En palabras de Vicente Todolí, editor del libro, «aparte de la libertad, podría decirse que Robert Frank descubrió en Valencia la confianza en sí mismo. Y descubrió que su intuición era buena. Se dijo a sí mismo: ‘Muy bien, esto es lo que quiero hacer’. A partir de ese momento, supo exactamente en qué quería trabajar, encontró su camino».

Aislamiento y liberación

 Robert Frank abandonó su Suiza natal en 1947 y, tras pasar por Nueva York, Perú y París, en marzo de 1952 viajaría a Valencia acompañado por su mujer, Mary Lockspeiser, y su hijo pequeño. Allí pasarían cinco meses, en los cuales Frank haría fotografías en cien o doscientos metros a la redonda del lugar donde se alojaba, cerca del mar, en un barrio habitado por pescadores y gitanos.

En las fotografías de Valencia, Frank reflexiona sobre temas por los que se ha interesado en otras ocasiones, como el ritual (aquí representado como desfile o procesión), los niños, y otros nuevos, como las escenas nocturnas y el mar. En una ciudad con una vida nocturna, Frank captura imágenes en las que se palpa el calor, la brisa marina, la emoción de estar despiertos de madrugada.

En la vida cotidiana

Frank se desplazaba a pie, paseando por las calles cercanas a la casa donde vivía, fotografiando lo que le rodeaba, sin perseguir un reportaje fotográfico, conviviendo con la misma gente a la que estaba retratando, indagando en la vida diaria de sus vecinos más cercanos.

Todas las fotos de Valencia son de este pequeño barrio, a excepción de algunas que tomó en el centro de la ciudad, donde acudía quizá para ver alguna procesión o participar en alguna festividad celebrada cerca de la catedral, a unos tres kilómetros de donde vivía. En cierto sentido vivía aislado, ya que la comunidad de pescadores no estaba conectada con la ciudad. Eran las afueras, pues entre la ciudad y ese barrio mediaba una franja de tierra sin construir. Esos pescadores eran hijos y nietos de pescadores.

Más que un viaje

Todolí cree que para Frank, Valencia no fue tanto un viaje como una estancia. En la ciudad levantina se liberó de lo narrativo, del ensayo fotográfico y encontró tiempo para la meditación. «Allí encontró la libertad que le ayudaría a concebir y llevar a cabo Los americanos«.

El libro está compuesto por 42 fotografías en blanco y negro y contiene un alegórico texto de Robert Frank que condensa sus recuerdos de ese mágico verano de 1952. De manera informal, sincera y muy esclarecedora, se sucede una conversación entre la conservadora y jefa del Departamento de Fotografía de la National Gallery de Washington, Sarah Greenough; el presidente de la galería Pace/MacGill de Nueva York, Peter MacGill, y Vicente Todolí.

 

 

Una figura esencial

Robert Frank es una figura esencial de la fotografía contemporánea. Un clásico vivo, autor de libros fundamentales como Los americanos, que con su trabajo ha revolucionado los campos de la fotografía y el cine.

Emigró a Estados Unidos en 1947 y comenzó a trabajar para la revista Harper’s Bazaar. Sus impecables imágenes, de una rara y bella factura, pronto le hicieron conocido dentro del mundo de la fotografía, lo que le permitió viajar por América del Sur y Europa y realizar sus trabajos más personales.

En 1959 produjo su primer corto, Pull my Daisy, en colaboración con Jack Kerouac. Con el tiempo, su fotografía se ha movido desde los aspectos más públicos de la sociedad hacia un terreno más autobiográfico.

Ha recibido los principales premios del mundo de la fotografía, como el Erich Solomon (1985), el Cornell Capa Award (1999) o el Premio PHotoEspaña 2007, entre otros muchos, y su obra forma parte de las colecciones de arte más destacadas del mundo.