Entiendo que es una tarea difícil explicarle qué es el otoño a unos niños tan ignorantes que no pueden ni explicar por qué las hermosas hojas secas con las que juegan todos los días son tan secas, y tan crujientes. Niños que ni saben la causa por la cual el viento en la cara se vuelve tan frío, que las manos necesitan guantes; o incapaces de entender el hecho de que el agua del charco se escapará cuando uno salte adentro, con las botas de lluvia.

También entiendo que escribir, para mi maestra, era un acto tan solemne que quizás hubiera querido que nos pusiéramos de pie, antes de escribir, como hacíamos al izar la bandera y cantar el himno nacional. Un acto que no debía ser profanado por dedos gordos del pie ni amiguitos ni corazones.

Es verdad: yo era una niña ignorante de la teoría del otoño, pero sabía de cuestiones de amistad, sabía de dedos fríos y sabía de sentirme al abrigo. Así que escribí lo que sabía del asunto, porque me parecía relevante, y porque también contaba con el aplauso, ya que venía cosechando felicitaciones de la familia, gracias a mi incipiente prosa.

Pero las cosas, cuando se trata de mí, suelen salirse de madre y la decisión que sostuve, a lo largo de los meses siguientes al cero, fue no escribir ni una palabra más. Y aunque es misterioso cómo una niña de esa edad se las arregla para ir y volver de la escuela sin anotar ni un renglón en su cuaderno, o cómo eso pasó inadvertido a los ojos de una maestra atenta a lo correcto y lo incorrecto, eso fue exactamente lo que sucedió.

Tres meses más tarde, la niña que yo era había olvidado cómo escribir cuentos y versitos. La escritura se había secado con las hojas del otoño, y mi hermosa caligrafía de niña precoz había sufrido el embate, volviéndose fea e incomprensible.

Era el día del padre en la Argentina, y la carta que intenté escribir a mi amado papá abrió, sencillamente, las compuertas del caos: sorpresa, consternación, preguntas, visitas a la escuela, estudios médicos, tests de inteligencia, y entrevistas varias con pedagogos y terapeutas de toda clase me colocaron en el centro de una investigación científica. Visité casas y consultorios de la mano de mis familiares, hice dibujitos en escritorios de desconocidos y desconocidas, y respondí toda clase de preguntas hasta que, finalmente, hubo un veredicto: no había ningún mal físico a la vista, ninguna enfermedad, ningún retraso madurativo. Contaba, además, con un coeficiente intelectual alto (suspiro de alivio y orgullo familiar). Pero allí donde había impactado la lección escolar podía apreciarse un cráter. Un agujero de silencio, de pausa en la escritura, y en el alma, que sólo podía describirse como dolor. El mundo había dejado de ser inocente y yo estaba tratando de digerir la certeza de que existe algo oscuro, un principio al acecho, ni siquiera intencional sino vano, inconsciente, capaz de golpear contra lo frágil, lo vulnerable, sin razón aparente.

Me cambiaron a una escuela llena de maestros y maestras dichosos de enseñar a chicos, como yo, también heridos tempranamente por algún gesto idiota, y seguí escribiendo, gracias a ellos, toda la vida.

Escribí poemas, escribí periodismo, escribí proyectos, informes, escribí cuentos, teatro, cine. Escribir fue mi bastón, y el mapa donde estudiar el territorio propio y trazar mis pasos. E inevitablemente, en algún momento del proceso, alguien parecido a mi maestra de tercer grado aparece y me susurra su enorme, infinito desagrado. Entonces, la niña que fui deja nuevamente la escritura y desaparece por un rato.

Sobre el Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz

hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, con la colaboración de Arráez Editores y de la marca de comunicación Alabra, convoca la cuarta edición del Premio Internacional de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz, dotado con 3.000 euros y dos accésits honoríficos.

Los trabajos, de tema libre, deben estar escritos en lengua española, ser originales e inéditos, y tener una extensión mínima de 250 palabras y máxima de 1.500 palabras. Podrán concurrir todos los autores, profesionales o aficionados a la escritura que lo deseen, cualquiera que sea su nacionalidad y lugar de residencia. Cada concursante podrá presentar al certamen una única obra.

El premio constará de una fase previa y una final. Durante la previa, el Comité de Lectura seleccionará uno o más relatos que, a juicio de sus miembros, merezca pasar a la fase final entre todos los enviados hasta esa fecha. Los relatos seleccionados se irán publicando periódicamente en hoyesarte.com. Durante la fase final, el jurado elegirá de entre las obras seleccionadas y publicadas en la fase previa cuáles son las merecedoras del premio y de los dos accésits.

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Fechas clave

Apertura de admisión de originales: 30 de octubre de 2023

Cierre: 15 de mayo de 2024

Fallo: 22 de agosto de 2024

Ceremonia de entrega: Último trimestre de 2024

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