– Control de la contaminación: constituye un factor básico en la prevención indirecta, pero, evidentemente, no está en manos de los técnicos en conservación. A mi juicio, si la degradación es extrema es lícito y está justificado el traslado de algunos monumentos a ambientes mejor preservados.

– Control de humedad: dado que es uno de los factores de degradación más frecuentes, conviene controlarla considerando que el grado de humedad relativa óptima es del 55%.

– Control de temperatura: está estrechamente unido al de la humedad, configurando ambos valores el llamado “clima higrométrico”, considerando que la temperatura óptima es de 18ºC.

– Control de la luz: las radiaciones no visibles, como los rayos infrarrojos o ultravioleta, dan lugar a alteraciones tanto físicas como químicas, acelerando el envejecimiento de los barnices, desecaciones, resquebrajamientos, etc.

Evidentemente, el mantenimiento continuo y ordenado es la herramienta más eficaz de conservación preventiva y, por tanto, habrá que limitar la exposición de los objetos a fuentes de calor, medioambientales y lumínicas, utilizando los umbrales recomendados para cada objeto.

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