Tomás Marco, director de la Academia, destaca la trascendencia de esta alianza que permite afrontar intervenciones largamente necesarias en el patrimonio histórico de la casa. Carmen Reviriego, presidenta de la Fundación, recuerda que el mecenazgo no es únicamente una aportación económica, sino un gesto que aspira a irradiar hacia la sociedad una idea sencilla y ambiciosa a la vez: “La suerte de dar”. Junto a ellos, el comisario de la muestra, Víctor Nieto, subraya la paradoja inherente al arte: desde el instante mismo de su creación comienza a degradarse, y es la restauración la que intenta frenar ese destino. Agradeció a los equipos técnicos una virtud esencial en su disciplina, casi ética: saber “detenerse a tiempo”.

Tomás Marco, Carmen Reviriego y Víctor Nieto.

Tomás Marco, Carmen Reviriego y Víctor Nieto.

La Academia, depositaria de un acervo único, ha atravesado una larga evolución en su manera de entender la restauración. Durante siglos, los propios artistas actuaban sobre las piezas guiados por criterios personales y métodos que hoy resultan irreproducibles. No sería hasta los años sesenta cuando la restauración se consolidó como disciplina científica, con procedimientos precisos y un respeto absoluto por la integridad física e histórica de las obras. Este giro profesionalizó el oficio y estableció pautas que hoy resultan irrenunciables.

El programa emprendido en los últimos años —sustentado por la colaboración continuada de la Fundación— permite ahora mostrar una muestra representativa de ese esfuerzo. Las veinte obras seleccionadas evidencian la diversidad y riqueza de los fondos académicos: lienzos y tablas de las escuelas italiana, flamenca y española de los siglos XVI y XVII, firmados por maestros como Guido Reni, Velázquez, Zurbarán, Bellini, Vaccaro, Rizzi, Juan de Juanes o Francisco Herrera el Viejo.

La intervención ha estado guiada por dos principios: respeto absoluto por el original y aplicación de materiales reversibles. El tratamiento realizado por Rafael Alonso en los lienzos devolvió profundidad y claridad a espacios antes velados, recuperando gradaciones de luz y color que habían quedado sepultadas bajo barnices oxidados, repintes o intervenciones dispares acumuladas a lo largo del tiempo. En paralelo, Alfonso Castrillo abordó la complejidad de las tablas, cuyos soportes permiten rastrear la evolución técnica de varias escuelas europeas. Su trabajo, minucioso y paciente, ha permitido comprender mejor los procedimientos pictóricos previos al siglo XVII y ha devuelto estabilidad y legibilidad a piezas particularmente frágiles.

El visitante descubre así, con una nitidez inesperada, la sutileza luminosa de Bellini en El Salvador, la precisión casi táctil de los bodegones de Willem Claesz Heda o Jan Brueghel el Viejo, y el tono espiritual que impregna las escenas devocionales del Renacimiento y el Barroco hispánico. La exposición permite recorrer registros muy diversos: desde el colorido expresivo de Juan de Juanes y Francisco Herrera el Viejo hasta el dramatismo tenebrista de Andrea Vaccaro o el delicado equilibrio entre clasicismo y claroscuro que sostiene el Cristo abrazado a la cruz de Guido Reni.

Responsabilidad cultural

«(…) se restaura para conservar una realidad que necesitamos conservar por motivos espirituales absolutamente precisos. El ideal en la técnica del oficio y de la ciencia es, con el rescoldo de la antigua llamarada, provocar todo el incendio que abrasara el alma en otro tiempo y que debe de abrasarla siempre por el dictado del artista creador (…)”.

(José Chacón Montoro, aspirante a la plaza de restaurador de pintura convocada por la RABASF en 1920)

Francisco de Zurbarán. "Agnus Dei", 1417. RABASF.

Francisco de Zurbarán. «Agnus Dei», 1417. RABASF.

La muestra se completa con materiales audiovisuales y paneles que documentan el proceso de intervención y la procedencia de cada obra. Lejos de funcionar como simple acompañamiento, estos recursos revelan la precisión técnica y el rigor conceptual que sostienen el oficio del restaurador, convirtiendo la experiencia en una invitación a valorar no solo la belleza recuperada, sino el trabajo silencioso que la hace posible. En conjunto, El arte de restaurar ofrece algo más que un desfile de obras maestras ⁠—plantea una defensa serena y firme de la conservación como acto de responsabilidad cultural. Y recuerda que, en manos expertas y con apoyos comprometidos, el pasado puede seguir dialogando con el presente con una intensidad renovada.