Las múltiples soluciones técnicas del repertorio gráfico de Castillo sintetizan sus claves estéticas, desde las figuras sinópticas emparentadas con lenguajes de realismo mágico a una figuración de herencia clasicista para representar a su entorno íntimo, con una consistente estructura formal.

Esta muestra, la más importante celebrada en España de sus grabados, reúne cuatro planchas, dos carpetas y cuarenta estampas, donadas por Marienza Binetti y Castillo, en lo que es una selección representativa de las diversas iconografías y planteamientos visuales del artista, así como de sus procesos y experiencias en el grabado calcográfico.

Entre los elegidos

Javier Blas, comisario de esta exposición, considera que, además del Nacional de Arte Gráfico, Castillo «sería igualmente merecedor del premio nacional en otros géneros. Su trayectoria internacional como pintor le sitúa en un estatus de referencia, en escultura es autor de un sólido catálogo de piezas maestras y ha abordado con solvencia la creación cinematográfica, aunque es el dibujo, que penetra y articula los demás medios de expresión, el que le eleva a la categoría de los elegidos».

La obra gráfica del premiado tiene un rango equiparable a su pintura y escultura. Como construcción visual en dos dimensiones, la imagen gráfica se homologa a la pintura, pero la matriz de la que procede la estampa tiene cualidades plásticas de bajorrelieve que la hacen asimilable a lo escultórico. En cualquier caso, como sucede con sus dibujos, pinturas y esculturas, las creaciones gráficas compendian un singular e identitario mapa iconográfico. Los referentes intelectuales entre todos sus géneros son comunes y los temas aluden a las mismas cuestiones.

Libre

Javier Blas recuerda que el Castillo «ha reivindicado insistentemente la aportación de los antiguos maestros en su práctica artística y en su comprensión de la historia de las imágenes, proporcionándole soluciones más válidas que las estéticas de la contemporaneidad. Probablemente uno de sus mayores logros sea la asimilación de la enseñanza del arte antiguo y la reelaboración de la estética y la mitología clásicas en clave contemporánea. Esa forma de entender su compromiso artístico, no a contracorriente, pero sí en soledad, le ha convertido en un creador aislado, errante por pertenecer a lugares diversos, libre por honestidad, en esencia, un contemporáneo extemporáneo».

 

«Confluyen en las estampas de Castillo, como en el resto de su obra –recuerda Blas–, la representación intimista de su entorno privado, junto a una inmersión introspectiva en la realidad, resuelta mediante planos sinópticos con superposición de formas e interrelaciones. Más allá de la apariencia, no hay automatismo en el proceso que vincule su método con estrategias surrealistas ni con vestigios oníricos, sino más bien ciertas asociaciones que recuerdan fórmulas del realismo mágico, elaboradas con plena consciencia y minuciosa ejecución. Algunos de esos elementos sinópticos invaden ocasionalmente la intimidad de las escenas privadas, sin perturbar la atmósfera poética que las envuelve».

Hace más de seis décadas, Castillo se dejó seducir por los lenguajes del arte gráfico de la mano del legendario grabador Dimitri Papagueorguiu. Estaba a punto de cumplir los treinta años y ya eran conocidos sus dibujos, su pintura había sido seleccionada para la Bienal de São Paulo, acumulaba el bagaje de la vanguardia afincada en Buenos Aires, le resultaban cercanas algunas geografías europeas y había tejido una red de valiosas relaciones, entre ellas con una figura que influiría decisivamente en la continuidad de su práctica del grabado, el marchante Jan Krugier.

Ginebra y Berlín

A finales de la década de 1960 e inicios de los setenta, tanto su galería de Ginebra, Krugier, como también Daniel Divorne, director del Centre Genevois de la Gravure Contemporaine, y Charles Goerg, director del Cabinet des Estampes del Musée d’Art et d’Histoire de Ginebra, dieron un extraordinario impulso a su obra gráfica; el primero promocionando varias ediciones, el segundo abriéndole las puertas de un excelente taller donde aplicar sus conocimientos y entregarse a la experimentación, y el tercero acogiendo en 1971 la más importante exposición de estampas del artista.

Apenas dos años después, en 1973, el Kestner-Gessellschaft de Hannover añadía 95 nuevas estampas a las 238 exhibidas en la muestra de Ginebra. Las creaciones gráficas de Castillo, sobre todo en aguafuerte y aguatinta, pero también en litografía y grabado en madera, superaban ya entonces las tres centenares, a las que se sumarían un número considerable de estampas durante su estancia en Berlín, donde se había establecido en 1969. Fue durante el fértil periodo berlinés, con la cobertura del sello editorial Propyläen Verlag y de la imprenta de Wilhelm Schneider, cuando alumbró obras gráficas de extraordinaria madurez técnica y conceptual.

Como recuerda el comisario de esta muestra, «la práctica del grabado y la litografía ha sido reclamada por el artista en situaciones y contextos creativos diversos, cruzándose transversalmente con otras prácticas. Castillo es un artista integral. Quizás cuando se enfrenta al soporte que contendrá la idea, sus primeros pasos sean de duda y no empiece con certezas, pero en casi la totalidad de sus obras y en cualquier medio, alcanza aciertos. Es sorprendente su capacidad para adueñarse de los recursos, hacerlos suyos y dominarlos hasta el punto de lograr una absoluta perfección expresiva».

El Premio Nacional de Arte Gráfico, instituido en 1993, ya ha sido concedido a Luis Gordillo, Jaume Plensa, Miquel Barceló, José María Sicilia, Gustavo Torner, José Manuel Broto, Luis Feito, Cristina Iglesias y Guillermo Pérez Villalta.

Gallego universal

Jorge Castillo pasó su infancia en Buenos Aires, forzado por el exilio del padre. A partir de 1950 se dedicó con continuidad a la pintura y trabó amistad con Laxeiro, Colmeiro y Seoane. Permaneció en Argentina hasta 1956, cuando retornó a España. Dos años más tarde conoció a Juana Mordó, entonces a cargo de la Galería Biosca.

La selección de su obra para la Bienal de São Paulo en 1960 abrió una década en la que consolidó su prestigio internacional, relacionándose con Alberto Giacometti, David Hockney y Francis Bacon. En 1962 conoció en Madrid a Dimitri Papagueorguiu, que le animó a practicar el grabado. A pesar de que esta colaboración duró sólo un año, Castillo aprendió los fundamentos de las técnicas de arte gráfico y realizó numerosos aguafuertes y varias litografías. Estas creaciones se inscriben en la línea de Goya, al que siempre ha tenido por modelo y estudiado a fondo. Estampas como La funambule y Jeune acrobate se apoyan esencialmente en determinadas imágenes de los Desastres de la guerra, aunque la serie de Goya es sometida a una paráfrasis poética.

En 1968 inició una fructífera etapa de colaboración con el Centre Genevois de Gravure Contemporaine, que trabajaba en estrecho contacto con el Cabinet des Estampes del Musée d’Art et d’Histoire de Ginebra. Allí, Castillo dispuso por espacio de dos años de unas condiciones de trabajo y un entorno intelectual que le permitieron desarrollar una actividad extraordinariamente fecunda en el campo del arte gráfico.

Entre 1969 y 1975 residió en Berlín. El punto culminante de su producción gráfica se sitúa en los años 1972-1973, cuando realizó dos de sus series más importantes con la berlinesa Propyläen Verlag: El mundo de García Lorca (1972) y Grandes amantes (1973).

En 1977 apareció la primera monografía de Castillo, escrita por Werner Haftmann. Se trasladó a Nueva York en 1980, donde fue representando por la Marlborough Gallery de Manhattan, dirigida por Pierre Levai. Nuevas monografías consagraron definitivamente al artista, entre ellas la publicada por el crítico Carter Ratcliff.

A comienzos de la década de los noventa grabó las 17 planchas que ilustran el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz. En 1994 trabajó en un libro sobre tauromaquia compuesto de 10 estampas y abrió en Madrid la sede de su Fundación, que había inaugurado tres años antes en Santa Inés (Ibiza), creando un espacio expositivo y amplios talleres. Regresaría a Nueva York en el año 2006, estableciendo un estudio en Soho y retomando su actividad en arte gráfico.

Su obra forma parte de colecciones como las del Carnegie Institute, el Guggenheim Museum de Nueva York, la Nationalgalerie de Berlín o el San Francisco Museum of Modern Art.