Porque al director de Mamma Roma (1962) le gustaba el fútbol como espectador, pero también practicarlo en cuanto tenía ocasión. Tipo fibroso, siempre estuvo en forma y no mostró nunca complejo alguno como era propio entonces entre los intelectuales: “Los deportistas están pocos cultivados, y los hombres cultivados son poco deportistas. Yo soy una excepción”, declaró.

Como aficionado, Pasolini no era un hombre contenido; al contrario: era vehemente, un tifoso del Bolonia, el equipo de su ciudad natal. Ahora bien, como apunta su traductor Javier Bassas en el prólogo, cuando se sentaba frente a la máquina de escribir combinaba pasión con reflexión. “Se servía del deporte para realizar un estudio de la Italia de su época, como un medio para interpretar los cambios culturales y sociales del país”.

Fútbol terapéutico

También hay espacio para la confesión en las páginas de Sobre el deporte. Pasolini, como cualquier aficionado, asociaba el fútbol a la infancia, al paraíso perdido, a esas horas interminables corriendo tras el balón. Y aquellas tardes las recordaba como las más bellas de su vida. Era su deporte favorito, el que le hipnotizó de crío y mantuvo el hechizo en la edad adulta.

En una entrevista incluida en el libro a la cuestión de por qué le seduce tanto, responde algo que cuarenta y cinco años después sigue vigente: “El fútbol es la última representación sagrada de nuestra época. En el fondo es un rito, aunque también es evasión. Mientras que otras representaciones sagradas, incluso la misa, están en declive, el fútbol es la única que nos queda. El fútbol es el espectáculo que ha sustituido al teatro (…) es el único gran rito que queda en nuestra época”.

Sin embargo, cuando le preguntan si entonces el deporte se ha convertido en el nuevo opio del pueblo, sorprende diciendo que sí, que eso es cosa bien sabida pero que también es “terapéutico”, que ningún psicoanalista se atrevería a desaconsejarlo. Mención aparte merece esa delicia de texto del año 70 –¡con gráficos y todo!– en el que un divertido Pasolini desentraña el lenguaje del fútbol, desde sus fonemas –el hombre que chuta– hasta sus momentos más líricos –los regates y los goles–; todo un “sistema de signos” bien identificable cuando los veintidós jugadores saltan al césped, entre los cuales los hay poetas y prosistas.

Sí, es cierto que, leído ahora, cuesta ver como algo original esa distinción que hace entre brasileños-poetas e italianos-prosistas. No obstante, hoy por hoy, tantos años después, en el rectángulo verde los italianos siguen haciendo prosa y los brasileños verso para que al final, como decía Alfredo Di Stéfano, vengan los alemanes a ganar el torneo.

Escribe Pasolini que “el sueño de cada jugador (que todo espectador comparte) es arrancar en el medio campo, regatear a todos y marcar. Si dentro de los límites permitidos se puede imaginar en el fútbol una cosa sublime es precisamente esa. Pero no sucede nunca”. Sucedió algo muy parecido, con la firma de Maradona, en el mundial del 86 pero el director de cine italiano llevaba ya once años muerto.

Cuando escribe de boxeo sale su vena “tocapelotas” y firma un par de artículos sobre Nino Benvenuti, el mejor boxeador que ha dado Italia, para posicionarse a favor justamente de su rival, el estadounidense Emile Griffith. Por molestar y porque el norteamericano es negro, eso seguro, pero también, como él mismo acaba descubriendo, por las simpatías políticas de Benvenuti, cuyo retrato cuelga en las sedes del partido neofascista Movimiento Social Italiano. El aspecto físico del púgil local le resulta antipático, vulgar y repugnante, porque “hay un destino físico en la ideología”.

Gustos deportivos sin fronteras

Igualmente en las páginas que dedica al ciclismo encontramos una de esas reflexiones marca de la casa: ¿por qué debía él en su momento verse obligado a disfrutar más de las victorias de Fausto Coppi, por muy italiano que fuera, que con las hazañas que cuando escribe está protagonizando el belga Eddy Merckx? Y se pregunta si “a propósito de nacionalismos, ¿no sería ya hora de que nos considerásemos ciudadanos transnacionales también en el deporte?”.

Tras comprobar que la última entrevista incluida en el libro se publicó apenas un par de días después de su tremendo y nunca aclarado del todo asesinato en la playa de Ostia, he revisado de nuevo el mejor homenaje sin palabras que se le ha rendido nunca. Dura cinco minutos y se lo hizo otro impertinente imprescindible, Nani Moretti, en Caro diario (1994) al son del emocionante piano de Keith Jarret y, curiosamente, lo último que vemos de esa secuencia es una vieja portería de futbol, sin red y seguramente desahuciada por los chavales.

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Sobre el deporte
Pier Paolo Pasolini
Traducción: Javier Bassas
Contra
144 p
12,25 euros