Comisariada por Yolanda Romero y Álvaro Perdices, la muestra reúne cerca de 150 piezas entre bocetos, planos, fotografías y, sobre todo, los cartones originales de las vidrieras diseñadas por la Casa Maumejean. Gracias a un trabajo conjunto entre el Banco, el Museo Nacional de Artes Decorativas y la Fundación Centro Nacional del Vidrio, estos materiales —en gran parte inéditos— han sido restaurados y se presentan ahora por primera vez al público.

El recorrido parte de un momento en que la modernidad era tanto un horizonte como un campo de batalla. En la década de 1930, el arquitecto José Yárnoz Larrosa concibió una ampliación que mantenía la armonía exterior del edificio histórico diseñado por Eduardo de Adaro, pero transformaba su interior mediante una arquitectura más abierta, funcional y acorde con el nuevo lenguaje internacional. Acero, mármol, vidrio o latón se combinaron con técnicas de vanguardia para proyectar una imagen de progreso y estabilidad en un país sacudido por crisis y tensiones políticas.

El art déco —con su orden geométrico, su sofisticación y su deuda con las vanguardias— actuó como vehículo de esa modernidad. Las vidrieras de Maumejean, que glorifican el trabajo agrícola, industrial y tecnológico, funcionan como un programa iconográfico que buscaba elevar la actividad productiva a símbolo nacional. Pero la exposición, lejos de limitarse a la celebración institucional, propone una lectura crítica: junto a la épica del progreso, aflora aquello que quedó fuera de cuadro —las duras condiciones laborales, la ausencia de mujeres creadoras y la dimensión política del arte como herramienta de legitimación.

Presentada como un “dispositivo de pensamiento”, Alegorías de un porvenir revisa los relatos visuales que han modelado la memoria colectiva. Para ello se despliega en cinco ámbitos temáticos que dialogan entre sí y sitúan al visitante en la encrucijada entre arte, poder y modernidad.

 

El primer espacio retrata la España de los treinta a través de obras de Sorolla, Gutiérrez Solana, Casas, Torres García o Arissa, que ayudan a contextualizar la iconografía de las vidrieras. El segundo se adentra en el taller de Maumejean Hermanos, revelando los procesos artesanales y la compleja construcción del conjunto decorativo. El núcleo de la muestra reúne los monumentales cartones del Patio de Operaciones y los vitrales restaurados de Agricultura e Industria, atribuidos a Albert Martorell.

Otro ámbito baja hasta la Cámara del Oro, una arquitectura de precisión excavada a 35 metros de profundidad y concebida como santuario de seguridad. Planos, modelos y fotografías de archivo muestran tanto su diseño técnico como los rostros de quienes la hicieron posible. El último apartado, Una modernidad administrada, examina cómo materiales, mobiliario, iluminación y señalética componían un sistema visual coherente, pensado para proyectar solidez en tiempos de transformación.

Uno de los logros de la exposición es la recuperación y estudio de los cartones originales de Maumejean, conservados en el Archivo de La Granja. Su restauración no solo devuelve protagonismo a un conjunto excepcional del art déco institucional europeo, sino que permite entender la ampliación de Yárnoz Larrosa como un proyecto integral en el que arquitectura y artes aplicadas actuaban al unísono.