Su legado, del que proceden aproximadamente quinientas piezas hoy custodiadas por la institución, transformó de forma decisiva el perfil de la colección. A ella se debe la llegada de obras maestras como el Apostolado de Rubens, el San Sebastián de Guido Reni, la Virgen con el Niño y san Juan de Correggio, la enigmática Sibila de Velázquez o el Sueño de Jacob de José de Ribera.
También impulsó la formación del más sobresaliente conjunto de escultura clásica del Museo, donde figuran piezas capitales como el Grupo de San Ildefonso o el célebre Fauno del cabrito, y favoreció la incorporación de Murillo a la Colección Real. De hecho, el boceto de Santa Ana dando una lección a la Virgen —localizado recientemente en el Museo de Pau durante un inventario— se presenta ahora al público por primera vez.
Los itinerarios propuestos por el Prado buscan interpelar al visitante desde ángulos poco frecuentes, por lo que se desarrollan con la colaboración de especialistas externos que aportan perspectivas alejadas de los enfoques habituales del Museo. El propósito es reorientar la mirada: invitar a descubrir otros relatos, atender a cuestiones que suelen quedar en sombra y, en esta ocasión, devolver a las mujeres el lugar central que tuvieron en la gestación de las colecciones. Como en las ediciones previas, el proyecto cuenta con el apoyo del Instituto de las Mujeres, que acompaña este esfuerzo por ampliar las narrativas históricas e impulsar la investigación con perspectiva de género.

La reina Isabel de Farnesio Louis-Michel van Loo Óleo sobre lienzo, 150 × 110 cm h. 1739 Planta 1. Sala 17.
Bajo la dirección científica de la profesora Noelia García Pérez, esta tercera edición reúne cuarenta y cinco obras —incluidas varias que permanecían en almacén, dos que estaban en depósito en Zaragoza y en la embajada de Londres, y la pintura de Murillo recuperada en Francia— para reconstruir los múltiples hilos que conforman el mecenazgo de Isabel de Farnesio, una de las grandes impulsoras artísticas del siglo XVIII europeo.
Desde su llegada a España en 1714, con motivo de su matrimonio con Felipe V, y a lo largo de más de medio siglo, la reina ejerció un patronazgo constante, nutrido tanto por su sólida formación como por la influencia de su linaje. Gestionó sus adquisiciones a través del llamado bolsillo de la reina, un recurso privado que le garantizaba plena autonomía a la hora de elegir artistas y obras. Con la ayuda de una extensa red de agentes —entre artesanos, nobles y diplomáticos— reunió cerca de un millar de pinturas donde se reconoce su inclinación por las escuelas flamenca e italiana y su predilección por Murillo, Teniers y Brueghel el Viejo.
Su mecenazgo alcanzó también la escultura: una de sus operaciones más ambiciosas fue la compra de una parte sustancial de la colección de Cristina de Suecia, uno de los conjuntos de antigüedades más codiciados de la época. Aunque Felipe V participó en la iniciativa, fue su esposa quien tomó la decisión y supervisó la selección, reservando para su colección personal piezas extraordinarias como el Diadúmeno o el Sátiro en reposo. Más que la cantidad, fue la calidad excepcional de estas esculturas lo que aseguró su lugar en la historia del Museo. En 1829, una cuidada selección de ese conjunto ingresó en el entonces recién renombrado Real Museo de Pintura y Escultura, donde se conserva hasta hoy.
La huella de Isabel de Farnesio en el Prado es innegable. Cerca de un tercio de las pinturas que reunió —358 piezas— forman parte de los fondos del Museo, con obras de Velázquez, Ribera, Murillo, Correggio, Rubens, Luca Giordano, Reni, Veronés, Tintoretto, Van Dyck, Clara Peeters, Parmigianino o Watteau, entre muchos otros. Su pasión por Murillo, en particular, configuró el núcleo más numeroso y relevante del artista sevillano que hoy se expone en la institución. En total, la presencia de sus adquisiciones es tan amplia que casi la mitad de las salas del Prado alberga alguna obra que perteneció a la reina, fácilmente reconocible en ciertos casos por la flor de lis que marcaba su propiedad.
La nueva edición de El Prado en femenino se acompaña de un libro dedicado a las protagonistas de la muestra, una pieza audiovisual coproducida con CaixaForum y un extenso programa de actividades. Con esta propuesta, el Museo del Prado y el Instituto de las Mujeres refuerzan su compromiso con una relectura crítica del pasado y con la construcción de narrativas más inclusivas. La convergencia entre historia, conocimiento y mirada contemporánea abre la posibilidad de un futuro museístico más igualitario, en el que la aportación de las mujeres no solo se recupere, sino que vuelva a ocupar el lugar que siempre le correspondió.














