– ¿Qué ha ocurrido?

– Míralo tú mismo. –Señala el juez con su bolígrafo hacia el interior del vehículo, al tiempo que devuelve su atención al informe que redacta.

El sheriff se agacha para poder ver a través de la ventanilla. La escena le provoca arcadas. Dos masas de carne sanguinolenta y piel churruscada están abrazadas en el asiento trasero. Por su complexión y restos de prendas se adivina que son dos varones.

– ¡Joder! –Se le escapa al sheriff.

– Está claro, ¿no? –Deduce Evans.

– Yo diría que sí.

El juez ordena el levantamiento de los cadáveres y certifica el suceso como crimen pasional.

En ocasiones la historia más simple puede ocultar el mayor de los secretos. Tan solo hay que saber mirar. En este caso habría resultado fácil haberse dado cuenta de que Marley Bennet y John Willians, como serán identificados los cuerpos cuando les realicen las pruebas forenses, no estaban abrazados, sino que peleaban en el momento de su muerte.

La tirantez en los tendones del cuello y el que ambos tuviesen los puños cerrados prendiendo al otro, no era producto del amor, sino de la ira y el deseo de salir victoriosos de la contienda que mantenían.

Y es que uno de los tipos, el más grandullón y propietario de la camioneta bicolor, después de puñetazos y golpes, tanto dados como recibidos, pudo deshacerse de su contrincante al liarle el cinturón de seguridad alrededor de la garganta y sacarlo del vehículo. Williams pataleó arañando su cuello desesperado porque una mínima molécula de oxígeno entrase en sus pulmones. Bennet aprovechó el momento para salir por la puerta trasera, abrir la tapa del depósito, deshacerse del tapón y arrancarse la manga de la camisa para utilizarla a modo de mecha.

Apurado metió el improvisado cabo en el depósito de la gasolina, se palpó los bolsillos en busca de un mechero y prendió el trapo. El aire estaba empapado de furia y rabia que se mezclaban con los golpes desesperados de su enemigo por buscar un punto de apoyo y no perecer ahorcado de la forma más estúpida. Y lo consiguió. Logró apoyar los pies en el ángulo de la ventanilla y entrar nuevamente al coche.

Con las fuerzas que da mirar a la muerte a la cara, John Williams agarró a Bennet de un puñado y lo arrastró hacia el interior. Las reglas del juego habían cambiado. Intentó apagar el trozo de tela, pero le resultó imposible. Segundos después y tras una atronadora explosión, el Lotus Cortina se convirtió en una inmensa bola de fuego.

Y el hecho de que el coche de John Williams hubiese terminado sobre la barriga de la furgoneta, también tiene una explicación, que si, tanto el sheriff como el juez se hubiesen fijado en las huellas del terreno habrían sabido esclarecer. Y es que Williams ya se marchaba cuando Bennet la emprendió a gritos asegurándole que como volviese a verle le iba a matar. La amenaza le revolvió las tripas y enfiló contra Marley, que huyó a la carrera dirigiéndose hacia un cúmulo rocoso. El grandullón en el momento exacto le dio esquinazo, pero el conductor tuvo reflejos y en el último segundo esquivó el obstáculo con un volantazo. El vehículo derrapó y la rueda trasera se salió de su lugar, desestabilizando el auto que, ya fuera de control, cayó por la pendiente y se incrustó en la furgoneta roja y negra que ya estaba en la orilla del río.

Ahí fue cuando Bennet creyó que había llegado la hora de dar un escarmiento al cabrón que había pretendido acabar con su vida. Con la ira diluida en sus venas, bajó por el repecho y entró al Lotus. Supo aprovechar el desconcierto del conductor que, atontolinado por el golpe, yacía sobre el airbag del volante y liarle el cinturón de seguridad alrededor del cuello.

Y no habrían llegado a eso si, cuando Marley Bennet estacionó su camioneta ante el coche de Williams, le hubiese ayudado a arreglar el pinchazo en vez de pavonearse del miedo que este le demostró sentir al verle. El accidentado dejó sin colocar los tornillos a la rueda que cambiaba y corrió a guarecerse al interior del vehículo.

Bennet se regodeó en su suerte y se tomó su tiempo entretanto cercaba el automóvil. John se retorcía en su asiento para no perderle de vista. Cada vez que uno pateaba la chapa del coche, el otro daba un bote en su asiento.

Dada una vuelta completa a su presa, Bennet agarró la palanqueta utilizada para el cambio de neumático abandonada sobre el asfalto y sin mediar palabra la emprendió a golpes contra el cristal delantero del Ford.

Las súplicas del tipo de Ohio por que parase, pasaron a gritos e insultos cuando el agresor se subió al capó, se bajó los pantalones y como si se tratase de un váter talla XXL defecó sobre el destrozado cristal.

Marley Bennet volvió a su camioneta, Dios sabe con qué intención, instante que Williams aprovechó para salir de su coche, apretar con la mano el último tornillo de la rueda y volver a su guarida antes de que saliese el loco que le amargaba la existencia. Quería marcharse de allí cuanto antes, pero un impulso vengativo le inundó y antes de desaparecer del lugar avanzó hasta topar con la furgoneta.

Bennet saltó de ella asustado. La empujó directa al terraplén por el que se deslizó hasta hincar el morro en un desnivel del terreno, lo que le hizo quedar ruedas arriba en la orilla del río. Fue después de aquello cuando John Williams vio bien marcharse mientras Marley Bennet le gritaba que como volviese a cruzarse con él le mataría. El tipo en ese instante tenía el poder y se vanaglorió como venganza al grandullón que le había cagado el coche y giró en seco con la intención de atropellarle y ser él quien pusiese punto y final a aquella locura absurda.

Porque todo era absurdo: la pelea, los gritos, los insultos, que según había ido avanzando la pelea se convirtieron en ansias de venganza, de matar y de dejar claro que ninguno se iba a dejar avasallar.

John Williams era de esas personas que no le gustaba dejar nada a medias. Aseguraba que eso solo trae complicaciones y él no tenía tiempo para problemas.

Marley Benner conducía su furgoneta directo a su destino, cuando un Lotus Cortina le adelantó y el tipo que conducía, un hijo de mala madre casi le saca de la carretera.

Williams se dirigía a Ohio y estaba arrepentido de haber tomado aquella carretera en vez de la Interestatal y más después de haberse cruzado con un gilipollas en una furgoneta bicolor que le impedía el paso. Se le antojó que jugaba con él y no estaba para jueguecitos, de modo que cuando le pudo adelantar forzó la maniobra para echarle al arcén y que dejase de hacer el ganso.

Y es que Marley Bennet pretendía visitar la granja de su viejo amigo James.

Conducía en silencio por la solitaria carretera secundaria y el aburrimiento se fijó en él, por lo que decidió entretener su monótono viaje con los conductores de los vehículos que se encontraba a su paso.

Por el espejo retrovisor vio acercarse una moto y ahí encontró el objetivo para sus bromas.

Marley aminoró la velocidad. La motocicleta quiso adelantarle por su excesiva lentitud, pero Bennet se lo impidió ocupando el carril izquierdo. Enfadado quiso rebasarle, esta vez, por la derecha, pero la furgoneta volvió a su carril y el conductor se vio obligado a dar un frenazo para no colisionar con la vieja tartana. Marley que reía a carcajadas.

El motorista repitió el intento de adelantamiento y en esa ocasión la camioneta sí que se lo permitió. Le vio perderse por la interminable recta al mismo tiempo que gesticulaba de forma exagerada mostrando su enfado.

Repitió el estúpido juego con un coche y varios camiones. A juzgar por la reacción de los conductores, el único que se lo pasaba bien era el simplón de Bennet. 

John Williams, un tipo de apariencia dura que pensaba que a los traidores o se les paga o se les mata, pasaba por Cleveland a liquidar un asunto con un individuo que le debía unos miles de pavos.

Marley esperó al siguiente pardillo con el que distraer su anodina conducción. Una sonrisa se dibujó en su cara. El gesto dejó al aire su chueca dentadura cuando vio a través del espejo retrovisor un vehículo acercarse.

Pensaba pasárselo bien con él, como había ocurrido con los anteriores, pero fue un Ford Lotus Cortina del 68 el que se colocó tras él con la intención de adelantarle.

Sobre el Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz

hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, con la colaboración de Arráez Editores y de la marca de comunicación Alabra, convoca la cuarta edición del Premio Internacional de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz, dotado con 3.000 euros y dos accésits honoríficos.

Los trabajos, de tema libre, deben estar escritos en lengua española, ser originales e inéditos, y tener una extensión mínima de 250 palabras y máxima de 1.500 palabras. Podrán concurrir todos los autores, profesionales o aficionados a la escritura que lo deseen, cualquiera que sea su nacionalidad y lugar de residencia. Cada concursante podrá presentar al certamen una única obra.

El premio constará de una fase previa y una final. Durante la previa, el Comité de Lectura seleccionará uno o más relatos que, a juicio de sus miembros, merezca pasar a la fase final entre todos los enviados hasta esa fecha. Los relatos seleccionados se irán publicando periódicamente en hoyesarte.com. Durante la fase final, el jurado elegirá de entre las obras seleccionadas y publicadas en la fase previa cuáles son las merecedoras del premio y de los dos accésits.

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Fechas clave

Apertura de admisión de originales: 30 de octubre de 2023

Cierre: 15 de mayo de 2024

Fallo: 22 de agosto de 2024

Ceremonia de entrega: Último trimestre de 2024

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