De una vida hecha a base de paredes que marcan la frontera al país de los temas que dañan el corazón. De todos esos momentos que componen existencias y de todas esas barreras que has sido, o no, capaz de derribar para mirar más allá de la superficie y llegar a lo que no se ve a simple vista. El alma.

El texto profundo y muy bien trabajado de Guillem Clua se presenta así como una lucha: “el miedo que me daba el amor que le tenía hizo que él acabara odiándome”. Y es que querer da miedo, qué duda cabe. Porque unido a él está la enorme vulnerabilidad de poder perder al otro.

En esta historia, esos muros de granito los construye la gran Carmen Maura, Amelia, una profesora de canto que vive encerrada en su casa tratando de superar toda una vida perdida, sin camino de retorno, construida a base de paréntesis y silencios roncos.

Por su parte, Ramón, interpretado a lágrima vida por el magnífico Félix Gómez, llega con un machete escondido en la mochila, dispuesto a ayudar a esa mujer a derribar sus obstáculos, a encontrarse con una historia ya vivida pero irreal. Aún resuena como un eco perdido: “El amor hay que decirlo rápido y de verdad. Si no, un día te vas y se te queda el alma llena de agujeros”.

Falta de comunicación, un parásito invisible que arrasa con la convivencia. Todos esos sentimientos jamás trasladados a palabras y una realidad: ya es tarde para poder pronunciarlas. Ramón, en ese proceso de catarsis, lo dice: “Las palabras son importantes, sin ellas las cosas dejan de existir”. Y Amelia lo acaba admitiendo: “En todas esas fotos hay algo que podría haber cambiado”. Pero ya es tarde.

En esa escena intimista, en un salón de una casa cualquiera, con un piano dominando el escenario, Amelia empieza a dudar si podría haber hecho algo para que las cosas fueran diferentes. Para no sentirse una extraña en su propia vida.

Y llegan los lamentos: “Ojalá le hubiera preguntado por qué dejó de cantar”. En lugar de eso admite que en ese ‘fatídico día’ lo único que fue capaz de decirle fue: “Los kiwis se han terminado, si quieres postre tendrás que pelarte una naranja”. Se me ocurre que la versión más cercana a esta frase sería, para el ciudadano de a pie, “¿me pasas la sal?”.

Pero éste ha sido un estreno a medias. La obra ya se ha presentado en el Cervantes Theatre de Londres y en Avilés el año pasado. Son esas reminiscencias de grandeza que siempre lleva consigo una figura internacional tan icónica como Carmen Maura.

Y rizando el rizo, qué impresionante sería estar sentado en la mesa, mirar al frente y poder derribar barreras diciendo bien alto: “Carmen Maura, ¿me pasas la sal?”.