A través de cinco conciertos, este ciclo recoge algunas de las piezas que mejor reflejan este entramado de influencias cruzadas: dedicatorias, homenajes a través de citas musicales, aproximaciones complementarias a géneros establecidos o la recepción en la música española decimonónica.

-El sábado 2 de octubre, Tito García González interpretará al piano obras de Cipriano Martínez Rücker (1861-1924), Fryderyk Chopin (1810-1849), Claudio Martínez Imbert (1845-1919), Dámaso Zabalza-Olaso (1835-1894) y Robert Schumann (1810-1856).

-El sábado 9, Eric Le Sage interpretará al piano obras de F. Chopin y R. Schumann.

-El sábado 16, José Enrique Bagaría interpretará al piano obras de F. Chopin, Clara Schumann (1817-1896) y R. Schumann.

-El sábado 23, Eldar Nebolsin interpretará al piano obras de F. Chopin, C. Schumann y R. Schumann.

-El sábado 30, Javier Negrín interpretará al piano obras de R. Schumann y F. Chopin.

La recepción de Chopin en España ha venido simbólicamente marcada por su breve estancia en Mallorca durante unos meses ente 1838 y 1839. Es ésta una etapa musicalmente creativa y emocionalmente intensa, tras el inicio de su relación amorosa con la novelista George Sand. La admiración que algunos compositores españoles profesaron por Chopin es bien conocida, sin embargo, la impronta chopiniana fue cronológicamente anterior a través de una serie de compositores-pianistas que estudiaron en París con el compositor polaco o con algunos de sus discípulos.

Admiración recíproca

La admiración recíproca que sentían Chopin y Schumann tiene también su reflejo en las respectivas dedicatorias de sus obras. No es casualidad que la Balada nº 2 dedicada a Schumann –posiblemente como respuesta del polaco a la dedicatoria de la Kreisleriana Op. 16 del alemán– contenga algunos rasgos asociados a la música de Robert. En los mismos meses que Chopin terminaba su Balada nº 2 en Mallorca, Schumann componía la Humoresca Op. 20 en Leipzig. Como le escribiera el autor a Clara: “Durante toda esta semana apenas he dejado mi piano, componiendo y riendo y llorando, todo al mismo tiempo”.

Tanto la mazurka como el nocturno son anteriores al inicio de la carrera compositiva de Chopin. Su consolidación como repertorios pianísticos del Romanticismo se debe, en buena medida, a Chopin, quien cultivó ambos con profusión, con más de 50 mazurkas y una veintena de nocturnos, dotándolos de una particular personalidad. Sin su intervención, posiblemente no se hubieran consolidado como dos de los géneros para el piano habituales durante el siglo XIX.

En 1833 Chopin publicó su colección de tres Nocturnos Op. 15 en Leipzig y al año siguiente Schumann eligió el tercero de ellos como tema para sus Variaciones sobre un nocturno de Chopin. Aunque esta obra, quedó inconclusa e inédita, no hay duda de que se trata de un testimonio elocuente de la admiración que profesó por el compositor polaco.

La admiración por Chopin de Clara Schumann (o Wieck, en su apellido de soltera) es patente. Sus obras eran frecuentes en los programas de sus numerosos conciertos como virtuosa de piano, y varias de las obras compuestas por ella misma están concebidas como un homenaje al polaco, como es el caso evidente de la Marzurka Op. 6 nº 3.

Una premonición

La admiración de Schumann por Chopin tuvo en 1831 su primer episodio cuando aquél tuvo oportunidad de adquirir una partitura de éste con las Variaciones sobre “Là ci darem la mano”, el famoso tema de Mozart. Schumann se lanzó a publicar una crítica en el periódico musical más importante del momento, el Allgemeine musikalische Zeitung, donde terminaba su escrito con una premonición: “Quítense el sombrero, señores, un genio”. Clara Schumann, entonces una niña prodigio de doce años, pronto incluyó esta obra virtuosística en sus programas de conciertos. Ambos compositores tendrían oportunidad de mantener encuentros ocasionales, como el memorable del otoño de 1835. Entonces Clara estaba inmersa en la composición de sus Soireés musicales, Op. 6, una serie de piezas características que muestran, como pocas otras en su catálogo, la influencia chopiniana.

En ese mismo año, 1835, Schumann concluía su Carnaval Op. 9, una metáfora del mundo estético y emocional schumanianno más íntimo. Algunas piezas homenajean a dos de sus compositores más admirados, Chopin y Paganini. El auge del piano como instrumento doméstico en el siglo XIX, convirtiéndose en un símbolo de estatus social, resultó en la consolidación de nuevos géneros didácticos como el estudio, en principio concebido con finalidad pedagógica. Los de Schumann están destinados al lucimiento del virtuoso frente al público y, en ocasiones, la adopción de melodías reconocibles por el público. Sin embargo, Chopin los concibe como obras esencialmente didácticas, como herramientas para el aprendizaje de la perfección pianística.

Madrid. Ciclo “Chopin y los Schumann: influencias cruzadas”. Fundación Juan March.

2, 9, 16, 23 y 30 de octubre.