La prolífica carrera de Campano, Premio Nacional de Artes Plásticas en 1996, refleja la apasionada relación que mantuvo a lo largo de toda su vida con la pintura. Una carrera salpicada de saltos, requiebros y desvíos que le llevaron a cultivar estilos muy diferentes y determinada por un cuestionamiento radical y permanente de la pintura, aun sin abandonarla en ningún momento. Abordó cuestiones y problemáticas como la importancia de lo gestual, el impulso emocional, la tendencia al análisis o el progresivo acercamiento esencial a la pintura misma, dando cuenta con ello de los sucesivos ciclos que la constituyen y de la estrecha interrelación que existe entre ellos.

El título de la retrospectiva está tomado de la práctica de Campano de pintar en la estela de otros artistas, según la expresión francesa d’après. Estos trabajos, recogidos genéricamente bajo el nombre d’aprèsd’paprès Posussin, Delacroix, Cézanne, Guerrero, Gris–, no son meramente un «según» el pintor estudiado, sino más bien un «a partir de», un «partiendo de» que desencadena sus propias interpretaciones desde el original.

Este último proyecto expositivo del artista transita los problemas, procesos y recursos en los que centró su atención. Sin conducirlos nunca por el canal de un estilo, Campano fue articulando ciclos extensos que se sucedían; de manera que contar su obra, en sus múltiples formas, siempre requiere enunciar un «y después», un après. Atendiendo a esta sucesión, la muestra da también cuenta de las constantes en su trayectoria, marcada por el impulso emocional, así como por el acercamiento analítico y culto a la propia pintura.

Las salas acogen, primero, obras realizadas en los años setenta, generalmente ejercicios de abstracción geométrica en la senda del Grupo de Cuenca. Ya en los primeros ochenta adoptó el gran formato en series como Vocales, con referencias a la literatura y dentro de una marcada gestualidad. En sus Vocales desarrolla, en abstracción, qué imagen puede tener el color evocado por un sonido vocal. Casi al mismo tiempo se interesó por la tradición pictórica de distintas maneras: desde revisitar temáticamente a Delacroix, Cézanne o Poussin a ahondar en los géneros de la naturaleza muerta y el paisaje, pasando por utilizar, al releer una única imagen, toda una panoplia de estilos de las vanguardias, como es el caso del ciclo Ruth y Booz (1988 – 1992).

A lo largo de los noventa, su obra acusó distintos procesos de despojamiento: se cortan las referencias a la tradición, el blanco y negro sustituye al color. La geometría es, primero, grave y rotunda, si bien mediada la década aparecen formas orgánicas y fértiles en lienzos que, incluso, se han asociado con composiciones musicales y con estructuras repetitivas como las plegarias. La misma fantasía de profusión, junto con el reconocimiento de otros medios a los que la pintura pueda servir –como la instalación–, operan en Elías (d’après Daniel Buren), de 1996–1999, obra aún restringida al uso de muy pocos monocromos.

Campano retomó el color al aproximarse la década de 2000. En ocasiones trabajó sobre tejido indio tipo lungui, dando comienzo a un interés por la retícula que, para este conjunto, partía de la cuadrícula del propio soporte; algo que, después, conformaría una investigación sobre el blanco y el color dispuestos en tramas de mayor tamaño. El color intenso, esta vez expresionista, aparece en otras series de esta década, como la que homenajea a José Guerrero, también presente en esta retrospectiva.