con el Museo del Prado, una relación que comenzó en sus años como copista y finalizó con su nombramiento como director en 1936, cargo del que nunca tomó posesión.

Esta muestra ha sido patrocinada por la Fundación Amigos del Museo del Prado, en colaboración con la Comunidad de Madrid, y se incluye en la Celebración Picasso 1973-2023.


Itinerario gratuito. Lunes a las 11.00 y 17.00 horas. Duración: 1 hora aproximadamente.