Si en 1980 –cuando salió el primer álbum de los Pretenders– eras un chico de catorce o quince años y te gustaba la música de verdad lo más probable es que estuvieras perdidamente enamorado de Chrissie Hynde (si eras chica podía suceder exactamente lo mismo o, en todo caso, que, directamente, quisieras ser Chrissie Hynde).

Ella es la chica de estampa imponente que figura ataviada con radiante chupa de cuero roja en la portada de aquel maravilloso primer álbum con el que conquistó las listas de éxitos y los corazones de una legión de jovenzuelos atolondrados y contagiados por la bendita enfermedad del rock and roll.

La chica de voz poderosa y sugerente que, además, escribía las canciones y manejaba con mano firme la dirección de su grupo, formado por tres rockers de gustos clásicos que supuestamente despreciaban el movimiento punk pero que no eran precisamente ajenos a la descarga de energía, arrojo y arrogancia que eran moneda común entre la parroquia del imperdible.

Hynde había aterrizado en la burbujeante escena musical londinense de mediados de los setenta huyendo de una ciudad tan aburrida y escasa de alternativas como su Akron natal (en el Estado de Ohio) y después de colaborar en diferentes revistas musicales y de trabajar como dependienta en Sex, la tienda de ropa de Malcolm McLaren y Vivienne Westwood, empezó a frecuentar a la flor y nata del punk británico, incluyendo miembros de Siouxie And The Banshees, los Clash y los Sex Pistols.

Después de varios intentos infructuosos, con formaciones de corto recorrido y nula repercusión y colaboraciones puntuales y esporádicas, en 1979 logró poner el pie su propia banda, The Pretenders, junto al guitarrista John Honeyman-Scott, el bajista Peter Farndon y el batería Martin Chambers.

Comenzar con una versión de los Kinks (Stop your sobbing, editada por el grupo de los hermanos Davies en su primer álbum, de 1964) era toda una declaración de principios y un detalle de clase y buen gusto. Aquel espléndido primer single, producido por Nick Lowe, llamó la atención de la prensa especializada y colocó al grupo en la rampa de salida.

Pero enseguida Chrissie Hynde demostraría que no necesitaba acudir a clásicos ajenos para construir su repertorio, sino que era muy capaz de escribir material propio a la altura del de sus grandes ídolos.

Los tres primeros álbumes del grupo (‘The Pretenders’, de 1980, ‘The Pretenders II’, de 1981, y ‘Learning To Crawl’, de 1984) constituyen su trilogía dorada, situando a sus responsables como uno de los mejores y más populares grupos de la nueva ola británica.

Nunca más han vuelto a alcanzar el nivel de aquellos álbumes, pero siempre se las han arreglado para incluir dos o tres canciones realmente formidables en cada uno de sus discos, manteniendo una carrera larga y consistente y convirtiéndose la propia Hynde (único miembro que se mantiene desde la formación original) en una de las figuras más relevantes del rock contemporáneo: la auténtica rock and roll girl, como la definió Neil Young en el acto de presentación de los Pretenders en su entrada en el Rock And Roll Hall Of Fame.

Si en otras ocasiones ha probado con éxito con la balada para todos los públicos, la Chrissie Hynde de 2020 no está dispuesta a hacer concesiones ni a andarse por las ramas. El flamante nuevo álbum de los Pretenders, ‘Hate For Sale’, es seguramente el más rotundo, poderoso, guitarrero y vibrante que han hecho en los últimos treinta años, el más cercano a canciones como Brass in pocket, Precious, Day After Day y otras joyas de sus viejos y buenos tiempos. Y eso no puede ser más que una magnífica noticia, porque, además de un apetitoso cargamento de energía guitarrera, el álbum ofrece también el aliento melódico que siempre caracterizó las mejores composiciones de su distinguida autora.

La “chica rock and roll” ha vuelto, pues, en plena forma, y su espléndido nuevo disco convence por igual en sus momentos más enérgicos y vigorosos como en los más delicados. Así fue siempre; y siempre estuvo bien.