Sus dedos se mueven con habilidad, letra a letra. No quiero mirar, pero lo hago. Aún no envía su mensaje. Sigue rellenando el cubo con palabras antes de mandarlo y, quizá, arrepentirse. Tantas veces he sido yo ese sujeto. Ni siquiera puedo empezar a jugar a lo anecdótico porque las historias son interminables. Mi relación más larga fue una larga discusión. Escribo eso y sé que no exagero. El ridículo no tiene freno. El hombre a mi lado tampoco. Quisiera pensar que es mejor que yo, y creer que lo que teclea son cosas conciliadoras. Me obligo a no espiar, a ser ingenuo y a darme a las esperanzas. Acabo el café. Me paro para pagar y salgo del restaurante. Observo desde afuera; él sigue ahí, en lo suyo, pidiendo perdón. Qué va. Es muy temprano como para mentirme.

Voy a un parque. Cerca de mí un niño hace lo mismo que hacía yo de pequeño: simula un partido clave en el que se juega todo. La diferencia está en la técnica y en el deporte: él grita Cristiano al intentar goles, mientras que yo me creía Kobe Bryant al tomar un tiro en los últimos segundos de una final de campeonato.

Cristiano corre de lado a lado. Es lunes. Tiene el uniforme de su escuela. ¿Tendrá amigos? Hago la pregunta y aparecen dos chicos menores que él. No llego a escuchar lo que negocian, pero confirmo que no se conocen, que simplemente el rodar de la bola sobre piedritas atrajo a los muchachos.

Se ponen de acuerdo. El más bajo hace de portero. Es un entra-y-sale en el que se rota al anotar gol. Cristiano se impone con notable superioridad. Sus rodillas están acostumbradas a este terreno. Por momentos se luce con algún movimiento habilidoso y me busca con la mirada. Quiere testigos de su destreza. Acepto el rol. Me quedo porque quiero que la pelota se escape, tener que devolverla con un golpe con poca gracia. Hasta imagino escenarios en los que me invitan a jugar, y yo digo que sí pero excusando lo malo que soy diciendo “no juego fútbol… lo mío es el baloncesto”. Me quedo como jugando con ellos, escribiendo en la libreta lo que ya no pueden mis rodillas, recordando las tardes soleadas de mi pueblo en las que era yo la promesa y faltaban los amigos.

Al cabo de unos minutos todos se irán. Y se van. Yo cuadro con dos oraciones.

Camino por la ciudad y comienzo a imaginarme rutinas que no son mías. Desayunar en la casa que no puedo comprar. Llevar a los hijos que no tengo a la escuela. Volver al hogar para escribir o llegar hasta la universidad para dictar las clases que aún no enseño. Almuerzo ligero. Cumplir con las horas de oficina o seguir dando palabra a palabra en el calor de la vivienda. Recoger a los niños. Llevar a Abel a sus prácticas de fútbol. Hacer la tarea de matemáticas con Caín. Esperar a que la esposa que no será busque al niño. Cenar ensalada de bacalao. Ver dormir a los pequeños. Hacer el amor al ritmo de lo que exija el deseo. Pero regreso del éxito burgués a mis pies. Ni mi infancia ni mi juventud fueron así; ignoro de dónde agarré estos modelos.

Despierto del sueño en el fresco de esta tarde de desposesión. A pocos pasos veo venir en dirección contraria un vehículo que toca bocina. Cuando se cambia de carril y queda al lado de la acera distingo que en el asiento de pasajero hay un viejo con una venda ensangrentada a la altura del cuello. Lo pierdo enseguida. Me quedo dándole vueltas a la herida. ¿Cuál es la historia detrás de ese sangrado? Esta caminata insiste en proveer los cuentos. Kafka hace una hermosa reducción sobre la recepción artística que ahora mismo no puedo citar, pero en la que, básicamente, favorece el estar atento. Subo al apartamento, me meto al baño y tomo una ducha rápida. Olvido el carro a toda velocidad. Me seco el cuerpo, camino desnudo por la habitación, corro las cortinas. Al viejo le revisan el corte en algún hospital. Quedo encerrado, consciente de la vida. El viejo, por su parte, quizá se ande jugando todo mientras sigue haciendo presión sobre la venda.

Un viejo se masturba en el urinal de la estación del tren. Nadie es el objeto de su deseo. Tardo en darme cuenta de lo que hace. Despejo las dudas cuando veo al hombre que mira por encima de su hombro, y procede a escupirse para lubricarse. ¿Qué lo mueve? Estoy seguro de que no se fija en mí. Disfruta del riesgo de estar exponiéndose. Aprovecho cuando alguien entra y el viejo se distrae para escrutarlo. Tendrá entre sesenta y cinco a setenta años. Es calvo. Lleva un abrigo de Gap. Es todo a lo que alcanzo. No me atrevo a mirar más de la cuenta por encima del panel que nos separa.

Si alguien se percata, de seguro lo insulta. Hasta podrían agredirlo. No me compadezco, sino que trato de entender. ¿Es esta la única forma en la que logra excitarse a su edad? ¿Será una fantasía o una perversión de toda una vida? Termino de orinar y me alejo. El viejo sigue en su urinal y le miro la nuca. No hay nadie en el baño. Podría darle un puño y salir sin problemas. Es un baño sucio de terminal de tren; no debe de haber cámaras.

Llego hasta mi estación. El viejo queda ileso, moviéndose frente a la porcelana.

En los trenes, las mujeres son las más distraídas. En lo que va de día no he visto a ninguna sin un objeto en las manos. Lo confirmo cuando en la última parada entra al vagón una rubia con minifalda. Enseguida, todos los hombres se fijan en ella. La rubia, sabiéndose observada, pone cara de enojo y saca de su cartera un libro de tapa blanda. Los hombres vuelven al ensimismamiento de sus vicios. El libro la protege. Trato de distinguir el título del ejemplar, pero me cuesta porque no llevo los espejuelos. Y porque ella lo carga al revés. Dan gracia las desgracias. Sonrío con tristeza. El tren vuelve a detenerse. Me bajo sin que nadie me preste atención. Y me pierdo, otra vez, de camino a casa.

Poco a poco uno entra en su ley y en su costumbre. Tengo hambre. No puedo evitar fantasear con la comida de un restaurante que descubrí hace poco y que queda a menos de quince minutos de mi casa andando. Desde que di con él no he parado de visitarlo. Es un restaurante de viejos, de clientes habituales, y vine yo a aparecerme con todo el aire de novicio y toda la soltura en la cara. Traté de hacerme familiar. Escogí, para cada una de mis visitas, una misma mesa; por lo general me atendió una misma mesera. Me resultaban cómicas las caras largas de los viejos al verme entrar. ¿Cuánto les tomaría aceptarme como uno de ellos?

Ayer, sin embargo, extendieron gestos mínimos de reconocimiento. Esta vez el dueño del lugar fue quien me atendió porque llegué más temprano de lo usual. Me puso a prueba soltando de memoria los especiales del día. Le contesté sin dejarme intimidar. Ese, creo yo, fue el pase de iniciación.

Ahora me doy a pensar si los viejos me esperan esta noche. Si ellos, después de haberse levantado de sus siestas y de escuchar la radio, revaluaron las virtudes de las sociedades secretas. Pierden el tiempo en blanduras adivinatorias. Así atormenten nostalgias futuras, lo de uno es estar de paso y decir.

Más sobre el III Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz

El acto de entrega del II Premio Internacional de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz congregó a alrededor de 250 personas. Foto: Rodrigo Valero.
Acto de entrega del II Premio Internacional de Cuentos Breves ‘Maestro Francisco González Ruiz’. Foto: Rodrigo Valero.

hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, convoca la tercera edición del Premio Internacional de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz, que incluye un primer galardón dotado con 3.000 euros y un segundo reconocimiento dotado con 1.000 euros. Además se establecen dos accésits honoríficos.

Los trabajos, de tema libre, deben estar escritos en lengua española, ser originales e inéditos, y tener una extensión mínima de 250 palabras y máxima de 1.500 palabras. Podrán concurrir todos los autores, profesionales o aficionados a la escritura que lo deseen, cualquiera que sea su nacionalidad y lugar de residencia. Cada concursante podrá presentar al certamen un máximo de dos obras.

El premio constará de una fase previa y una final. Durante la previa, cada semana el Comité de Lectura seleccionará uno o más relatos que, a juicio de sus miembros, merezca pasar a la fase final entre todos los enviados hasta esa fecha. Los relatos seleccionados se irán publicando periódicamente en hoyesarte.com. Durante la fase final, el jurado elegirá de entre las obras seleccionadas y publicadas en la fase previa cuáles son las merecedoras del primer y segundo premio y de los dos accésits.

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Fechas clave

Apertura de admisión de originales: 10 de enero de 2022

Cierre: 24 de junio de 2022

Fallo: 10 de octubre de 2022

Acto de entrega: Último trimestre de 2022