Estamos en Castell de Cabres, un pueblo fundado por los musulmanes que es una de las entradas al Parque Natural de la Tinença de Benifassà y que según datos de la web de su Ayuntamiento contaba con 15 habitantes en 2013. Allí, en esta parte del Maestrazgo castellonense que linda con la provincia de Tarragona, nos espera Santiago Álvarez (Murcia, 1973) para explicarnos qué es Muerdealmas, título de su tercera y última novela, el nombre de una aldea inventada pero tan apartada como la que hoy nos recibe. “Tan apartada como para poseer sus propias reglas y propiciar un encuentro entre la locura de nuestras ciudades y la tensa espera que hay en ciertas poblaciones del interior, dominadas por la supervivencia en una España que les ha dado la espalda o, peor, que solo se acuerda de ella en vacaciones”.

Allí, en el único bar del pueblo, charlamos con Álvarez, que vive en Valencia y es, además de novelista, director de contenidos del festival Valencia Negra. Hablamos de esta historia de pesadilla en la que un tipo de ciudad, Abel, intenta retomar su vida con su mujer y su hijo tras haber pasado un tiempo en un centro psiquiátrico. Ese intento lo hará en la casa que le ha dejado en herencia su tío suicida en la aldea de Muerdealmas, donde también habita un clan que parece conducirse al margen de la ley, el de los hermanos Osset. Bastan pocas páginas del primero de los tres actos que tiene el libro para saber que nos encaminamos hacia un clímax marcado por una atmósfera opresiva que nunca remite y siempre va a más.

– ¿Por qué trasladar una historia tan dura, rodeada de enigmas y que se lee con no poca congoja, al mundo rural más escondido?

Necesitaba probarme en otra clave y en esas di con las historias de misterio que rodean al Santuario de La Balma, que era algo que desconocía y que me fascinó de inmediato. Leí entonces el libro de Alardo Prats Tres días con los endemoniados: La España desconocida y tenebrosa. De hecho, en principio, pensé en que la historia sucediera allí, en Zorita de Maestrazgo. Luego un amigo me animó a echar un vistazo por Castell de Cabres. Recorrí toda la Tinença y me di cuenta de que este lugar en el que estamos ahora era el tipo de sitio que pedía mi historia. Esta es una novela que parte del territorio. No hubiera sido igual si no la hubiera escrito pensando en esta región. Conocí sus siete pueblos y supe que no podía usar un pueblo en concreto. Inventé uno que llamé Muerdalmas. Luego, cuando Rosa Montero leyó el libro, siempre muy asertiva, me dijo que debía ser Muerdealmas y así se quedó.

– El nombre ya sugiere la violencia que luego confirma la lectura.

Se está destacando el carácter violento del relato y es obvio que tiene esa parte negra pero a mí lo que más me importaba era la intensidad, la dureza. Tenía apuntado en una nota: “necesito más dureza”. Buscaba que los personajes se enfrentaran a las cosas más terribles. Me lo comentó Lorenzo Silva: no hay un recrearse en la violencia, se muestra lo justo. En ocasiones, las cosas salen de plano pero dejando lo suficiente para que el lector imagine el resto. En el fondo, el horror lo creamos nosotros en nuestra mente. En Muerdealmas la violencia es una herramienta. No es un fin.

– Dureza en la España más olvidada.

Me interesó mucho el ensayo que Sergio de Molino publicó hace seis años y ya desde entonces tuve en la cabeza la idea de dar con algo que pudiera desarrollarse en ese entorno. Otro libro absolutamente maravilloso que fue una gran influencia es La lluvia amarilla de Julio Llamazares, que describe cómo se ha despoblado una aldea perdida en los Pirineos.

– Es obvia la importancia de la aldea como un protagonista más. En cierto modo, también lo es el momento del año, tan hostil, en que se producen los acontecimientos.

Es que solo podía suceder en ese periodo invernal. Hablamos de territorios que frecuenta la gente en verano o Semana Santa. En invierno suele nevar y quedar aislado. Cuando hablo de la España vacía no me refiero a que quisiera describir cómo es la vida allí o cómo son sus gentes, porque mis personajes son unos salvajes; lo que me interesaba más bien era cómo los que no somos de aquí nos servimos de estos lugares. Esa cosa de estar en nuestras ciudades, decidir pasar unos días en estos pueblos y reclamar que todo sea perfecto, que el hotel rural tenga WiFi, que la tele sea grande… Es absurdo. Si vas tienes que aceptar unas reglas que no son las que tú te has dado por buenas. Son sitios que no cambian por venir turistas. Son iguales con o sin los que la visitan de forma puntual. El tiempo es duro, los ingresos son bajos y de alguna manera les hemos abandonado. Nos servimos de ellos cuando queremos divertirnos, pero no nos acordamos de su situación hasta que decidimos volver.

– En Muerdealmas se deslizan unos cuantos enigmas de entrada: por qué ha estado el protagonista, Abel, en un centro psiquiátrico, un suicidio poco claro…

Sí, pero para mí lo más importante es la voz narrativa, esa voz que se proyecta en tu mente cuando lees. Es lo que más me cuesta encontrar. Dicho esto, soy consciente de que para seguir avanzando en la lectura es bueno que haya alicientes, despertar en el lector ese afán de querer saber más. Abel y Ventisca, de los Osset, las familias de ambos, el mundo rural y el mundo urbanita, conforman sistemas con grietas. Vamos viendo que esas grietas en el caso de Abel es que algo no funciona bien entre él y su mujer y su hijo pequeño. En el caso de la familia Osset está en entredicho lo que no debería estarlo: la jerarquía, cómo deben hacerse las cosas…

– ¿Siempre tuvo claro que podía funcionar esa alternancia de capítulos escritos en segunda y tercera persona?

No del todo. Doy talleres de escritura narrativa y en ellos se desaconseja escribir en segunda persona, ni siquiera relatos. Es difícil mantener la tensión, es complicado justificar su uso. A mí, en cambio, me acabó pareciendo la mejor opción para mostrar al lector, con la mayor intensidad posible, lo que pasaba por la mente de Abel. Y lo que él va pensando se alterna con lo que van haciendo los Osset. En lo referente a ellos intenté, sobre todo en la parte inicial, un narrador cámara en tercera persona, aséptico, que mostrara sus movimientos como lo haría un realizador de un reportaje de animales del segundo canal de la tele. Y es algo que funciona porque están muy integrados en la naturaleza.

– Con Muerdealmas llega una muestra más de lo que podríamos llamar country noir ibérico.

Hay un intento de transposición de lo que Daniel Woodrell denomina country noir. Una novela de este autor, que luego se llevó al cine, Los huesos del invierno (Winter’s Bone), incluye un territorio con nieve, literatura de la América profunda y solitaria, sus valles con pocas familias casi aisladas… En mi caso introduje algunos elementos sin pensar conscientemente en el western. En realidad del western en España se ha empezado a hablar a raíz del libro de Olga Merino, La forastera, que es una obra de country noir. Cuando me han hablado de lo que sucede en el tramo final de Muerdealmas me han dicho que recordaba ese mundo y es verdad, pero no había afán de evocar O.K. Corral ni nada parecido. También mencionaría a un novelista que me gusta mucho: Jim Thompson, el autor de 1280 almas o El asesino dentro de mí, que es un escritor que antes de que se inventara eso del country noir ya juntaba una trama en entorno rural con poca gente que se conoce mucho y profundizando en la psicología de los personajes. Seguramente todo eso yo lo llevaba dentro pero no lo he tenido en cuenta de forma consciente. Mi objetivo era desarrollar un enfrentamiento claro y duro entre el mundo urbanita y el rural más salvaje en términos de supervivencia.

– El libro está dedicado a Fernando Marías (“Tú, que tanto diste sin esperar nada a cambio”), que falleció el pasado mes de febrero.

Desde que le conocí fue siempre conmigo tremendamente amable hasta convertirse en un amigo y en un mentor. En muchos casos, cuando me enfrento a un problema pienso qué haría Fernando. Era ese tipo sereno, con imaginación, brillante… Leyó la primera parte de Muerdealmas y me pasó sus comentarios y consejos. Me dijo que prefería leer el resto cuando estuviera ya publicado y al final no pudo hacerlo.


Muerdealmas
Santiago Álvarez
Editorial AdN
328 páginas
18,95 euros