Aunque seguramente no sería tácito asustarse al mirar un duelo desde la madera del viejo y crujiente porche que sirve unas veces de salón y otras, las menos, de lugar de bienvenida. Algo de todo este gris inhabitable, como del Oeste, existe en esa mano rápida que Walker Evans parece poseer. Por eso todos sus duelos al sol están llenos de dolor, como el arrugado desierto de Arizona o el también áspero y secante frío de las ciudades, sepulturas de todas aquellas esperanzas de buenos aldeanos que no sin recelo parecen admirar la llegada de los nuevos dioses (y jueces) de hierro: las cosechadoras, los motores de Henry Ford y, por supuesto, el cañón en la sien del hondo señor Evans, nuevo ladrón de almas. El hombre se reta a muerte consigo mismo.

Alabama, octubre de 1935

La Farm Security Administration, que impulsa planes de desarrollo y ayuda para los campesinos americanos, llama a filas al gris, rápido y silencioso fotógrafo. Con dolor, ejecuta crímenes imperdonablemente amargos, asesinando para siempre la inocencia hambrienta de dos niños que lloran, entre harapos, la falta de alimentos y la ausencia de sueños. El señor Evans documenta con sus balas el trayecto que éstas bien se encargan de perforar y donde, por desgracia, objeto y carne empiezan a embadurnarse de una sangre seca que no brota y simplemente testifica su ausencia bajo esa acartonada piel de desierto que ya confunde a cosas y seres humanos. Termitas del alma, invierno. ¿Qué hicimos mal? Niño, no llores. El hombre se reta a muerte consigo mismo.

No necesita caballo, ni mudas. Camina con sus botas, sucias, grises como el porvenir de una nación abocada a reciclarse y padecer sus excesos, capaz de borrarse. Maderas robustas y vastos paisajes para diminutas pisadas que transitan un camino gris, camino que serpentea duramente por la piel del rostro, auténticas piedras del camino, antes dorado, hoy lleno de grises guijarros. El señor Evans dispara siempre al rostro, donde la muerte es rápida y la condena pasajera, pero dramática y extremadamente bella, fría como mármol, piel disecada quizá. Estos sois vosotros, sé lo que os pasa. El hombre se reta a muerte consigo mismo.

Nueva York, 1938

El certero pistolero se consagra como cronista, documentalista y artista en tiempos olvidables por hechos pero memorables por voluntades. Intencionalidad artística o, tal vez, necesidad de estar en esto llamado mundo gris mediante lo que se dice o se hace. El Museum of Modern Art de Nueva York rinde honores al asesino ese año, lugar común.  Por todo, irrumpirá el color, y la memoria nos hará preguntarnos lo anunciado: ¿El hombre se reta a muerte consigo mismo?

 

Madrid. Walker Evans (1903-1975). Fundación Mapfre.

Hasta el 22 de marzo de 2009.