Manso se define a sí mismo como un observador respetuoso de la realidad y potenciador de su propia verdad, minucioso, minimalista, romántico y, por encima de todo, fotógrafo de la belleza. Su afán por capturar esa belleza en la fotografía queda patente en su nueva exposición, que reúne 35 obras en las que se dan cita paisajes y bodegones con una estética íntima y personal.

Su paciente mimo a la hora de capturar la luz de las escenas que retrata se traduce en unos trabajos de una belleza sobrecogedora. Manso traslada lo idílico y lo romántico al papel fotográfico. Su cámara no es un mero instrumento, sino una aliada fundamental para detener en el tiempo los lugares por los que pasea el artista.

Del monasterio de Bonaval al Mar Muerto, pasando por Filipinas, Escocia, Queen Island o León, el objetivo de Manso se mueve continuamente, serenando el ánimo de quien se detiene ante sus fotografías, que navegan entre la pintura y la nostalgia. Sus trabajos retratan de un modo muy personal ese instante preciso que nunca más volverá a repetirse.