Procedentes del Musée Marmottan Monet de París, que alberga la mayor colección del artista francés, entre estos lienzos están los célebres Retrato de Michel Monet con gorro de pompón (1880), El tren en la nieve. La locomotora (1875) o Londres. El Parlamento. Reflejos en el Támesis (1905), junto a otros de gran formato como Nenúfares (1917-1920) o Glicinas (1919-1920).

El recorrido se centra en las distintas etapas de las investigaciones de Monet, desde sus inicios en las costas normandas hasta su última obra, los Nenúfares, pintados en su propiedad de Giverny, pasando por sus viajes a Holanda, Noruega o Inglaterra.

LOS ORÍGENES DEL MUSÉE MARMOTTAN MONET

En 1932, Paul Marmottan (1856 – 1932) legó su palacete del siglo XVI arrondissement de París y sus colecciones a la Académie des Beaux-Arts, que en 1934 convirtió el edificio en un museo. El mobiliario imperial y los cuadros neoclásicos ilustran la pasión de Marmottan por el arte de la Europa napoleónica y constituyen el primer fondo de la institución parisina, que en 1999 adoptó el nombre de Musée Marmottan Monet.

La incorporación del apellido del gran pintor refleja el enriquecimiento de la propia institución. Este excepcional conjunto nació en 1940 gracias a la donación de Victorine Donop de Monchy, de quien se expone en la muestra un retrato, así como dos de las obras maestras que donó al museo, La primavera a través de las ramas y El tren en la nieve. La locomotora, ambas de Monet.

En 1966, el Museo pasó a ser depositario del mayor fondo de obras del pintor impresionista gracias al legado de su hijo pequeño, Michel Monet que, aparte del busto de Monet por Paulin, añadió a las colecciones de la institución un centenar de cuadros de su padre desde sus inicios como pintor hasta su última etapa. Cuarenta de ellas forman el núcleo de esta muestra.

LA LUZ IMPRESIONISTA

Con su decisión de salir del estudio y pintar la naturaleza, los impresionistas rompen con la jerarquía de los géneros. Lo que prima ya no es tanto el tema en sí como la sensación provocada por un paisaje o por las escenas de la vida moderna. Convertido en maestro de la pintura al aire libre, Monet dedicó toda su vida a captar las variaciones luminosas y las impresiones de colores de los lugares que miraba. Más que en el motivo, su interés se centraba en la transfiguración de este último por obra de la luz. Para aprehender esta luz cambiante, el pintor trabajaba deprisa y no dudaba en aventurarse por lugares expuestos a cambios meteorológicos bruscos. La costa de Normandía, y sus puestas de sol, o los paisajes de Holanda, le permitieron abordar las intensidades lumínicas de una naturaleza aún salvaje.

PLEIN AIR

En el siglo XIX, el advenimiento del ferrocarril y la invención de la pintura en tubo (1841) dieron más libertad de movimiento a los pintores, junto con la posibilidad de pintar al aire libre, práctica que sin embargo tenía sus limitaciones. Obligados a desplazarse con su material, los artistas elegían lienzos de pequeño formato fáciles de transportar. También tenían que pintar deprisa, a fin de plasmar lo que veían al instante. Fueron Johan Barthold Jongkind (1819 – 1891) y Eugène Boudin (1824 – 1898) quienes iniciaron a Monet en esta práctica. El pintor recorría Francia con asiduidad e hizo varios viajes por el extranjero con el objetivo de pintar marinas, paisajes o escenas de la vida familiar, como el retrato abocetado de su esposa Camille (1870). En algunas de sus sesiones a plein air, Monet recurría a los servicios de un porteador, como Poly, a quien conoció en Belle-Île en 1886 y de quien pintó un retrato.

EL JARDÍN EN GIVERNY

En 1883 el pintor se instaló en Giverny. En 1890 se hizo dueño de la propiedad y desde entonces ya no se alejó del valle del Sena. Al mejorar su situación económica pudo dedicarse durante veinte años a acondicionar la casa, y sobre todo a diseñar el jardín. Esta nueva estabilidad le permitió explorar el entorno y afinar su vista y su estudio de la naturaleza pintando todos los aspectos de las plantas y flores que lo rodeaban. La figura humana fue desapareciendo progresivamente de su obra, cuyo único asunto acabaron siendo los iris, los hemerocallis, los agapantos y sobre todo los nenúfares, al tiempo que adoptaba como tema predilecto su jardín acuático. Al final de su vida, Monet vivía rodeado por sus creaciones, a caballo entre su estudio y su jardín. Las obras aquí expuestas proceden de su domicilio y constituyen, por su excepcionalidad y sus dimensiones, un conjunto único en el mundo.

LAS GRANDES DECORACIONES

Desde 1914 hasta su muerte, en 1926, Monet representó su jardín acuático de Giverny en 125 paneles de gran formato de los que regaló una selección al Estado Francés (lo que se conoce actualmente como los Nenúfares de la Orangerie). Estas pinturas monumentales, pintadas directamente en el estudio, llevan a su paroxismo las investigaciones iniciadas ya con los Nenúfares de 1903 y 1907. Al representar un fragmento de su estanque en formatos muy grandes, Monet no solo prescinde de cualquier perspectiva y referencia espacial, sino que también propone sumergir al espectador en una extensión de agua convertida en espejo: nubes y ramas de sauces se reflejan en la superficie del estanque en la que ya no se distingue entre arriba y abajo. Estos paisajes sin principio ni final invitan a una experiencia contemplativa en la que basta con representar una flor, un detalle de la naturaleza, para sugerir su inmensidad.

LA ABSTRACCIÓN EN CUESTIÓN

En 1908, Monet empezó a sufrir de cataratas, dolencia que le impedía ver con claridad y alteraba su percepción de los colores. Durante la lucha del pintor contra esta pérdida de visión progresiva, su paleta se redujo, quedando dominada por los marrones, los rojos y los amarillos, como dejan patente en esa época los ciclos de El sendero de los rosales, los Puentes japoneses y los Sauces llorones. Su pintura también se volvió más gestual. Desde entonces, en sus cuadros se hizo visible la mano que sujetaba el pincel. La forma se diluye frente al movimiento y el color y en su tránsito desde la representación hasta el esbozo acaba siendo casi indescifrable. Estos cuadros de caballete sin parangón en la trayectoria de Monet dejaron una huella muy profunda en los pintores abstractos de la segunda mitad del siglo XX.


La exposición, organizada por CentroCentro (Ayuntamiento de Madrid) y Arthemisia en colaboración con el Musée Marmottan Monet de París, ha sido concebida por Sylvie Carlier, comisaria general y conservadora del Musée, Marianne Mathieu y Aurélie Gavoille.

El viento y las sombras

Claude-Oscar Monet está considerado en la historia del arte como uno de los fundadores del Impresionismo francés, hasta el punto de que el propio nombre del movimiento está vinculado a una de sus obras, Impresión, sol naciente (1872). Dentro del movimiento es sin duda el exponente más consistente y prolífico. La filosofía de su pintura, que se puede apreciar en sus célebres series, es la de retratar la naturaleza tal como es, siempre cambiante; de modo que incluso tomar el mismo argumento una y otra vez no significa reproducir el mismo cuadro. El viento y las sombras devuelven a los ojos del artista un tema siempre cambiante.