Manda el tono. Voz implacable, enérgica, para este primer envite narrativo de Shani Boianjiu en el que tampoco está ausente la ironía y el humor. Lo escrito viene precedido de la polémica que el tema suscita y la polvareda provocada por la publicación en las redes sociales de las fotografías en ropa interior de las reclutas.

Pero que nadie se engañe, no estamos ante un libro menor, sino ante una poderosa novela que capta la frustración, la crueldad, la ira y el dolor que caracterizan el servicio militar de las jóvenes soldado.

La trama

Yael, Avishag y Lea crecen juntas en un pequeño y polvoriento pueblo israelí, acuden a clase en aulas improvisadas en caravanas y se pasan notas unas a otras para aliviar el aburrimiento universal del adolescente. Cuando son reclutadas para el Ejército, sus vidas cambian de forma inesperada.

Yael entrena a tiradores y flirtea con chicos. Avishag hace guardias y observa a los refugiados cuando se abalanzan sobre la alambrada. Lea, destinada en un puesto de control, imagina las historias que se ocultan tras los rostros familiares que pasan ante ella día tras día.

Las tres cotillean sobre chicos y susurran acerca de un mundo aun más violento que no alcanzan a ver, –niñas hambrientas y hacinadas en un camión o rehenes en un avión secuestrado en Uganda—, y piensan constantemente en un momento que podría no llegar nunca. Viven en ese segundo intenso y singular justo antes de que el peligro estalle, y descubren que las repercusiones de sus sueños son más extrañas de lo que habían sido entrenadas para imaginar.

Las voces

“Mi castigo consiste en dormir toda la noche con la máscara de gas puesta. Creativo y humillante a la vez. En cierto modo me impresiona. Mi recuerdo más temprano -evoca una de las protagonistas-. Abro los ojos y veo la pequeña habitación a través del plástico. Mi padre lleva puesta su máscara, y mi hermana está en la alfombra metida en una incubadora con protección contra los gases tóxicos porque es demasiado pequeña para llevar máscara.

Dan no para de quitarse la máscara, hasta que mi padre le suelta una bofetada. Mi padre también se quita la máscara a cada rato para tomar un trago de su botella de Araq. Es 1991 y caen misiles iraquíes. Por la radio dicen que no hay que ir a los refugios subterráneos. Dicen que hay que sellar una habitación de la casa con cinta aislante, ponerse las máscaras, beber mucha agua y esperar que no pase lo peor. Por la radio dicen que están cayendo misiles en la región M, la nuestra. En esa época vivíamos en otra ciudad, no en el pueblo. No sé dónde. Mis padres discuten. «¿Cinta aislante? ―pregunta mi madre― Qué estupidez’”.

La propia experiencia

«Intento escribir sobre personajes que comparten una historia similar a la mía y explorar también la vida de personas distintas», apunta la escritora, que añade: “Se dice también que soy una judía que odia a los judíos. Por lo general, la gente trata de categorizar todo lo que tiene que ver con Israel, pero con este libro no pueden hacerlo, lo cual me complace. Quería escribir sobre seres humanos y describir a los israelíes como personas reales».

Y al referirse a su propia experiencia y la relación con lo escrito Shani Boianjiu puntualiza: “Esta historia no es del todo autobiográfica. No estuve destacada en un puesto de control como Lea, pero supongo que, de modo indirecto, parte de lo que viví en las Fuerzas de Defensa de Israel sirvió de inspiración para esta historia”.

“Cuando estaba en el Ejército, entre otras cosas entrené a grupos de soldados en el manejo de diferentes métodos para reprimir las manifestaciones. Los métodos que debían usar dependían de la distancia a la que se encontraran de los manifestantes. Si se hallaban demasiado cerca, ciertas armas podrían herir o matar a los personas. En una ocasión fui instructora de un grupo de reservistas. Eran mucho mayores que yo y se burlaban de lo que les enseñaba. Creían que era ridículo pretender que, en el punto álgido de la confrontación, medirían la distancia precisa hasta los manifestantes para asegurarse de que las armas utilizadas no resultaran letales. Uno de ellos me preguntó si podía imaginar una situación en la que los soldados tuvieran tiempo de calcular las distancias mientras trataban de controlar una manifestación salvaje. No pude, pero quería ser capaz de poder imaginarla. Así que escribí esta historia”.

Unknown

La gente como nosotros no tiene miedo

Shani Boinjanjiu

Traducción: Eugénia Vázquez Nacarino

Alfaguara

320 páginas

PVP:18,90 € Ebook: 9,99 €