Cocinado a fuego lento, con una producción serena y nada efectista, sin grandes pretensiones comerciales (fue editado un año después del debut de su autora, que fue un notable fracaso), el álbum irrumpió en la heterogénea, dispersa y un tanto confusa escena estadounidense de 1971 en un momento en el que el optimismo y la ingenuidad característicos del pop de los sesenta y la utopía hippy habían quedado definitivamente atrás.

No era un disco destinado a cambiar el rumbo de la música contemporánea, a romper moldes o a hacer saltar por los aires las normas establecidas. Se trataba, más bien, de la sublimación de un proceso creativo que había comenzado más de una década antes, cuando una adolescente Carole King había empezado a escribir, junto al que sería su primer marido, el letrista Gerry Goffin, una parte realmente sustancial de los éxitos más importantes del pop estadounidense (y británico) de los sesenta, canciones que interpretaron y llevaron a lo más alto de las listas grupos y artistas como Bobby Vee, The Drifters, Hermans´ Hermitts, Dusty Springfield, The Chiffons, Righteous Brothers, Maxine Brown, The Monkeys, The Crystals, Aretha Franklin y los propios Beatles, entre otros muchos.

En su propio país, Tapestry sí fue un éxito enorme, un inesperado pero ciertamente rotundo fenómeno comercial. Nada más editarse se convirtió en el disco que a todo el mundo le gustaba, empezando por los críticos, siguiendo por los grupos y artistas contemporáneos y terminando por los muchos millones de personas que pasaron por caja con su copia debajo del brazo.

El disco fue directo al número uno de las listas de éxitos, donde permaneció durante quince semanas consecutivas, no abandonándolas en las siguientes dos décadas, sumando hasta 300 semanas en la lista Billboard.

En la edición de los premios Grammy de 1972 logró cuatro distinciones, incluyendo las correspondientes al mejor álbum, mejor canción y mejor grabación. Además, todas las listas y selecciones de los mejores discos de la historia le hacen un hueco siempre destacado. La revista Rolling Stone, por ejemplo, lo reconocía en su revisión de los 500 mejores discos de todos los tiempos nada menos que en el número 25.

Y sí, Tapestry es, decididamente, una obra maestra indiscutible, la culminación de la trayectoria de una autora consagrada que como intérprete apenas había tenido la oportunidad de mostrar su talento.

Un poco como la de su propia música, la de Carol King era una belleza serena y apacible, no precisamente deslumbrante ni arrolladora, lo que constituía un al parecer indiscutible argumento para los productores con los que trabajaba, que no consideraron una buena idea planear su lanzamiento como artista en solitario. Sí llegó a grabar algunos sencillos durante la década de los sesenta, pero pasaron relativamente desapercibidos, de modo que se concentró en escribir a cuatro manos, con una productividad asombrosa para las voces de otros artistas y grupos.

Casada desde los diecisiete años con Gerry Goffin, Carol King atisbó la posibilidad de emprender por fin su carrera como intérprete a raíz de su divorcio. Así, cuando en 1968 las vidas de la pareja toman rumbos divergentes, la de King acaba recalando en Los Ángeles, que por entonces había desplazado claramente a Nueva York y se había convertido en el epicentro de la escena musical del momento.

Allí, en la célebre área residencial de Laurel Canyon, coincide con James Taylor, Neil Young, Gene Clark, Crosby, Stills y Nash, los Byrds, Jackson Browne, Randy Newman, Gram Parsons o los miembros de los Eagles; pero también con Jackie De Shannon, Linda Ronstadt y, sobre todo, Joni Mitchel, que encarna el nuevo modelo de compositora e intérprete que a la propia King le venía como anillo al dedo.

El traslado, pues, a la Costa Oeste coincidió con un viaje más profundo y trascendental: el que la hizo pasar de hacer canciones por encargo a definir y emprender su propia carrera en solitario. Probó primero fortuna con un trío de efímera existencia, The City, junto con el guitarrista Danny Kortchmar y el bajista Charles Larkey, con quien posteriormente se casaría. El único disco que sacaron, Now That Everything´s Been Said, era un agradable álbum de pop-folk que no llamó demasiado la atención.

En mayo de 1970, 12 años después de debutar con el sencillo Right Girl, se publica Writer, el primer álbum de Carole King. Grabado de forma algo precipitada y con una producción demasiado austera, Writer tiene buenas canciones y guarda en su seno una clara promesa de logros más rotundos, pero termina pasando relativamente desapercibido.

Por fin, en enero de 1971, bajo la dirección del reputado productor Lou Adler (The Mamas and The Papas, Barry McGuire, Spirit), Carole King graba Tapestry, un álbum verdaderamente formidable que pone a su autora definitivamente en el mapa.

Lo es, en primer lugar, porque, además de accesibles y fáciles de escuchar para todo tipo de públicos, todas y cada una de las canciones que contiene son absolutamente espléndidas.

Lejos de tratar de epatar con fuegos de artificio, el sonido de Tapestry es sencillo pero robusto, tan orgánico y natural como finalmente profundo y reconfortante. Sobradísima al piano, elemento gozosamente fundamental a lo largo de todo el disco, King está excelsa también frente al micro.

Poseedora de una voz vulnerable y delicada, pero enormemente expresiva, logra una interpretación fabulosa, siempre perfecta en el grado de intensidad que cada número requiere. Se atreve, por ejemplo, con el éxito que le había cedido unos años antes a Aretha Franklin, (You Make Me Feel Like) A Natural Woman, y obviamente, no trata precisamente de rivalizar con el vozarrón de Lady Soul, sino que conforma una versión quizá menos ambiciosa pero igualmente emocionante. También recupera el número uno que las Shirelles alcanzaron con Will You Love Me Tomorrow?, convirtiéndola en una sentida y delicada balada.

Además, una asombrosa sucesión de nuevas canciones con sabor a clásicos absolutos, canciones que establecen, en una grabación también óptima en la producción y los arreglos, una conexión íntima con una autora en verdadero estado de gracia, una intérprete comprometida e inspirada que parece dispuesta a dar todo lo que su singular y prodigioso talento tiene que ofrecer.

Desde entonces, Carole King, que a sus setenta y nueve años recién cumplidos sigue felizmente en activo, ha grabado más de una veintena de álbumes que lo cierto es que no han alcanzado nunca la excelencia de un disco imponente que, cincuenta años después de su lanzamiento, conserva íntegras todas sus virtudes.